En el segundo artículo de la serie sobre las profundidades de la política, te contaba cómo han hecho los líderes políticos para retener el poder a pesar de encontrarse en desventaja numérica. Las cuatro estrategias que mencioné entonces fueron desarmar al pueblo, redistribuir la riqueza, obtener el favor de los dioses y crear narrativas nacionalistas. De lo que no te hablé en ese momento es de la propaganda, un arma fundamental para conseguir y retener el poder. Pero me alegro de no haberlo hecho, porque hoy vamos a dedicar un capítulo entero a entender de dónde viene la propaganda y por qué es tan eficaz a pesar de que hace mucho tiempo que se conocen sus trucos. También intentaré responder a una de las preguntas que me quitan el sueño: ¿por qué seguimos permitiendo que los políticos usen nuestro propio dinero para manipularnos? Empecemos.
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¿Qué es la propaganda?
La propaganda, en su sentido más básico, presenta información parcial e interesada para influir en una audiencia masiva. El político de turno selecciona y muestra únicamente los hechos que le interesan y omite otros de forma deliberada. Otra característica de la propaganda es que usa mensajes sencillos de gran carga emocional para apelar a los instintos de su audiencia antes que a la razón. La propaganda, por lo tanto, puede ser usada como un “arma de guerra” en la lucha ideológica y política.
La meta de la propaganda es aumentar el apoyo (o el rechazo) a una cierta posición política o conseguir objetivos específicos. Ganar unas elecciones, conseguir el apoyo popular para un cambio de ley y cambiar la percepción del público por asuntos importantes son algunos de los objetivos habituales. El fin de la propaganda no es comunicar la verdad, sino convencer a la gente: pretende inclinar la opinión general, no informarla. Aunque el mensaje contenga información verdadera, es habitual que sea incompleta, no contrastada y partidista.
En un sentido más amplio, la propaganda política busca el control social, buscando no solo influir en las decisiones inmediatas, como el voto en una elección, sino también modelar la cultura política a largo plazo, estableciendo normas y valores que favorezcan a ciertos grupos de poder. A través de la manipulación de la información y el uso estratégico de mensajes mediáticos, la propaganda puede reforzar o desafiar el status quo, promover la unidad o la división, y legitimar o deslegitimar gobiernos y políticas.
Una breve historia de la propaganda
Me atrevería a decir que la propaganda existe desde que se crearon las primeras jefaturas en las que había un líder supremo y una camarilla de burócratas. Es decir, hacia principios del neolítico. Es una especulación, pero en el momento en el que unos pocos ostentan el poder, tienen que convencer al resto de su legitimidad, y una forma eficaz y barata es a través de la manipulación psicológica. Siempre quedan las armas, por supuesto, pero mantener una guardia bien armada es costoso.
En todo caso, las primeras pruebas de propaganda que tenemos provienen de la inscripción de Behistun en el siglo V ac, en la que se detalla el ascenso de Darío I al trono persa. Otro ejemplo más tardío son las crónicas de las guerras civiles romanas entre los años 44 y 30 a.C. que nos ofrecen una muestra de cómo la propaganda fue empleada por figuras como Octavio y Marco Antonio, quienes se atacaron mutuamente con acusaciones que iban desde orígenes humildes hasta comportamientos inmorales, pasando por incompetencia en diversas esferas. Estas campañas de difamación, que se valían del género retórico de la vituperatio, no solo buscaban desacreditar al adversario sino también moldear la percepción del pueblo romano.
Inscripción de Behistún en Irán
Sin embargo, la primera propagación a gran escala y organizada de propaganda gubernamental no tuvo lugar hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Tras la derrota de Alemania, oficiales militares como el general Erich Ludendorff sugirieron que la propaganda británica había sido decisiva en su derrota. El joven Adolf Hitler hizo suya esta opinión, creía sinceramente que había sido una de las causas principales del hundimiento de la moral del ejército alemán. En Mi lucha, Hitler expuso su teoría de la propaganda. El historiador Robert Ensor explica que «Hitler… no pone límites a lo que puede hacerse mediante la propaganda; la gente creerá cualquier cosa, siempre que se le diga con la suficiente frecuencia y énfasis, y que los contradictores sean silenciados o sofocados con calumnias». La historia sin duda ha confirmado la teoría de Hitler.
Cartel de propaganda británica de la Primera Guerra Mundial
La mayor parte de la propaganda en la Alemania nazi fue producida por el Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda bajo el mando de Joseph Goebbels, considerado por muchos el propagandista con la mente más clara que ha pisado este planeta.
Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, la propaganda se consolidó como un arma esencial de la guerra, tanto para Alemania como para los Aliados. Inspirándose en las lecciones aprendidas durante la Primera Guerra Mundial, Goebbels, el Ejecutivo de Guerra Política británico y la Oficina de Información de Guerra de Estados Unidos perfeccionaron sus técnicas propagandísticas y utilizaron la propaganda no sólo para mantener el espíritu de lucha de los suyos, sino también para desmoralizar al enemigo.
Propaganda nazi antisemita
En comparación con las dos grandes guerras, podríamos pensar que la propaganda de hoy es mucho menos insidiosa. Y quizás en la mayor parte de los países occidentales sea así, pero aunque las tácticas sean menos burdas y radicales, su uso sigue más presente que nunca.
El logos ha perdido la batalla
En el libro Retórica, de Aristóteles, el gran polímata exponía los tres pilares de la retórica que siguen vigentes en nuestros días:
1. Ethos: Se refiere a la credibilidad del orador. Este pilar busca crear confianza en la audiencia a través de la demostración de conocimiento, experiencia y buenas intenciones.
2. Pathos: Se refiere a las emociones del público. Este pilar busca conectar con la audiencia a nivel emocional para generar empatía y predisposición hacia el mensaje.
3. Logos: Se refiere a la lógica del discurso. Este pilar busca convencer a la audiencia a través de argumentos sólidos y razonamientos claros.
La sensación que yo tengo cuando veo a los políticos españoles hablar en el estrado, es que han dejado el logos completamente de lado. Apenas sienten vergüenza al utilizar falacias y ningunear la lógica y la razón. Es como si el sentido común hubiera pasado de moda. Como si se hubiesen dado cuenta de que, en realidad, no hace falta dar buenos argumentos y presentar hechos contrastados para conseguir sus objetivos. Con el ethos (la autoridad) y el pathos (la emoción), es suficiente. Además, se ahorran tener que dar explicaciones a lo inexplicable y a lo inconfesable. Como por ejemplo, que gran parte de sus decisiones se basan en ir a por el poder y retenerlo. Esta tesis es respaldada por Maquiavelo en su libro El príncipe, y también por Bruce Bueno de Mezquita en su libro El manual del dictador, que leeremos próximamente en La Biblioteca Polymata.
Lo curioso es que, a pesar de las miles de veces que han salido sus vergüenzas a la luz, parece como si mucha gente siguiese todavía hipnotizada por sus cantos de sirena. ¿Cómo es esto posible?
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Cómo manipular al elefante
El psicólogo Jonathan Haidt da una buena explicación con una imagen muy elocuente. Nos dice que el cerebro humano es como un elefante montado por un jinete. El jinete es la parte racional y el elefante el lado más instintivo y emocional. El jinete cree que puede dominar al elefante, pero rara vez es así. Cuando el elefante se asusta, no hay modo de mantenerlo a raya. Y sabiendo qué resortes tocar, es muy fácil excitar al elefante y que el jinete pierda el control. El famoso propagandista nazi, el carismático Goebbels, conocía la psicología humana a la perfección y sabía cómo manipular al elefante. Leonard W. Doob escribió un artículo en el que identificaba 19 principios en los que Goebbels basaba sus acciones propagandísticas. No repasaré los 19, pero vamos a ver algunos de los más importantes, así como otros no mencionados por Doob pero que han sido explotados por los grandes propagandistas de la historia.
Provocar miedo
Goebbels utilizó con ahínco uno de los resortes más poderosos de la propaganda: provocar miedo. El miedo es probablemente la emoción más intensa, por ser una de las más importantes para la supervivencia. Si eres lector habitual de Polymatas, sabrás que las emociones son adaptaciones del cerebro para tomar decisiones con poca información y poco tiempo. El miedo es la emoción que libró a nuestros ancestros de morir en un camino, a la salida de una cueva o mientras bebían en el río. Por eso, cuando sentimos miedo, todo desaparece de nuestra vista excepto aquello que produce el miedo. Somos incapaces de tomar perspectiva y exageramos la amenaza porque la simple posibilidad de que haya un cocodrilo bajo el agua, es cuestión de vida o muerte. Los grandes propagandistas como Goebbels son magos creando cocodrilos inexistentes bajo el agua.
Cartel antisemita nazi
Gracias a la propaganda nazi, los judios pasaron de ser ciudadanos alemanes con cierta mala fama, a ser vistos como ratas, piojos, cucarachas, garrapatas, parásitos peligrosos que contaminaban al resto de la sociedad y a los que había que exterminar. Este cambio de percepción no ocurrió de la noche a la mañana, fue una estrategia orquestada de propaganda de deshumanización. Hoy podemos reconocer esta estrategia, en ciertos partidos políticos. Si bien no son tan burdas ni agresivas, las campañas de propaganda de VOX contra los MENAS o de Podemos contra los grandes empresarios, son una muestra de cómo las emociones de miedo y asco son utilizadas por los políticos para unir a sus seguidores y crear un estado de alarma en el que cualquier decisión que se tome para afrontar la amenaza estará bien.
Cartel contra la ayuda a los MENAS de VOX
Establecer la agenda
Una de las bases de la propaganda política es ser quien establece la agenda. ¿Qué significa esto? Pues que de las miles de preocupaciones o problemas que podría tener una sociedad, el político selecciona cuidadosamente una en cada momento. Cuando hablo del político no me refiero a que sea el político el que hable de ello, pueden ser medios de comunicación afines, controlados por él o financiados por él. Es importante entender que el político no selecciona el tema más relevante para los ciudadanos, el que mayor impacto podría tener en sus vidas, sino el que le interesa personalmente. A menudo es una forma de distraer la atención de otro asunto que le está poniendo en aprietos o bien, fijar la atención en un asunto para el que él tiene la solución.
Por ejemplo, en los últimos años la violencia machista ha estado muy presente en los medios y en el discurso de la izquierda. Lo que nos podría llevar a pensar que se trata de uno de los mayores problemas del país ¿Es la violencia machista el problema más importante hoy? Parece que no. De hecho, España es uno de los países del mundo más seguros para las mujeres y donde hay mayor igualdad de género. Seguramente parte de culpa la tiene que en los últimos años la sociedad y los políticos han puesto foco en el problema, claro. Sin embargo, hoy se me ocurren bastantes problemas de enjundia de los que apenas se habla y que están fuera de la agenda política.
A la hora de fijar una agenda y que todo el mundo le preste atención, generar miedo es una de las claves, eso ya lo hemos dicho. Si la inmigración ilegal supone un peligro para nuestra cultura y nuestra sociedad, debemos hacer algo ahora mismo para solucionarlo. Y adivina, el político que señala cuál es el problema que debería preocuparnos es el que trae la solución debajo del brazo. VOX ha utilizado este discurso del miedo repetidamente para movilizar a las parte más conservadora y tradicional de nuestra sociedad, a la que la imagen de negritos saltando una valla e invadiendo nuestras costas, les pone los pelos como escarpias.
Cartel de VOX que relaciona inmigración con inseguridad
La repetición
Goebbels sabía, porque lo había probado personalmente, que al repetir un mensaje de miedo una y otra vez, ese mensaje acaba siendo familiar y lo toleramos mejor. La repetición es una técnica sencilla y eficaz. Si dices algo suficientes veces, por muy rocambolesco que pueda sonar en un primer momento, la mayoría de la gente lo acaba normalizando y dándolo por cierto. O al menos, dudará. Además, si te muestras seguro en la comunicación del mensaje, sonará todavía más creíble. La repetición machacona explota un heurístico (atajo mental) de la mente llamado por los psicólogos heurístico de disponibilidad. Todos tenemos un cerebro que se enfoca en lo que tiene más a mano. La noticia de ayer me vendrá antes a la mente que la de la semana pasada. Y si esa noticia se repite una y otra vez, acabaré pensando que es lo único que ocurre en estos momentos. Algunos ejemplos de España de los últimos meses: el beso de Rubiales, la ley de Amnistía, el caso Koldo, el novio de Ayuso, el genocidio de Israel… Aunque pueda parecer absurdo, nuestra mente interpreta como más real, cierto e importante aquello que se repite una y otra vez.
Por eso los políticos mandan consignas a su partido y a los medios afines y todos repiten exactamente lo mismo. “Si todos dicen lo mismo y lo repiten tanto, será verdad…” A ver, no quiero decir que nosotros pensemos eso conscientemente, pero inconscientemente los mantras acaban calando a no ser que tengamos una posición muy antagónica o dediquemos tiempo a reflexionar sobre los mensajes. Algo que intuyo que pocos hacen. Piénsalo, incluso el derecho a casarse para los homosexuales, que hace un par de décadas se veía con malos ojos entre la derecha española, hoy ya es aceptado por la mayoría de la población. Con el tiempo, la repetición lleva a la normalización; en otras palabras, se mueve la ventana de Overton.
Mantenlo simple
La repetición no es muy eficaz si el mensaje es complejo o sofisticado. La mayor parte de la población, incluso la más formada, no tiene tiempo, energía ni conocimientos para evaluar una política económica o social con todos sus detalles. Por contra, los eslóganes quedan grabados en la psique de las personas de forma persistente. No se trata de ofrecer argumentos sofisticados y estadísticas matizadas, nadie lo entendería. Es mucho mejor un mensaje simple con una fuerte carga emocional o simbólica. “Socialismo o libertad” o “España siempre” o “Liberaremos al pueblo oprimido de las garras de las élites económicas” o “No podemos permitir más violencia contra la mujer”. Si te fijas, en varios de estos eslóganes, se apelan a valores y símbolos que son importantes para la sociedad: la libertad, España, la unidad de la nación, la liberación del pueblo y la seguridad de las mujeres. ¿Quién quiere ir en contra de estos valores?
Esto debería llevarnos a pensar que los políticos no son una panda de cuñados que se dedican a lanzarse mierda en el Congreso de los diputados (que también). Saben lo que hacen, entienden que si no utilizan estas técnicas, si dan discursos sosegados, basados en argumentos y datos, probablemente no irán muy lejos. De hecho, si el sosiego y la razón funcionasen, hoy tendríamos en política a gente sosegada y razonable, pero brillan por su ausencia.
El enemigo nos une, el enemigo nos da carta libre
Mucha de la propaganda que se hace es para cargar contra el enemigo, más que para ensalzar los propios valores. Apuntar al enemigo refuerza el sentimiento de grupo que descansa sobre el más primario de los comportamientos humanos: el tribalismo. Ese pensamiento automático de que los otros son los malos y nosotros los buenos. El tribalismo es probablemente el culpable de las mayores atrocidades perpetradas por la humanidad. Desde el genocidio de tutsis por parte de los hutus en Ruanda, la masacre de intelectuales llevada a cabo en la Camboya de Polpot o el Gran Salto adelante de Mao. Resulta sencillo unir a los nuestros cuando sienten que sus valores o su integridad física están en peligro. Cuando hay un enemigo común, nos olvidamos de nuestras diferencias y de las carencias de nuestros gobernantes. No es necesario que ese enemigo sea real, para eso está la propaganda para crear peligros y enemigos de la nada.
La deformación del lenguaje
Me llama especialmente la atención el uso torticero que hacen muchos políticos de las palabras. En España los de izquierdas usan el término “facha” o “fascista” para referirse a los que no piensan como ellos, y los de derechas el término “rojo” o “comunista”. De nuevo es importante la repetición. Si muchas personas usan muchas veces un término peyorativo para dirigirse a un grupo, ese término acabará ampliando su significado para dar cabida al nuevo grupo. Y como ese término tenía una connotación negativa, entonces el objetivo será contaminado por ese significado.
¿Por qué permitimos la propaganda?
Los ciudadanos de estados autoritarios, como sucedía en la España de Franco, tienen que comerse la propaganda con patatas, no hay otra opción. El NO-DO era el noticiario del régimen franquista que torturaba a los españoles de entonces con la más burda propaganda que podamos imaginar. Sin embargo, ahora somos afortunados ciudadanos de un país democrático y libre. ¿Por qué permitimos que el gobierno pague con nuestros impuestos propaganda que nos manipula para permanecer más tiempo en el poder?
Para entender esto debemos imaginar cómo sería si se prohibiera la propaganda. Imaginemos que promovemos una ley para limitar al mínimo la propaganda del gobierno. Algunos pensarían que es una violación de la libertad de expresión. ¿Cómo diferenciamos lo que es información valiosa para el pueblo de información sesgada y mensajes manipuladores? ¿Quién decide qué se puede decir y cómo se debe comunicar? Por ejemplo, podríamos pensar que es lícito que el gobierno invierta en publicidad para que la gente se vacune, deje de fumar o conduzca más despacio. Este es un asunto espinoso y nada obvio que dificulta la transición hacia un sistema político más honesto y transparente. Personalmente creo que debería haber un organismo independiente encargado de vigilar que las comunicaciones del gobierno sean honestas, transparentes y sin sesgos. Igual que hay organismos que regulan qué se puede hacer en publicidad y qué no, con más motivo debería existir un control de la propaganda que se paga con nuestros impuestos.
Últimas reflexiones
Siempre y cuando no se prohíba, los políticos harán uso de la propaganda como medio para tomar el poder y permanecer el máximo tiempo en él. Para ello cuentan con equipos de asesores formados en publicidad, marketing y psicología que conocen muy bien la naturaleza humana y cómo explotarla. Esto nos obliga a estar siempre en guardia. Sobre todo, cuando la propaganda proceda de aquellos que forman parte de nuestra tribu. Ahí es donde es más fácil caer y donde hay que resistirse. Somos seres emocionales, elefantes nerviosos preparados para la estampida, pero también contamos con una capacidad para razonar muy desarrollada, y está ahí para usarla, para intentar discernir la verdad de la mentira y el bien del mal.
Próximamente publicaré un nuevo capítulo de esta serie, así que permanece atento. La mejor forma es suscribirse a la newsletter.
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