En el primer capítulo de la serie explicaba cómo el aumento de la densidad de población y del tamaño de las sociedades humanas hizo necesaria la especialización de burócratas políticos que ayudasen a mitigar los problemas de convivencia entre desconocidos. Así que mi tesis de partida es que la política es necesaria en cualquier sociedad de más de unos pocos cientos de personas. Por lo tanto, descarto el anarquismo radical por su incapacidad para resolver dichos problemas. Dicho esto, el surgimiento de la burocracia crea un nuevo problema: las élites gobernantes buscan permanecer en el poder e intentan acaparar todos los recursos que les dejen. Pero dado que las élites gobernantes siempre han tenido una desventaja numérica, te planteo una pregunta fundamental: ¿cómo han hecho las élites gobernantes para extraer parte de la riqueza del pueblo sin conseguir que éste se rebele?
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Bien, como pensador crítico lo primero que debes hacer es cuestionar la premisa de que la élite política quiere permanecer en el poder y extraer toda la riqueza que les sea posible. Fidel Castro dirigió Cuba durante 50 años, Gaddafi fue líder de Libia durante más de 40, Kim II-Sung tuvo el poder en Corea del Norte durante casi 50 años… y podría seguir. Creo que en este caso no hace falta dar demasiadas explicaciones porque hay numerosos ejemplos de dictadores que han permanecido en el poder hasta su muerte. El motivo también es bastante evidente. Dirigir un país, sobre todo en un régimen autoritario, ofrece al líder todo lo que pueda desear: riqueza, poder, estatus, mujeres, servilismo…
¿Son todos los políticos unos yonkis del poder que parasitan a su pueblo? Bueno, en ciencias sociales no se pueden hacer afirmaciones taxativas porque siempre hay contraejemplos. La historia también nos ha dado a Nelson Mandela, Abraham Lincoln y a Mahatma Gandhi. Pero lo importante es la tendencia, y la tendencia de la élite política es primero mirar por ellos y luego ya si eso hablamos… De ahí la importancia de la libertad de expresión y de contrapoderes que impidan la concentración excesiva de poder en pocas manos y el uso negligente de ese poder.
Ahora veamos algunas de las ideas que pone Jared Diamond encima de la mesa para explicar qué han hecho las élites para no ser destronadas por su pueblo.
Desarmar al pueblo y armar a la élite
Esto es fundamental. Por mucho que el pueblo se sienta estafado y maltratado, si no ostenta poder militar tiene difícil derrocar a los tiranos. Aunque hay ejemplos de revueltas relativamente pacíficas que lo han conseguido, como La Primavera Árabe, no es lo habitual. Desde la aparición de las jefaturas, la élite política ha buscado tener el monopolio de la fuerza; y eso pasa por desarmar al pueblo en la medida de lo posible. Lo bueno de esto es que los ciudadanos tendrán más difícil enredarse en vendettas interminables. Mientras el estado garantice la seguridad y el orden, todo irá bien. No conozco a nadie en España que reclame más facilidades para tener armas en casa. Y el motivo, intuyo, es que nos sentimos razonablemente seguros.
Según la tecnología militar ha ido mejorando, los estados han tenido más fácil mantener el monopolio de la fuerza. Antiguamente cualquiera podía construirse un arco o una lanza, pero hoy nadie puede fabricarse un helicóptero o un fusil de asalto en el garaje de su casa. Se pueden conseguir en el mercado negro si tienes el dinero y los contactos adecuados, pero formar un ejército popular bien armado se torna mucho más difícil que antaño.
Los padres fundadores de la Constitución de los Estados Unidos de América eran conscientes del peligro de conferir el monopolio de las armas al Estado. El Leviatán puede volverse contra su pueblo y si éste se encuentra desarmado se perpetuará la subyugación. Por eso, la Segunda Enmienda dice: “Una Milicia bien organizada, es necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar Armas, no se violará.”. Por otro lado tenemos una constitución como la española que declara que el estado «tiene competencia exclusiva sobre la producción, venta, posesión y uso de armas y explosivos». La situación en otros países occidentales es similar a la española; Estados Unidos, junto con México y Suiza son la excepción.
La cuestión es que si mañana el gobierno español, junto con la connivencia del ejército deciden dar un golpe de estado, la población está completamente indefensa. Una situación similar en EEUU se convertiría en una guerra de guerrillas interminable ya que hay casi 400 millones de armas en manos de la población civil.
En este juego de equilibrios no es fácil dar con una solución ideal, ya que ambas políticas (pueblo armado o pueblo desarmado) tienen sus pros y sus contras. Lo que parece evidente es que la mayoría de gobiernos han intentado desarmar a la sociedad. Con esto no quiero insinuar que los gobiernos occidentales contemporáneos mantengan al pueblo desarmado por miedo a una revolución violenta. En las democracias liberales las elecciones cumplen la función de retirar a los malos gobernantes de su poltrona, por lo que la vía militar se hace menos tentadora. De hecho, esto es algo en lo que deberían pensar los cada vez más numerosos críticos de la democracia.
Redistribución de la riqueza
En 1908 el ministro de Hacienda liberal David Lloyd George introdujo una modesta pensión estatal para los mayores de setenta años. Luego, en 1911, le siguió una Ley de Seguro Médico Nacional. Aunque era un hombre de izquierdas, Lloyd George pensaba que esas medidas sociales eran principalmente una manera de ganar votos en un sistema en el que el sufragio estaba cada vez más extendido y el número de pobres superaba al de ricos.
La redistribución es algo muy antiguo que ya se practicaba en las primitivas jefaturas. Los agricultores y ganaderos entregaban el producto de su labor al jefe y éste lo repartía entre todos los miembros de la jefatura. Por el camino, como te puedes imaginar, él se quedaba una parte. Los impuestos se han utilizado desde la primeras sociedades agrícolas con fines loables, como la creación de calzadas, sistemas de regadío, ayudar a los pobres y crear ejércitos para defender a la población. Pero no seamos ingenuos, parte de los impuestos han sido utilizados para financiar proyectos populares que creaban una ilusión de prosperidad compartida y engrandecían a los líderes políticos. Las pirámides egipcias, el viaje a la Luna de Kennedy, o la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia son ejemplos de proyectos carísimos y grandilocuentes que buscan engrandecer al líder a la par que crean un sentimiento de prosperidad entre el pueblo.
Y como decía Lloyd George, es difícil no sospechar de que, al menos en parte, los subsidios, ayudas sociales y contrataciones públicas, son una forma rápida y fácil de conseguir votos.
¿Invalida esto las políticas de redistribución? En absoluto. La redistribución puede ayudar a reducir la desigualdad y compensar a los que han tenido menos suerte en la vida. Y al mismo tiempo, seguir siendo una estrategia muy efectiva para captar votos entre las clases medias y bajas (la mayoría de la población).
Histórico del Gini (indicador de desigualdad) en España antes y después de impuestos
El ciudadano medio no está preparado para evaluar la efectividad y el coste de las políticas redistributivas. Por eso para el político es fácil ganar votos por esta vía. Los inconvenientes por el uso negligente de estas políticas permanecen ocultos para gran parte de la población; sobre todo, para aquellos que salen directamente beneficiados (y no quieren mirar a la verdad a los ojos). Sin embargo, sin saberlo, estas personas podrían ser las más perjudicadas en el medio-largo plazo. Pondré un ejemplo.
Algunos gobiernos con el poder de imprimir billetes han gastado en políticas sociales muy por encima de sus ingresos tributarios. Inicialmente esto favorecerá a muchas personas de clase media y baja. Pero a la larga, la inflación y la inestabilidad de los precios las perjudicará. Pero claro, la mayor parte de las personas no entiende cómo la política monetaria influye en los precios, así que siguen confiando en los políticos que les dieron una ayuda, aunque años después su capacidad para comprarse una vivienda o hacer la compra hayan disminuido notablemente.
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Dios está de nuestra parte
Los faraones egipcios eran considerados hijos de los dioses y los aztecas creían que el poder del monarca emanaba de los dioses. El poder religioso y el político han ido de la mano durante milenios. En esta simbiosis, los sacerdotes legitimaban el poder del rey y éste les correspondía con templos, riquezas y privilegios. En sociedades en las que la vida estaba completamente intrincada con la religión, cuestionar al hijo de un dios o a un enviado de los dioses era muy peligroso. De este modo, incluso si el pueblo podía desafiar el poder militar de la élite política, temía desafiar el poder de los dioses.
A partir de la Revolución Francesa, gobierno y religión empezaron a separarse en Occidente y aunque la religión siguió formando parte de la vida política, su influencia fue descendiendo. No obstante, en el mundo islámico todavía hoy muchos países tienen líderes que ostentan el poder político y religioso al mismo tiempo. Y que aplican la ley islámica, la Sharía, que abarca no solo aspectos religiosos sino también aspectos legales y morales de la vida cotidiana.
Mapa de paises musulmanes y su grado relación entre el estado y la religión
La creación de una ideología común
Dado que los humanos somos… humanos, las élites siempre han sido conscientes de la necesidad de apelar a algo más elevado que ellos mismos a la hora de legitimar sus decisiones y su poder. Hablábamos de la religión, pero en muchos estados modernos, hay otra ideología más importante que ha mantenido la unión de los pueblos y el orden político. Sí, estamos hablando del nacionalismo. Con la creación de los grandes estados deja de haber homogeneidad étnica en las sociedades, por lo que resulta difícil sostener la convivencia entre culturas diferentes. La creación de un sentimiento nacional, de una narrativa conjunta, una historia de la que sentirse orgullosos, se hace indispensable para la cohesión de los estados.
¿Qué tienen en común la mayoría de estadounidenses? Sean negros, hispanos o inmigrantes irlandeses, los estadounidenses comparten la idea del “sueño americano”. Que toda persona, independientemente de su etnia y su posición social, gozará de oportunidades para prosperar y tener éxito en la vida. Tanto si es cierto como si no, esta narrativa se ha infiltrado en las mentes de los estadounidenses a lo largo de generaciones. Otro elemento unificador del país de las rayas y estrellas es el espíritu emprendedor y autónomo que nace en la época de los colonos y la conquista del oeste. La Constitución de los padres fundadores es otro símbolo crucial para dar forma al nacionalismo norteamericano.
Uno de los problemas que están empezando a sufrir algunas democracias modernas es la falta de un relato común. Los relatos que vertebraban la sociedad se han fragmentado provocando conflicto social. Por ejemplo, en España tenemos el relato nacionalista español por un lado y el nacionalista catalán por otro, además del vasco y el gallego. Eso crea fricciones que pueden desencadenar en la ruptura del estado como ya pasó con Yugoslavia en los años 90. Además, a partir de los años 70 del siglo pasado, empezaron a surgir ideologías no nacionalistas; ideologías identitarias que se forman alrededor de rasgos como la raza, el género o la orientación sexual. De cara a mantener la cohesión de un estado, estos relatos son problemáticos porque dividen y enfrentan a los ciudadanos dentro del propio estado. En vez de hacer hincapié en lo que nos une, estas ideologías hacen hincapié en las diferencias.
Con esto no quiero decir que las ideologías nacionalistas que engloban a toda una nación sean mejores (signifique eso lo que signifique) que las identitarias basadas en la raza o el sexo. Sólo quiero reflejar que las primeras favorecen la continuidad del estado y las otras lo desestabilizan. También quiero dejar claro que lo que es bueno para la continuidad y estabilidad del estado no siempre lo es también para todos sus ciudadanos. Por ejemplo, las sublevaciones de esclavos que sucedieron en EEUU durante el siglo XVIII provocó inestabilidad y desorden, pero nadie pondría en duda que fueron legítimas y justas.
En resumen
Desde las primeras jefaturas agrícolas, todo tipo de mecanismos han surgido y evolucionado para que las élites políticas tengan acceso a privilegios, sin que el pueblo llegue a sublevarse. A veces lo consiguen y a veces no. Stalin, Franco y Fidel lo consiguieron, Luis XVI y Mubarak no.
Desarmar al pueblo, ser los responsables de redistribuir la riqueza, obtener el favor de los dioses y crear narrativas nacionalistas han sido cuatro de las estrategias más importantes que la élite política ha usado durante todas las épocas para retener el poder. Estas estrategias pueden variar, pero hay algo que no va a cambiar: la tentación del poder absoluto siempre acecha. Son pocos los virtuosos que consiguen alejarse de las tentaciones y ponen por delante los intereses del pueblo a los suyos propios. Por eso, la élite política debe estar férreamente controlada por el pueblo y las instituciones y nunca debe gozar de un poder absoluto; porque el poder absoluto corrompe absolutamente.
Próximamente publicaré un nuevo capítulo de esta serie, así que permanece atento. La mejor forma es suscribirse a la newsletter.
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