Los seres humanos nacemos con el instinto de compararnos con nuestros semejantes. Medimos nuestra valía mirando de reojo a nuestros amigos, hermanos y compañeros de trabajo. La envidia es un sentimiento que todos vivimos en algún momento, y que puede corroernos por dentro si se apodera de nosotros. Poco se habla de la envidia, es un tema tabú, jamás oirás a alguien decir que hizo esto o aquello por envidia. La disfrazamos de enfado, de crítica constructiva o de indignación porque todas estas son emociones más aceptadas socialmente que la envidia. Pese a todo, la envidia en pequeñas dosis es un sentimiento necesario, que ayuda a los grupos a cohesionarse y a a las personas a superarse. La envidia es sin duda uno de esos grandes principios que dirigen el mundo y que debes conocer en profundidad. Empecemos.
El tabú
Caín mató a Abel por envidia. La envidia es uno de los 7 pecados capitales del cristianismo se encuentra en otras religiones que la condenan de una u otra manera. También se encuentra en todos los textos literarios y en los refranes de todas las épocas y en los mitos de todas las culturas. Aún así, rara vez se habla de ella. Es algo siempre ajeno, algo que sufre el otro, nada que ver con nosotros. Negamos y ocultamos la envidia porque admitirla sería mostrarnos a los demás como inferiores, imperfectos, débiles y malas personas.
La envidia también se encuentra institucionalizada en muchos gobiernos modernos. Las medidas populistas contra las élites sin ningún fin práctico para contentar a las masas son un buen ejemplo de ello. Si bien no esperes que se mencione explícitamente cuando se comuniquen estas políticas, la envidia forma parte de sus cimientos.
Una radiografía de la envidia
Helmut Schoeck, sociólogo alemán conocido por ser autor de La envidia y la sociedad, describe la envidia como un sentimiento de odio hacia alguien que pensamos que disfruta de una ventaja material o inmaterial sobre nosotros. Ese sentimiento de descontento nos hace desear en muchos casos la destrucción de aquello que envidiamos.
Las principales características de la envidia
Ocurre entre iguales. Se produce mayoritariamente entre iguales y próximos. La envidia nace por comparación y generalmente nos comparamos con quien tenemos más cerca. Por ello, una de las primeras y más poderosas envidias se produce entre hermanos.
“La envidia es el dolor por la buena fortuna de los otros. Envidiamos aquello que está cerca en la distancia y en el tiempo, en la edad o en la reputación»
Aristóteles
Al contrario de lo que suele pensarse, la envidia no se da tanto con el que tiene mucho más que nosotros. Es raro que envidies a Bill Gates a no ser que seas Steve Jobs. Lo habitual es envidiar al compañero de trabajo que gana un poco más que tú o a tu vecino que tiene una novia encantadora mientras tú sigues soltero. A veces es suficiente algo tan nimio como que a tu hermano le haya tocado una croqueta más que a ti en la cena. Por cierto, la envidia por la comida posiblemente sea uno de los instintos más primitivos y poderosos que existen.
El envidioso es el principal perjudicado. Produce un sentimiento de odio que atormenta al que lo siente y puede degenerar en una especie de masoquismo que algunos convierten en forma de vida. Además, suele venir acompañada de un sentimiento de culpabilidad.
No se puede eliminar. Es imposible escapar de ella. La envidia está en la mente del envidioso y es subjetiva, por mucho que se eliminen algunas desigualdades, el envidioso siempre encontrará algo que envidiar.
Es irracional. El envidioso tiene más interés en destruir lo que el otro tiene que en conseguirlo él. Tras el deseo destructor de la envidia se oculta la idea de que, a la larga, es demasiado fatigoso tener las cualidades o propiedades del envidiado. En su mundo ideal lo mejor es que ninguno de los dos las tengan.
El envidioso se centra en el objeto de la envidia, pero no se plantea cómo fue adquirido. Por ejemplo, siento envidia de mi amigo que se ha comprado un BMW, pero no me planteo los sacrificios que tuvo que hacer para conseguirlo.
¿Origen evolutivo?
Por lo general, el surgimiento de las emociones en los seres vivos no es algo caprichoso. La mayor parte, sino todas, cristalizaron en nuestro ADN a lo largo de miles de generaciones porque ayudaron a nuestros antepasados a sobrevivir y reproducirse. Piensa en lo siguiente: una de las consecuencias de la envidia es que nos hace mantenernos más alerta. Así, un animal más envidioso que otro podría prestar más atención a la comida y cuidados que reciben sus hermanos y reclamar más para él. Si sus hermanos no hacen lo mismo, podrían tener menos probabilidades de sobrevivir.
La envidia no parece ser una excepción y aunque todavía falta mucha investigación al respecto, algunos estudios (1, 2) parecen sustentar la tesis de que la envidia ha ayudado a que muchos de nuestros antepasados sobreviviesen, dando ciertas ventajas (a los que la poseían) en la competición por el alimento y las parejas sexuales.
Otro indicio de su origen evolutivo es su presencia en otros animales sociales, como los perros, que podrían haber desarrollado este sentimiento por motivos similares al nuestro.
La evitación de la envidia
Dada la hostilidad de las personas envidiosas, los envidiados han tratado por todos los medios de no recibir su atención. En algunas culturas donde se cree en la hechicería y el mal del ojo, aquel que sobresale tiene pavor por lo que le pueda pasar a él y a su familia. Por ello, el sujeto de la envidia ha desarrollado comportamientos como la modestia para no ser objetivo fácil. ¿Cuántas veces has oído: “esto ha sido solo suerte” en boca de alguien que ha tenido éxito? Al parecer estamos muchos más abiertos a aceptar que alguien destaque cuando la suerte le ha echado una mano que cuando ha ocurrido gracias al trabajar duro o a sus habilidades innatas.
El sentimiento de culpa también es habitual entre los “privilegiados”. Esta emoción les impide disfrutar de sus logros ya que sienten que no se merecen su suerte y sufren por tener cuando otros no tienen.
“Experimento una desazón por estar sano cuando hay tantos enfermos, de ser dichoso habiendo tantos desgraciados, de tener dinero cuando hay tantos que no lo tienen, y de ejercer una profesión interesante, mientras que son tan numerosos los que gimen bajo el peso de un odiado trabajo…”
Paul Tournier
Una consecuencia de segundo orden de la evitación de la envidia es la conformidad de grupo, que ocurre cuando los miembros de un grupo cambian su comportamiento, opiniones y actitudes para encajar con las opiniones del resto, y así evitar ser el foco de sus burlas o miradas de desprecio. No hace falta que diga el daño que hace esto a la innovación y al progreso. Cuando los más inteligentes, hábiles, valientes y despiertos no explotan al máximo sus capacidades por no despertar envidia, el grupo desperdicia el potencial de sus miembros más capaces. Afortunadamente los genios a menudo son excéntricos y obstinados y son capaces de abrirse camino.
Para ver cómo funciona la evitación de la envidia en su máxima expresión merece la pena leer a Raymon Firth, etnólogo que hacía el siguiente comentario sobre una tribu de la Melanesia: “Si un hombre captura aunque no sea más que uno o dos peces, mientras que sus compañeros no han cogido ninguno, arroja al mar su pesca. De no hacerlo así, se expondría a un mal golpe”. Cuando la envidia se institucionaliza de esta manera, el progreso del grupo puede quedar completamente mermado.
La realidad es que la envidia siempre estará ahí. Puede que tu vecino tenga la misma casa y el mismo coche y un trabajo igual de bien pagado que tú, pero envidiarás su sentido del humor, su valentía o su capacidad para disfrutar de la vida.
“Solo cuando se tiene valor para reconocer o ignorar como tal al… envidioso (porque se comprende que no se le puede satisfacer nunca ni se puede evitar su presencia), se llega a la liberación del falso sentimiento de culpabilidad.”
Helmut Schoeck
Cómo la envidia moldea la sociedad
Según Helmut Schoeck, la evitación de la envidia funciona como mecanismo de autorregulación de las sociedades ya que desincentiva que los individuos abanderen su individualidad y fomenta la conformidad de grupo. Si bien esto pone trabas a la innovación y al cambio, también ayuda a mantener la unión del grupo. Porque, ¿qué pasaría si cada uno fuese por su cuenta?, ¿y si cada idea feliz se llevase a cabo? Cierta dosis de envidia y de su reflejo, la evitación de la envidia, sirve de pegamento del grupo y conserva las tradiciones.
Otro modo en el que la envidia moldea la sociedad es a través de las revoluciones. Helmut Schoeck ve la envidia pública como un sistema de control del poder e incluso como un factor detonante de la revolución. Según él, la envidia jugó un papel importante en la revolución francesa. Las aguas se agitaron por una creciente envidia hacia los nuevos aristócratas, gente que venían del pueblo con los que el pueblo se comparaba. Ese sentimiento de envidia que a veces es pasivo, silencioso y autodestructivo, se puede convertir en acción y agresión en determinadas circunstancias.
Schoeck pensaba que para el buen funcionamiento de una sociedad hace falta algo de envidia, pero que cuando ésta es demasiado acentuada el perjuicio es mayor que el beneficio. Si la cultura y las leyes no ponen límites claros a la envidia de todos hacia todos, una sociedad es incapaz de prosperar. Ese papel limitador lo han tenido históricamente algunas religiones e instituciones legales como el principio de inocencia o la propiedad privada. Por ejemplo, en una sociedad sin principio de inocencia, los envidiosos tendrían muy fácil ir contra el sujeto de su envidia. En la Atenas clásica donde el ostracismo estaba institucionalizado, resultaba muy fácil para los envidiosos destruir a aquellos que envidiaban, solo tenían que votar para condenarlos al exilio.
¿Sentimiento de injusticia o simplemente envidia?
Es posible que en alguno de los ejemplos que he puesto hayas pensado: “Eso que dices no es envidia, es indignación ante una injusticia”. Es cierto que puede haber indignación ante una injusticia sin que haya envidia pero, a menudo, estos dos sentimientos se solapan y además, el envidioso es hábil disfrazando su envidia mediante sentimientos de indignación.
Imagina que tu vecino Rodolfo se ha comprado un coche nuevo bastante ostentoso. Sabes que no gana más que tú, así que le dices a tu mujer algo irritado: “Rodolfo se ha comprado un Porsche. Con su sueldo es imposible que se lo pueda permitir, seguro que en un año lo acaba vendiendo…”. Estarás conmigo en que es un caso claro de envidia, quizás ni siquiera te guste el coche, pero te da rabia que se lo haya comprado.
Pero veamos otra posible reacción: “Rodolfo se ha comprado un Porsche, menudo despilfarro de dinero, teniendo en cuenta toda la gente que no tiene para vivir, debería darle vergüenza”. Aquí podríamos pensar que no tenemos envidia sino una indignación legítima ante el despilfarro de Rodolfo. Pero cuidado, nuestra mente es experta en construir historias que nos hagan sentirnos bien con nosotros mismos, y la envidia no es una emoción agradable, así que la racionalizamos a través de un sentimiento de indignación legítima.
Un último ejemplo. Te enteras de que Rodolfo ha cogido parte de los ahorros de sus hijos para comprarse un coche nuevo. Sabes que sin ese dinero los hijos difícilmente podrán ir a una buena universidad y como los conoces te sientes mal por ellos. Y le dices a tu pareja: “Rodolfo se ha gastado los fondos de la universidad de sus hijos para comprarse un Porsche y eso que tienen un coche que va perfecto. Ya le vale, está jugándose la educación de sus hijos por un capricho”. Aquí parece que hay una indignación legítima carente de envidia, pero no olvidemos que el ser humano se compara constantemente con sus semejantes y nuestra autoestima depende en parte de cómo salimos parados al compararnos con los demás. Aunque tu indignación pueda ser legítima, se consciente de nuestra tendencia a hacer de menos a los demás para elevarnos nosotros. Esto no tiene por qué ser algo deliberado ni consciente, pero ocurre constantemente.
Hemos visto que en la indignación por una injusticia no tiene por qué haber envidia, pero, también sabemos que nuestra mente hace grandes esfuerzos por darnos una mejor visión de nosotros mismos, así que, permanece alerta a ese tipo de sentimientos e intenta evaluarlos de forma objetiva. Y si es envidia, no te atormentes, todos la sufrimos. Al ser más consciente de ella serás capaz de contener mejor sus impulsos destructivos.
Cómo afrontar la envidia propia
Entramos en el terreno de la opinión porque no he sido capaz de encontrar estudios serios sobre cómo podemos gestionar la envidia, así que voy a hablarte de las recomendaciones que da Robert Greene en Las leyes de la naturaleza humana donde dedica una de sus 18 leyes a la envidia.
Acércate a lo que envidias. Intenta ver más allá de la superficie de aquello que envidias. Cuando rasques un poco verás que no es oro todo lo que reluce. La gente tiende a ocultar sus problemas y mostrar su lado bueno en sus fotos de Instagram, pero la realidad es que todos tenemos miserias. Puedes tener mucho dinero pero que tu mujer sufra una enfermedad terminal. Puedes ser inteligente y trabajador, pero feo con ganas. Puedes tener una casa magnífica pero que tus hijos te odien. Si envidias el poder de tu jefe, piensa en lo que ha tenido que hacer para llegar hasta ahí, en la cantidad de horas que ha tenido que currar y las canas de estrés que le han salido en el último año.
Haz comparaciones hacia abajo. Deja de mirar a aquellos que parecen estar mejor que tú y fíjate en todos los que están peor. Y no hace falta que te vayas a ver a los mendigos de Gran Vía o que pongas el Telediario, simplemente escucha a tus compañeros de trabajo y amigos y te darás cuenta de la cantidad de problemas que tienen y que tú no tienes. Agradece lo bueno que hay tu vida, eso te hará sentir mejor y te quitará resentimiento de encima. Además, la gente querrá estar cerca tuyo, no hay nada que aleje más a las personas que el eterno insatisfecho.
Practica la Mitfreude. La Schadenfreude, palabra alemana que significa “complacerse con el dolor ajeno”, es prima hermana de la envidia. Y sí, todos la hemos sentido alguna vez. Y si no, piensa cómo te sientes cuando le pasa algo malo a alguien a quien odias. Nietzsche proponía practicar lo contrario, la Mitfreude, “alegrarse con algo”. En lugar de simplemente felicitar a alguien por su buena suerte, intenta sentir su alegría. Es algo difícil de hacer porque nuestra primera reacción es sentir envidia, pero podríamos intentar enseñarnos a llegar a ese nivel de empatía. Si alguna vez has sido blanco de la Mitfreude, sabrás que se siente una gran afinidad con la otra persona. Es algo escaso y valioso, hazte un experto en la Mitfreude.
Convierte la envidia en emulación. No podemos evitar compararnos, por lo que lo ideal es aprovechar este mecanismo para algo constructivo. En vez de querer el mal para el otro, podemos intentar lograr lo que él ha logrado. Este sentimiento competitivo es una de las cosas que hacen que el ser humano intente mejorar. La competitividad puede provocar rencillas pero también puede sacar lo mejor de nosotros. Si trabajas en una empresa donde tus compañeros son unos cracks, aprovecha la envidia que te suscitan para ponerte a su nivel e incluso superarlos. Cuando yo tenía 18 años mi amigo Alex me enseñó a jugar al Age of Empires II. Él era muy bueno por lo que una y otra vez me apalizaba. Yo envidiaba su habilidad así que me pasé el verano jugando para mejorar. A la vuelta de vacaciones le reté en un duelo y desde ese momento no me volvió a ganar.
Admira la grandeza. La admiración es el polo opuesto de la envidia. Es un sentimiento de orgullo y de satisfacción ante lo que nos supera. Es habitual sentir admiración por los difuntos pero prueba a sentirla también con personas vivas. Busca referentes. No significa que tengas que hacer la vista gorda ante sus defectos, nadie es perfecto. Pero dejar a un lado el escepticismo, el cinismo y la envidia para entregarnos a la admiración por el otro es una emoción muy valiosa que te llenará de energía. No te limites a admirar a otras personas, déjate sorprender por la grandeza de la naturaleza: la presencia del águila, la organización y humildad de las hormigas, la inmensidad del mar, la fuerza del elefante. Ser capaz de experimentar estas sensaciones por personas y por la naturaleza es una cura para la mente.
Cómo afrontar la envidia ajena
Robert Greene propone ser tolerante con los envidiosos pasivos, aquellos que te envidian en la sombra o que pueden dar escape a sus sentimientos a través de una crítica velada o un elogio malintencionado. Al fin y al cabo, todos somos susceptibles de ser tocados por la envidia y cuando tenemos un ascenso, nos va bien en un negocio o nuestra relación de pareja es ideal, debemos aceptar algo de envidia por parte de nuestros allegados. Lo mejor en estos casos es ser autocrítico y no restregarle tu éxito a los demás. Greene propone hacer hincapié en el factor suerte para aplacar envidias.
La persona que ha tenido fortuna en la vida y ha sido dotada de muchos dones y habilidades tiende a ser ingenua y, a infravalorar el efecto de la envidia en la gente que le rodea. Este desconocimiento le hace exhibir su talento con naturalidad y atrae todavía más envidia. Greene propone que si tienes un don natural, no debes sacar pecho, sino todo lo contrario, habla de tus defectos, de tus fracasos, muéstrate humano, pero sin que parezca falsa modestia porque el efecto de ésta en los demás puede ser todavía peor. Por ejemplo, si eres un as de las matemáticas, menciona lo torpe que eres escribiendo o hablando en público.
En definitiva, muéstrate tal y como eres, no solo saques a relucir tu lado bueno, al menos no lo hagas si no quieres enfrentarte a la peor de las caras de la envidia: las habladurías que manchan tu reputación, el sabotaje y la crítica injusta a tu trabajo. Si estás bajo un ataque de envidia de este tipo, lo mejor que puedes hacer es controlar tus emociones. El envidioso se alimenta de tu exagerada reacción para criticarte y justificar sus acciones. Mantén la calma y si es posible guarda las distancias. Defiéndete con todos los medios de sus agresiones públicas o habladurías, pero no abrigues deseos de venganza, el envidioso se envenena a sí mismo. Distanciarte y no prestarle atención es lo mejor que puedes hacer.
Javier dice
Me gusta mucho el artículo. Me ha llevado a reflexionar también si mi entorno cultural es muy diferente a otros como el norte-americano o al africano, …
Val Muñoz de Bustillo dice
Gracias Javi. Al parecer la envidia es de origen biológico, pero la forma de gestionarla varía entre culturas.