Se han escrito ríos de tinta sobre la gestión de las emociones. Es el tema estrella de libros de autoayuda y eso significa que nos preocupa mucho. Ansiedad, depresión, ira, celos… ¿por qué demonios tenemos que sufrir esas terribles emociones? Algunas religiones y filosofías de vida han etiquetado las emociones como buenas o malas. Sin ir más lejos, el cristianismo señala la ira y la envidia como dos de sus pecados capitales, pero… ¿por qué? ¿Existen emociones malas? Hoy quiero rascar profundo, ir más allá de la superficie y explicarte para qué sirven las emociones. ¡Empecemos!
Si lo prefieres, escucha el capítulo en iVoox, Spotify, Apple o Google.
Me enamoro
No puedo dejar de mirarla. Su largo pelo castaño, su nariz respingona, su grácil forma de andar. No veo el momento para tenerla entre mis sábanas, sentir la presión de su cuerpo y el deseo en su mirada. Me siento eufórico, no podría ser más feliz.
Mientras tanto, bajo mi piel… mis neuronas segregan dopamina y mi corazón se acelera. La dopamina estimula la liberación de testosterona; cada vez estoy más excitado…
No puedo pensar en otra cosa, todo lo que no tenga que ver con ella me es indiferente.
Hoy, nada más levantarme fantaseaba con su cuerpo, me sentía a tope de energía y eufórico solo de pensar que en unas horas estaríamos abrazados en el parque.
Suena el móvil; es mi madre. Olvidé ir a comer; me va a matar…
Si no te has sentido identificado con esta escena es que no has tenido adolescencia 😉
El enamoramiento es un popurrí de emociones: excitación sexual, felicidad, euforia, ansiedad… o, como dirían los evolucionistas, es un conjunto de programas para optimizar la reproducción de tus genes.
Las emociones en la cultura popular
Las emociones permean todo lo que hacemos. Incluso cuando pensamos que tomamos decisiones racionales y meditadas, estamos motivados por emociones que se infiltran y, a menudo, sabotean nuestros planes. Filosofías como la estoica o la budista han buscado anular o restringir algunas emociones por considerarlas inadecuadas para sus objetivos. Lo mismo han hecho muchas religiones. Un ejemplo cercano es el cristianismo, que postula que la ira es uno de los siete pecados capitales.
Si vamos a nuestra librería favorita también nos encontraremos libros de autoayuda que dibujan el miedo, la ansiedad o la depresión como emociones que hay que evitar. En cierta medida todos pensamos que las emociones son “algo que debemos gestionar”. Por ejemplo, no está bien visto tener un ataque de ira en una reunión de trabajo o dejarnos llevar por el deseo sexual en una comida con los suegros. Me atrevería a decir que el control de las emociones es parte de la conquista de la civilización. Cuando vemos en las películas esos festines medievales donde todo es exceso: vino derramado en las mesas, cochinillos enteros en bandejas de barro y prostitutas ligeras de ropa sentadas en las rodillas de los nobles, no podemos disimular un ligero asco (otra emoción, por cierto).
Por otro lado, tengo la sensación de que en las últimas décadas predomina la creencia de que no debemos reprimir nuestras emociones: los hombres deben llorar y las mujeres deben liberar sus instintos sexuales. También se está intentando quitar el estigma que durante mucho tiempo ha tenido la depresión e incluso se defiende que la ira debe tener su lugar.
Y mientras las modas morales van y vienen, dictando qué emociones debemos exteriorizar y cuáles no, las emociones siguen ahí, igual que hace 50.000 años; poco han cambiado.
Las emociones son “programas” adaptativos
Si dejamos de lado la forma en que entendemos las emociones los ciudadanos de a pie, ¿qué nos queda?
Lo más importante para comprender un fenómeno es conocer su origen, a partir de ahí, entenderemos lo demás. Por eso me gusta recurrir a la psicología evolucionista para explicar estos temas, porque va al meollo de la cuestión.
Los psicólogos evolucionistas tienen claro que las emociones existen porque nos han ayudado a sobrevivir y reproducirnos a lo largo de nuestra historia evolutiva. En concreto, han ayudado a la propagación de nuestros genes, esos genes que dan forma a nuestras emociones.
Las emociones son como programas de software que cumplen funciones concretas. Por ejemplo, el deseo sexual (considerada una emoción por los evolucionistas) nos incita a buscar pareja y tener relaciones sexuales con ella. Sin este deseo moriríamos vírgenes: mal plan para nuestros genes.
El programa del deseo sexual se encarga de coordinar los distintos preparativos y comportamientos necesarios para propagar nuestros genes.
Al identificar una potencial pareja el cerebro segrega, sin que podamos hacer nada por evitarlo, varias moléculas que nos ponen en marcha y provocan el deseo sexual. Algunas de estas moléculas son la dopamina, la adrenalina y la testosterona.
Estos neurotransmisores y hormonas provocan cambios en nuestro cuerpo: el corazón nos late más rápido (preparado para actuar), nos sudan las manos, enfocamos nuestra atención, nos ruborizamos, etc, etc.
Por otro lado, nuestra atención se centra en esa mujer que nos vuelve locos. Observamos sus gestos, su mirada. Nada de lo que haga nos pasa desapercibido porque necesitamos registrar cualquier señal que nos indique si ella también nos desea y cómo de predispuesta está a tener relaciones con nosotros o, si por el contrario, le gusta otro hombre.
También nuestra postura y expresión facial cambia sin que seamos conscientes. En el caso del deseo puede ser sutil, pero suficiente para que la mujer de mis sueños intuya mis intenciones.
En el caso de los humanos muchas emociones también emergen en nuestra consciencia. Es decir, en cierto momento, nos hacemos conscientes de que estamos excitados, de que deseamos a esa preciosa mujer. Según el biólogo Humberto Maturana, en el instante que tomamos consciencia de la emoción, ésta se transforma en sentimiento. El lenguaje nos ha dado una etiqueta para eso que sentimos: lo llamamos deseo. Y ser conscientes de él nos facilita tomar decisiones: planificar nuestro acercamiento, alejarnos porque resulta que es la esposa de mi hermano, etc. Es aquí donde sentimos que tenemos algo más de control. La corteza prefrontal, encargada de la autorregulación, intenta tomar el control.
Tipos de emociones
Según los evolucionistas, los humanos nos enfrentamos a tres tipos de problemas fundamentales: supervivencia básica, vida en grupo y reproducción. Y resulta que tenemos emociones (programas) para intentar resolver todos ellos: así de maravillosa es la evolución.
Los evolucionistas entienden el hambre, la sed y el dolor como emociones primarias, de ellas depende nuestra supervivencia. Éstas nos motivan a evitar un daño (dolor) o a perseguir oportunidades (hambre y sed). Si te estás quemando retiras la mano y si tienes hambre mueves el culo para buscar algún fruto o tubérculo..
Como animal social y cultural que somos, las emociones adaptativas para la vida en grupo son muchas y variadas: los celos alejan a otros hombres de tu pareja, la ira obliga a los demás a respetar tu jerarquía dentro del grupo, la culpa promueve el perdón, etc. Todas estas emociones van acompañadas de expresiones faciales y corporales que comunican sin necesidad de mediar palabra. Una persona que se siente culpable agachará la cabeza en señal de perdón, mientras que el iracundo, abrirá la boca, levantará la voz y fruncirá el ceño dejando claro que es mejor no acercarse a él.
Y como ya hemos visto, existen emociones relacionadas con la reproducción, según los psicólogos evolucionistas, la faceta más importante de la vida. El deseo sexual, los celos, el amor de pareja y el amor por los hijos son emociones que promueven tener descendencia, permanecer con la pareja durante el embarazo y la crianza y proteger a los niños incluso al precio de nuestra propia vida. Cuando una madre dice que daría la vida por sus hijos no exagera, las madres humanas, y también las de otros animales, tienen un instinto de protección muy fuerte porque la propagación de sus genes depende de él. Si pierde a sus hijos no le será fácil reemplazarlos (al contrario del hombre que puede tener hijos con muchas mujeres: véase Gengis Khan o Julio Iglesias).
¿Y dónde queda la razón?
Si has llegado hasta aquí, puede que tengas la sensación de que las emociones lo son todo y de que la razón es un títere en sus manos. Esto es cierto en la mayor parte de los animales, cuya corteza prefrontal está poco desarrollada y sus emociones son las dueñas de sus actos. También lo es en los niños pequeños y parcialmente en los adolescentes (se sabe que la corteza pre-frontal no se desarrolla por completo hasta pasados los 25 años).
Pero la razón, al igual que las emociones, está ahí por algo. Somos animales que hemos explotado el nicho cognitivo. Planificar, regular nuestras emociones, razonar y encontrar causas a los sucesos son habilidades que han sobrevivido durante nuestra historia evolutiva y forman parte de nuestro éxito. La razón, junto con la evolución cultural, nos ha permitido crear sociedades de millones de personas distintas que conviven en paz. El desarrollo de la ciencia, motor del progreso material humano, es fruto del razonamiento. El nacimiento de instituciones como la Justicia, la Democracia o los Derechos Humanos son hitos que no se habrían alcanzado solo a base de emociones.
Las emociones funcionan como acicate para que hagamos lo que tenemos que hacer. Nos motivan a pedir perdón cuando hemos hecho daño a alguien, nos motivan a seguir con nuestra pareja a pesar de los altibajos, nos motivan a plantarnos cuando alguien quiere aprovecharse de nosotros y también a defender a nuestros hijos del ataque de un león.
Incluso emociones como la ansiedad, la tristeza o la depresión tienen su razón de ser, al menos desde el punto de vista evolutivo. Recuerda que lo que ayuda a la pervivencia de nuestros genes no necesariamente tiene que hacernos sentir bien.
El conflicto de las emociones y la sociedad moderna
Quiero terminar con una reflexión que inicié en la serie sobre el conflicto entre genes y cultura.
Las emociones son programas biológicos que han evolucionado a lo largo de millones de años en un entorno de pequeñas bandas de cazadores recolectores. Solo en los últimos 10000 años ese entorno ha cambiado radicalmente. Muchos de los antiguos estímulos: depredadores, ataques furtivos de otras bandas o mordeduras de serpiente han desaparecido en el primer mundo. Por contra, han surgido las redes sociales, las empresas, la especialización del trabajo, la vida en las ciudades, los medios de comunicación, etc.
Así que tenemos programas que, en algunos aspectos, se han quedado obsoletos y no responden adecuadamente a las exigencias del siglo XXI. Eso se manifiesta mediante el estrés crónico que provoca algunos trabajos, la sensación de que te pierdes algo en las redes sociales, la terrible soledad de las personas cuyas familias viven lejos y muchos otros fenómenos modernos, que ahora nos parecen normales, pero que a nuestra mente no se lo parecen.
Deja una respuesta