Tras una fuerte discusión con mi madre por asuntos políticos, una vez nos hubimos calmado, me dijo: “Hijo, hace falta que hables sobre política en Polymatas. Necesitamos claridad en un tema tan importante y no la tenemos.”
Desde entonces le he dado muchas vueltas a la cuestión. Sin duda mi madre tiene razón; los ciudadanos estamos perdidos. Guiamos nuestro voto por el miedo, no porque pensemos que tal o cual partido lo hará bien. No confiamos en los políticos, la palabrería de unos y otros nos aturde, nos deja exhaustos. Seguimos adelante porque no sabemos qué otra cosa hacer. Mientras tanto, discutimos con compañeros de trabajo, parejas y amigos por temas que desconocemos profundamente. Nuestras fuentes son los telediarios, las tertulias, las redes sociales y los youtubers. La mayor parte de las veces sesgadísimos por su ideología, demasiado enfocados en el día a día y ausentes de cualquier análisis profundo. Que, por otra parte, es lo que hace falta para comprender la complejidad que la política y la economía llevan en su seno.
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La confusión empieza en el propio concepto de política. ¿Qué es la política y para qué sirve? ¿Por qué la asociamos con cosas negativas? ¿Y qué me dices de la democracia? La palabra “democracia” se ha usado tanto y para tantas cosas que ya no significa nada. Las preguntas sin respuesta nos asedian. Pregunté en Twitter y a la Comunidad de la Biblioteca Polymata y estas son sólo algunas de las preguntas para las que la gente no tiene (y quiere) respuestas:
¿Tengo algún poder de influencia en el devenir de mi país? ¿Hasta qué punto nos manipulan los políticos? ¿Cómo alinear los incentivos de los políticos y los ciudadanos? ¿Los medios de comunicación están comprados por el poder político? ¿Debería el Gobierno meterse en cuestiones morales? ¿Debería participar en política más allá de votar cada cuatro años? ¿La democracia está en decadencia? ¿Hay alternativas válidas? ¿Qué democracias funcionan mejor y por qué? ¿Podríamos incorporar sus ideas o cada cultura y país es único y requiere sus propias soluciones? ¿Por qué la política se ha convertido en un tema que no se puede tocar sin provocar discusiones acaloradas? ¿Cómo debería limitarse el poder de los políticos? ¿Cuál es la influencia real de las empresas y las grandes fortunas en las decisiones políticas? ¿Es realmente la democracia el gobierno de la mayoría o ciertas minorías tienen un poder desproporcionado? ¿Debería el gobierno redistribuir la riqueza o cada uno debería retener lo que ha ganado legítimamente? ¿Cómo pueden los ciudadanos defenderse del Estado si éste tiene el monopolio de la violencia? ¿Tiene el ciudadano medio suficiente información para votar con criterio? ¿Cómo evitar que la política sea monopolizada por los más astutos y narcisistas en vez de por los más capaces y honestos? ¿Quién marca la agenda política? ¿Nuestros genes influyen en nuestra ideología política? ¿Somos responsables los ciudadanos de la calidad de nuestros políticos? ¿Por qué no leemos los programas y preferimos votar con el estómago a personas e ideologías?
Obviamente muchas de estas preguntas no tienen una única respuesta, y mucho menos respuestas sencillas. La política habita el territorio de lo complejo. En la serie que comienza hoy sobre las profundidades de la política no pretendo sentar cátedra ni dar respuestas definitivas, sino darte algunas claves que te sirvan para apartar la niebla que los medios de comunicación y las redes sociales, polarizadas y ancladas en las minucias del día a día, han extendido entre todos nosotros. Para ello, me alejaré del mundanal ruido y acudiré a la filosofía política y ejerceré el pensamiento crítico hasta donde me sea posible. No es que yo no tenga ideología. Pero ante todo tengo la firme determinación de buscar respuestas equilibradas y espero contar con tu ayuda para darme un toque cuando me salga del camino.
Ya te aviso de que no voy a hablar de política actual, ni de partidos o políticos concretos. Quizás lo haga puntualmente para ilustrar algún concepto o clarificar, pero quiero evitarlo todo lo posible porque no quiero activar en exceso tus sesgos ideológicos. Ello te alejaría de mi objetivo principal: que entiendas cómo funciona la política a un nivel profundo. ¿Y eso para qué?
Bien, ahora somos como escritores nóveles que pretenden escribir una novela de éxito sin haber leído buena literatura, sin contar con las habilidades básicas del buen escritor y sin disponer de un vocabulario rico. No podemos hacer una buena crítica del sistema sin comprender cómo funciona. La política cambiará cuando una parte importante de los ciudadanos entendamos qué es lo que no funciona y lo que sí, y les obliguemos a realizar cambios que marquen la diferencia. Mientras tanto, vamos dando tumbos de un lado a otro, avanzando y retrocediendo, porque no sabemos diferenciar lo importante de lo accesorio y no tenemos ni idea de cuál es el camino a seguir.
No pretendo que esta serie se convierta en un curso de filosofía política, aunque trataremos muchos conceptos de ésta. No busco que sea sistemática y tampoco hacer un recorrido histórico a través de los filósofos que han reflexionado sobre cómo debe organizarse la sociedad. Hay mucho material sobre ello en internet. Mi objetivo es menos amplio, pero no menos ambicioso. El reto que tengo por delante es elegir unas pocas ideas importantes y desarrollarlas para presentártelas y motivarte a reflexionar sobre ellas. Así, la próxima vez que leas una noticia o escuches una tertulia, lo harás con otros ojos. Tendrás unas gafas que te ayudarán a entender qué está ocurriendo.
Pero sobre todo, me gustaría que en la próxima cena ilumines a tus amigos sacándoles, por un momento, de la niebla para que vean lo que hay tras ella. Poco a poco esto puede tener un efecto en cadena que nos haga un poquito más sabios y consiga que nuestras decisiones políticas sean más informadas y sensatas.
Quizás pienses que soy un idealista. Y en parte es cierto. Hago esto a pesar de que sé lo difícil de mi empresa. Sé que la mayoría han tirado la toalla en cuestiones de política. Y sé que mi esfuerzo podría caer en saco roto. Sin embargo, mi experiencia me da esperanzas. Cada semana recibo emails de personas a las que un capítulo de Polymatas les ha ayudado a entender un poco mejor el mundo que les rodea. Incluso hay quien me dice que he cambiado su vida a mejor. Así que, ¿por qué no confiar en que esta serie sobre política, uno de los asuntos que más nos preocupan a todos, vaya a tener impacto?
No quiero terminar este primer capítulo sin poner el primero de los ladrillos de la serie. Para ello intentaré responder a las siguientes preguntas fundamentales: ¿Qué es la política? ¿Tienen política los animales? ¿Cuál es el cambio histórico fundamental que dio lugar a las primeras burocracias? ¿Cuáles fueron las primeras funciones de las jefaturas y estados? ¿Cómo se legitimaron los primeros gobernantes? ¿Cómo se mantienen unidos los grandes estados?
¿Qué es la política y quién la necesita?
Muchos cuando piensan en el origen de la política viajan mentalmente a la Atenas clásica de Platón, Aristóteles y Pericles. Allí fue donde se fraguó una protodemocracia que se usó como plantilla para las democracias modernas. Pero la política, en un sentido amplio, es mucho más antigua; podemos rastrearla hasta los albores del Homo Sapiens.
La política no es otra cosa que el conjunto de prácticas e instituciones necesarias para organizar la convivencia de un grupo.
La política responde debe responder a las siguientes cuestiones: ¿Cómo se deben repartir los recursos? ¿Cómo se debe organizar el trabajo de grupo? ¿Cómo se deben resolver los conflictos de intereses?
Las águilas no necesitan política y los guepardos tampoco, pero las hienas, los chimpancés y las hormigas (todos ellos animales gregarios) necesitan algún tipo de políticas para no pisotear los intereses del resto de miembros de la comunidad buscando los propios. Y es que la política es eso. Nace de la pregunta: Dado que vivimos en comunidad, ¿cómo podemos organizarnos de un modo efectivo y pacífico? Esta es una definición muy amplia de política, pero muy adecuada porque va a la esencia misma del concepto.
La diferencia entre la política de humanos y otros animales es que los humanos han hecho explícitas esas prácticas, las han debatido e incluso han dejado constancia de ellas en tablillas de arcilla, papiros y discos duros. La política y la moral están profundamente entrelazadas y, como ya he mencionado en otras ocasiones, nuestra moralidad básica está escrita en los genes. Los animales sociales se sirven de esa protomoral de origen genético para funcionar en sociedades. Pero los humanos hemos ido más allá: hemos reescrito las normas morales y políticas innatas a la par que íbamos creando una civilización cada vez más compleja.
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Una breve y sencilla historia de la organización política
Tal y como explica Jared Diamond en su libro Armas, gérmenes y acero, en el origen de los tiempos, los humanos se organizaban en bandas igualitarias de unas pocas decenas de personas. La mayoría eran de la misma familia, por lo que compartían un objetivo biológico común. Esto simplificaba mucho las cosas. Pese a tener algunos conflictos de intereses, los miembros de una misma familia comparten genes y eso ya es mucho. Todos quieren que hijos y nietos prosperen dando continuidad al linaje.
Con el tiempo las bandas se agruparon y dieron lugar a tribus que superaban los cien individuos. Ahí los lazos genéticos ya no estaban tan claros, pero el número de personas era suficientemente reducido como para que todos se conocieran. Los conflictos se solucionaban hablando entre las familias. Solía haber un Hombre Grande, un líder, pero no tomaba las decisiones; era más bien un facilitador y un mediador. Alguien que por su experiencia y habilidades era escuchado y respetado por todos.
Con el advenimiento de la agricultura, la producción de alimentos aumentó notablemente y algunas tribus crecieron hasta formar jefaturas de miles de personas. Dado que los agricultores y ganaderos tenían excedentes, podían alimentar a personas fuera de su familia. Algunos miembros de las jefaturas ya no necesitaban conseguir su comida (por primera vez en la historia) y se pudieron dedicar a otras tareas. En ese momento nacieron las primeras burocracias. La única responsabilidad del jefe era liderar la jefatura, tomando las decisiones importantes junto con unos pocos burócratas elegidos por él (normalmente de su propia familia). Su poder era mayor que el del Hombre Grande de las tribus. Estaba más cerca de un rey que de un mediador.
Las jefaturas eran tan populosas que, por primera vez, las personas empezaron a cruzarse con desconocidos. De modo que tuvieron que aprender a encontrarse con extraños cada día sin intentar matarlos. Parte de la solución a este problema consistía en que el jefe ejerciera el monopolio de la violencia.
Las jefaturas también empiezan a usar la redistribución. Esto significa que los burócratas recolectan la cosecha para luego repartirla entre su pueblo. Cuando una parte de estos recursos empiezan a ser consumidos por los propios burócratas, aparecen los impuestos. Los jefes no sólo exigen comida y otros bienes, también reclaman a sus ciudadanos que trabajen en obras públicas como canales de riego, tumbas y templos.
En este punto es importante señalar que el sistema político de las jefaturas presenta un gran dilema. Por un lado puede ser beneficioso, ya que proporciona servicios costosos que serían difíciles de obtener individualmente. Pero a menudo opera como una cleptocracia, transfiriendo la riqueza de las clases bajas a las élites. La distinción entre un cleptócrata y un líder sabio es principalmente de grado: se reduce a cuántos impuestos retienen las élites y cuánto valoran los ciudadanos el uso del resto de sus impuestos.
Un problema importante que enfrentan los jefes es el de la legitimidad. Y ser un elegido de los dioses, o mejor todavía, ser un dios en la tierra, siempre ha sido una vía efectiva de legitimar el poder. A veces el mismo jefe político era también el líder religioso supremo, pero en otras ocasiones eran los sacerdotes los que hablaban con los dioses y apoyaban al jefe a cambio de sus favores: riqueza, honores, templos, etc. Además de reforzar la legitimidad del líder, la religión reporta dos importantes beneficios a las sociedades centralizadas:
En primer lugar, la ideología o religión compartida ayuda a resolver el problema de cómo han de vivir juntos los individuos no emparentados sin matarse unos a otros, proporcionándoles un vínculo no basado en el parentesco.
En segundo lugar, da a la gente una motivación, distinta del interés genético, para sacrificar su vida en nombre de otros. A costa de algunos miembros de la sociedad que mueren en la batalla, la sociedad en su conjunto se hace mucho más eficaz para conquistar otras sociedades o resistir a los ataques.
Puede que todo esto te huela un poco a rancio, ya que en muchas sociedades modernas (en toda Europa, por ejemplo) la religión se ha divorciado del Estado. La legitimidad del Primer Ministro o del Presidente de la nación ahora procede del pueblo. Si han ganado las elecciones, entonces tienen derecho a gobernar. Pero esto es relativamente nuevo. Todavía algunos estados son teocracias cuyo gobierno ostenta el poder político y religioso. Irán y Afganistán son dos ejemplos paradigmáticos.
En el último escalafón de las formas de organización social, están los estados. El Egipto de los primeros faraones es considerado el estado más antiguo y tiene sólo 5000 años de antigüedad. Los estados se diferenciaron de las jefaturas de varias formas. La fundamental es que se organizan de acuerdo con líneas políticas y territoriales, no según las líneas de parentesco que definían a las bandas, las tribus y las jefaturas sencillas. Por otra parte, las bandas y las tribus están formadas por un solo grupo étnico y lingüístico (la mayoría de las jefaturas también). Los estados, por contra, suelen ser multiétnicos. En la elección de los burócratas se tiene en cuenta la capacidad y la formación además del parentesco. La complejidad aumenta y el reto de la gestión debe ir acompañado de habilidades acordes al mismo.
Además de contar la fuerza del número, las jefaturas y los estados tienen otras dos ventajas bélicas que les han hecho prosperar mediante la conquista de sociedades con organizaciones políticas más simples. En primer lugar, la toma de decisiones centralizada permite concentrar tropas y recursos de manera eficiente. En segundo lugar, el fuerte sentido patriótico y las religiones oficiales presentes en muchos estados motivan a sus soldados a luchar con pundonor. Esta mentalidad arraigada en los ciudadanos de los estados modernos, imbuida por escuelas, iglesias y gobiernos, a menudo nos hace olvidar que eso no siempre fue así. Todo apunta a que los estados y las religiones han explotado el instinto humano de defender su tribu a toda costa. Lo que han conseguido los grandes estados es hacer sentir a la gente que el Estado es su tribu.
En resumen
El ser humano no es el único animal político, pero sí el más sofisticado. El lenguaje, su capacidad para pensar de forma abstracta y su potencial para la cooperación lo hacen único. El punto de inflexión que nos llevó a las sociedades políticas complejas fue el descubrimiento de la agricultura que incrementó notablemente la densidad de población y nos convirtió en animales sedentarios que vivían cada vez en grupos más grandes. El hacinamiento nos planteó el reto de cómo prosperar sin matarnos unos a los otros. Los jefes y la burocracia salieron en nuestra ayuda. Pero eso trajo consigo grandes desigualdades de riqueza y poder, así que desde entonces, buscamos que una élite política se ocupe de promover la cooperación y la seguridad, al mismo tiempo que evitamos que esa minoría use su poder para subyugarnos y extraer los frutos de nuestro trabajo.
Próximamente publicaré un nuevo capítulo de esta serie, así que permanece atento. La mejor forma es suscribirse a la newsletter.
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