Siempre me ha horrorizado la violencia. Siempre me ha fascinado la violencia.
Desde niño he sido muy sensible, me pegaba con los niños del colegio que torturaban a las lagartijas y solía ponerme en el lado de los más vulnerables. Mi primer roce con el Horror fue en una exposición de elementos de tortura. No recuerdo dónde era ni la mayoría de lo que vi, pero recuerdo como si fuese ayer el Toro de Falaris. Una esperpéntica y retorcida forma de tortura de la antigua grecia que consistía en introducir al pobre desgraciado dentro de un toro metálico y poner una hoguera debajo. El toro tenía boca por donde salían los alaridos de la víctima.
No podía concebir aquello.
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El día de Navidad rememoré ese momento en casa de mis abuelos cuando encontré un libro que debieron comprar en una exposición de Florencia similar a la que yo vi. Cada página muestra una foto de un instrumento de tortura o un grabado sobre alguna espeluznante práctica de terror y siempre viene acompañada de una detallada descripción de la tortura. Mientras lo leía con estupor, no dejaba de preguntarme cómo llegamos a tales extremos de maldad, pero también, qué sucesos nos llevaron a abolir esa barbarie.
La mayoría de nosotros vivimos toda nuestra vida lejos del Horror. Por eso, he creído conveniente hablarte hoy de este tema tan siniestro, porque éste no desaparece por mirar a otro lado, sino más bien al contrario, y porque nadie nos garantiza que un día el Horror no llame a nuestra puerta algún día.
Advertencia: En este artículo hay descripciones que pueden ser muy duras. No recomiendo que lo lean niños ni personas muy sensibles.
El Horror
El horror está más allá del miedo. El miedo es una emoción útil que nos mueve a alejarnos de algo dañino. Si colocamos el miedo y el horror en una escala de displacer, el horror está varios órdenes de magnitud por encima. Digamos que el miedo podría ser un 10 y el Horror un 1000. Quiero dejar esto claro porque parte del fin de este artículo es hacerte ver que lo que a menudo llamamos horror no es tal cosa.
En el lenguaje común decimos que el trap es una música horrible, o que nuestras vacaciones fueron horribles, porque diluvió todos los días. En mi opinión ese es un uso incorrecto del término, porque entonces; ¿cómo describo lo que siente el hombre que está siendo atado a la rueda antes de ser golpeado con una barra de hierro una y otra vez hasta que sus rodillas, tibias, caderas, muñecas y codos estén destrozados?
El Horror ha desaparecido de nuestras vidas. Lo más cerca que estamos de él es viendo una película de las series Saw o Hostel o los pocos atrevidos que se atreven a ver la prohibida Saló o los 120 días de Sodoma. Sin embargo, no nos engañemos, por mucho que te metas en una película no deja de ser una película. Las torturas de Saw nos parecen grotescas, incluso graciosas. No podemos creernos la creatividad de Jigsaw (el sádico muñeco torturador) para provocar terror. Pero lo cierto es que nos parece algo irreal, tan irreal como cualquier película de fantasía, solo que de peor gusto.
Métodos de tortura
En verdad, si te has molestado en investigar un poco sobre la crueldad humana, Jigsaw no era tan creativo como parece. Veamos algunos inventos de tortura que describe sucintamente Steven Pinker en su monumental Los Ángeles que llevamos dentro.
“En una serie de grabados aparecen víctimas colgadas por los tobillos y cortadas por la mitad desde la entrepierna hacia abajo; en el texto se explica que este método de ejecución se usaba en toda Europa para crímenes entre los que se incluían la rebelión, la brujería y la deserción militar. (…)
A algunas víctimas también se les ponía la Máscara de la Infamia con forma de cabeza de cerdo o de asno tanto para humillarlas públicamente como para que sufrieran el dolor de una hoja o un pomo metido a la fuerza en la boca o la nariz que les impedía llorar o gemir. La Horca del Hereje tenía un par de puntas afiladas en cada extremo: una se apoyaba bajo la mandíbula de la víctima y la otra en la base del cuello, de modo que, cuando los músculos terminaban exhaustos, el propio desdichado se empalaba por ambos sitios.“
Es posible que estas descripciones te resulten desagradables, pero luego irás a merendar un bocadillo de mortadela y a otra cosa. A eso me refiero con que estamos desvinculados del Horror. Por mucho que veamos películas dantescas o visitemos una exposición artefactos de tortura, jamás experimentaremos el Horror que sintió esa mujer que fue quemada lentamente en la hoguera, o ese hombre, al que le sacaron los intestinos poco a poco y que tardó horas en morir. Sólo la víctima entiende qué es el Horror.
Pero eso no lo convierte en algo ajeno. Tú pudiste nacer en el siglo XVI y haber sido acusada de brujería por un vecino envidioso. Tus senos pudieron ser desgarrados con garfios metálicos antes de ser quemada lentamente a la vista de todos.
Uno de los métodos de tortura y ejecución elegidos para los delitos graves era la rueda, y no era ninguna broma. Un cronista de 1607 contaba que “la víctima se convertía en «una enorme marioneta que chillaba y se contorsionaba bañada en sangre, un muñeco con cuatro tentáculos, un monstruo marino, carne cruda, viscosa e informe mezclada con astillas de huesos machacados»
Quizás pienses que hablarte de esto es una forma de tortura gratuita, pero no lo es. Creo que cuanto más nos acercamos a concebir ese Horror más empatizamos con la víctima y más compasivos nos volvemos. Y la compasión, al contrario de lo que piensan algunos, es una virtud necesaria para el progreso moral.
En la Edad Moderna temprana, las torturas y ejecuciones eran usualmente un espectáculo público. No sólo eso, el público a menudo participaba tirando piedras, heces, golpeando y mofándose de la víctima… La gente probablemente estaba tan insensibilizada al dolor ajeno que la mayoría eran incapaces de sentir un mínimo de compasión.
Tortura animal
Esto, por supuesto, era extensible al maltrato animal. Pinker lo expresa así en su libro sobre la violencia:
“la función práctica de los castigos crueles era sólo una parte de su atractivo. Los espectadores disfrutaban con la crueldad aun cuando no sirviera para ninguna finalidad judicial. Torturar animales, por ejemplo, era una diversión sana. En el París del siglo XVI, una forma popular de entretenimiento era la quema de gatos: en un escenario, izaban un gato en una eslinga y lo bajaban lentamente hasta una hoguera. Según el historiador Norman Davies, «los espectadores, reyes y reinas incluidos, reían a carcajadas y chillaban mientras los animales, aullando de dolor, eran chamuscados, asados y por último carbonizados». También gozaban de popularidad los combates de perros, las corridas de toros, las peleas de gallos, las ejecuciones públicas de animales «criminales» y el hostigamiento de osos, en el que se encadenaba un oso a un poste y unos perros lo destrozaban o morían en el intento. Incluso cuando no estaban disfrutando activamente de la tortura, en general los individuos mostraban una espeluznante indiferencia ante la misma.”
Apuesto que cualquier persona se horrorizará ante estas palabras. No obstante, en nuestros días, perros y gatos son tratados por muchos como si fueran personas. Eso sí, no por todos; la carne de perro todavía se consume en algunos lugares del mundo.
Hoy rechazamos la violencia innecesaria casi unánimemente. Pero la naturaleza humana no ha cambiado en los últimos 500 años. Nuestros impulsos moralistas, nuestro deseo de venganza y castigo siguen presentes. Al menos ahora tenemos formas más civilizadas de poner a la gente en la picota. Por ejemplo, tal y como explica Pablo Malo en su libro Los peligros de la moralidad, cancelando y difamando en redes sociales.
En algunos aspectos no somos tan diferentes de nuestros antepasados. Mientras mimamos a nuestros perros con piensos premium y peluquería canina, comemos pollos que han pasado su mísera y corta vida encerrados en jaulas diminutas similares a las que metían a los criminales hace unos siglos.
Funciones de la tortura
Las prácticas de tortura de los siglos XV y XVI no eran un simple divertimento de verdugos e inquisidores. Hasta mediados del siglo XVI, los sistemas penitenciarios de castigo, tal y como los conocemos hoy, no existían. La gente estaba en permanente estado de inseguridad. La policía y la justicia tampoco eran como lo son ahora; si pensamos que la justicia actual no funciona bien, nos habría sorprendido la impunidad de los delincuentes antes del siglo XVIII.
Cuando alguien te acusaba de un delito, la tortura era el último recurso para conseguir la confesión. Ahora bien, ¿cómo convencías a un tribunal de la inquisición de que no eras una bruja? ¿o de que no habías cometido herejía? Desde nuestra perspectiva podemos pensar en lo absurdo y cruel que era el sistema. Una persona a la que están estirando en el potro dirá lo que quieras oír sólo para que pares. Pero claro, a falta de medios, tecnología forense y un sistema legal más sofisticado, la prueba de la confesión fue durante mucho tiempo una de las pocas pruebas “sólidas” que había para condenar a los criminales.
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La caza de brujas
Como es bien sabido, la caza de brujas fue uno de los periodos más vergonzantes de la Europa Renacentista y el ejemplo paradigmático del Horror. El historiador José Hormayr, proporciona un extracto detallado de una vieja crónica de las torturas y ejecuciones de la familia Pappenheimer cuyos miembros fueron acusados de brujería.
«En Múnich a 29 de julio de 1600, seis personas fueron ejecutadas en la forma siguiente: El vagabundo y mendigo Pablo Gamperl fue empalado, a su esposa se le amputó los senos, y tanto ella y dos de sus hijos tuvieron esos pechos untados en sus bocas. Además, otros dos hombres fueron ejecutados. Sus brazos estaban rotos en la rueda, y más tarde fueron quemados vivos.
Habían confesado ser devotos del diablo, y con su ayuda, en particular, mediante un ungüento mágico diabólico, haber contribuido a la muerte de al menos 400 niños y más de 50 personas de edad. Paul Gamperl fue condenado por ser directamente responsable de 44 asesinatos; en total, los seis fueron condenados por 74 asesinatos. Además, habían sido acusados de numerosos actos de robo, hurto y robos nocturnos, donde habían saqueado casas matando a sus habitantes. También tenían, de acuerdo con los cargos, acusaciones de incendiar aldeas y mercados, con el fin de salirse con la mercancía en la confusión siguiente. Además, se habían conjurado con el mal tiempo, asesinado vacas en el campo, robado iglesias y vendido las hostias a los judíos.»
La tortura y ejecución pública tenía una segunda función: la de intimidar. El castigo público debía conmocionar, horrorizar y disuadir. Querían que se propagase la voz: si mañana haces algo parecido, esto es lo que te espera. Como he dicho, la vida en la Era Preindustrial podía ser muy dura. Si ya de por sí era difícil traer comida a la mesa cada día, imagina que te robaran las cinco cabras de las que dependías para sobrevivir. A falta de un sistema policial efectivo, la disuasión era vital.
¿El fin de la tortura?
El siglo XVII, y sobre todo, el XVIII fue un periodo de cambio. Primer lentamente y luego drásticamente, los paises europeos fueron eliminando la tortura como vía para conseguir confesiones. Hacia 1850 gran parte de los países europeos habían abolido la tortura judicial. Eso no implica, ni mucho menos, que se eliminase por completo. Lo que significa es que, desde entonces, la tortura dejó de tolerarse abiertamente en los procesos judiciales y en las ejecuciones.
Al menos hubo dos grandes motivos para este cambio histórico: los nuevos sistemas penitenciarios y el cambio moral traído por las ideas ilustradas. Cito a Pinker:
“A finales del siglo XVI, en Inglaterra y Holanda, el encarcelamiento empezó a sustituir a la tortura y la mutilación como pena para delitos menores. No supuso exactamente una mejora. Los prisioneros tenían que pagarse la comida, la ropa y la paja, y si su familia no podía hacerse cargo, tenían que arreglárselas sin ello. A veces debían pagar por «el aflojamiento de los grilletes», es decir, ser liberados de collares de hierro con pinchos o de barras que les sujetaban las piernas al suelo.”
Un punto de inflexión fue la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano firmada en París en 1793 y la Constitución de los Estados Unidos firmada en 1787. Ambos documentos reflejaron el sentir de una época en la que los ciudadanos reclamaban libertad y unos derechos que ya no eran otorgados por Dios ni por el Rey, sino que eran derechos naturales que todos tenían por el hecho de ser humanos.
Estos documentos fueron la culminación de décadas de críticas llevadas a cabo por pensadores ilustrados que veían la tortura como un sinsentido inhumano e injusto. De todos los pensadores, quizás el más influyente fue Cesare Beccaria. En palabras de Pinker:
“El más destacado de todos estos testimonios fue el del economista y científico social milanés Cesare Beccaria, cuyo superventas de 1764 De los delitos y las penas influyó en todos los pensadores políticos importantes del mundo cultivado, entre ellos Voltaire, Denis Diderot, Thomas Jefferson y John Adams. Beccaria empezó por lo básico, esto es, que el objetivo de un sistema de justicia es lograr «la máxima felicidad para el mayor número de personas» (expresión adoptada más adelante por Jeremy Bentham como lema del utilitarismo). Así pues, el castigo sólo se puede usar de forma legítima para disuadir a las personas de causar a otras personas más daño del que ellas mismas han sido objeto. De ello se deduce que un castigo ha de ser proporcional al delito —no para equilibrar cierta misteriosa balanza cósmica de la justicia sino para establecer la adecuada estructura de incentivos— (…) Una visión lúcida de la justicia penal también conlleva que la certeza y la prontitud de un castigo son más importantes que su severidad, que los juicios penales han de ser públicos y basarse en pruebas, y que la pena capital es innecesaria como elemento disuasorio y no debe figurar entre los poderes que le sean concedidos a un estado.“
Este cambio civilizatorio hizo que la tortura y la ejecución pública pasasen de ser un espectáculo a algo de lo que avergonzarse.
Desafortunadamente, los regímenes absolutistas del siglo XX volvieron a poner la tortura de moda. Lo que nos recuerda que los avances morales se ganan y se protegen o se pierden. Nadie puede garantizar que en un futuro los estados no retomen las prácticas del horror contra sus ciudadanos o contra otros pueblos.
Últimas reflexiones
El Horror ha desaparecido de nuestras vidas. Las torturas descarnadas de los siglos XV y XVI ahora se ven como fenómenos extraños de unos locos principios de la Modernidad. Una época en la que la inseguridad, la falta de medios, el fanatismo religioso y el escaso valor de la vida humana trajeron laceraciones, amputaciones, hogueras y terror.
Cuando la gente habla de Horror suele poner de ejemplo el Holocausto; porque es un periodo reciente de nuestra historia. Sin embargo, incluso los nazis llevaron a cabo sus peores atrocidades en campos de concentración alejados de la vista de todos.
Esto no fue así durante la caza de brujas o los juicios por herejía de las inquisiciones. El Horror se normalizó convirtiéndose en espectáculo.
El progreso social y humanitario que han traído las democracias liberales nos protege de recaer en la barbarie, pero nada garantiza que esto sea así para siempre. Por eso debemos defender los principios ilustrados de la razón y el humanismo por delante de todo lo demás: la nación, las tradiciones, la religión y la defensa de ideales utópicos como la igualdad extrema. Debemos rehuir del iluminado que pretende llevar a cabo una revolución en pos de una utopía y del moralista que reclama la pureza, ya sea religiosa o secular.
Rosario Garcia Aribau dice
Bueno Val, es verdad, junto con las descripciones he sentido curiosidad y repulsa a la vez, lo cual indica que estoy emparentada con la barbarie.
El hecho de que existieran víctimas es penoso, pero y los verdugos? cómo empatizar con ellos, si nos ponemos a realizar un ejercicio de franca empatía.
Val Muñoz de Bustillo dice
Hola Rosario:
Empatizar con los verdugos es difícil, desde luego. Fuera de mi alcance por el momento 🙂
Gracias por pasarte por aquí.
zahorin dice
Excelente artículo.
Sobre la Inquisición y las brujas, por lo que yo sé, no fue la Iglesia católica la que más persiguió y mató a brujas, sino la protestante en Alemania, Países Bajos y Reino Unido principalmente.
Y con alguna epidemia decidieron acabar con ella asesinando a comunidades de judios.
En los juicios de la Inquisición tenían «derechos», aunque pocos.
Val Muñoz de Bustillo dice
Gracias por tu comentario, Zahorin.
Es cierto que las inquisiciones del centro de Europa mataron más brujas. Yo no digo lo contrario en el artículo, ya que hablo de inquisiciones en general.
También es cierto que tenían ciertos derechos, aunque no deja de ser anecdótico cuando lo que están haciendo es juzgarte por brujería (algo que no existe).
Saludos!