“El gran don de la conversación radica menos en mostrarlo nosotros mismos que en sacarlo de los demás.”
Jean de la Bruyère
¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación ilustrada? ¿Cuándo terminaste una charla o un debate y tuviste la sensación de haber aprendido cosas importantes? ¿Cuándo sentiste que habías conectado con tus interlocutores?
La conversación ilustrada es un ideal difícil de conseguir, pero que, como todo lo que cuesta, cuando se consigue es un tesoro. Hoy te voy a contar qué ingredientes se necesitan para tener una gran conversación, o como yo la he llamado: una conversación ilustrada.
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La conversación ilustrada
Hay muchos tipos de conversación y mucho de lo que te voy a contar es válido para todas ellas pero hoy me quiero centrar en la conversación ilustrada. Ésta se diferencia del resto porque el interés de los participantes es incrementar su conocimiento, aprender en equipo.
Como podrás imaginar, la sola búsqueda del aprendizaje no es suficiente para etiquetar una conversación como “ilustrada”. A lo largo de este artículo iré desgranando las claves para que te hagas la siguiente reflexión: ¿estoy haciendo lo posible para promover buenas conversaciones?
Tendemos a ver la paja en el ojo ajeno pero normalmente somos los primeros en no escuchar, querer imponer nuestra opinión, interrumpir a la mínima, etc. La magia de ser los primeros en cambiar es que invitamos a los demás a seguir nuestro ejemplo. He participado en muchos debates y los participantes suelen adaptarse al espíritu general de la conversación; para bien y para mal.
Por leer este artículo no vas a convertirte en un gran conversador; eso ya lo sabes. Conversar bien es complejo, requiere muchas habilidades y toda habilidad se aprende con tiempo, la práctica y buen feedback. Yo te voy a dar la información pero te corresponde a ti hacer autocrítica, trabajar en tus debilidades y perseverar.
La complejidad de conversar no reside en saber cómo hacerlo sino en luchar contra instintos y manías que nos acompañan desde niños. ¿Por qué digo que luchamos contra nuestros instintos?
En primer lugar, porque siempre buscamos reforzar nuestro estatus. Eso nos incita a buscar protagonismo, lucirnos, hacer el mejor chiste, contar la mejor anécdota o exponer el argumento perfecto. Tampoco nos gusta que digan que nuestras ideas no son buenas porque nos identificamos con ellas; son parte de lo que somos.
Pero en una conversación ilustrada no buscamos lucirnos y tampoco defender nuestras ideas en duelos a muerte. Ahí reside el conflicto. Solo la práctica constante y el autocontrol pueden mantener a raya al primate que llevamos dentro.
Por otro lado, y esto es una opinión personal, no creo que la mayoría de los padres o profesores eduquen a los niños para tener este tipo de conversaciones (y ya no digamos los políticos o tertulianos de TV), así que llegamos a la madurez y nos cuesta horrores debatir un tema cualquiera sin salir a gritos, cabreados o frustrados. Ya no te digo si hablamos de política.
¿En qué consiste exactamente una conversación ilustrada?
Consiste en conversar con otras personas para aprender conjuntamente. Para ello necesitamos conectar con ellos, escuchar con actitud de aprendizaje y ser capaces de explicar nuestros puntos de vista con claridad y coraje. Vamos a desarrollar cada uno de estos puntos.
Conectar con los demás
Conectar con alguien es hacerlo parte de tu tribu. Cuando dos personas no forman parte de la misma tribu se mantienen alerta; es un comportamiento ancestral. Para levantar las barreras hace falta conocerse, empatizar y establecer puntos en común.
- “Así que eres informático, ¡como yo!”
- “¿Te gusta Metallica?, yo estuve en el concierto de Londres de 2008, ¡qué pasada!”
- “¿Has leído el último libro de Alain de Botton?, me encanta como escribe.”
Cada particularidad que compartes con la otra persona te acerca más a ella. Ahora te sientes más cómodo para abrirte, dar tu opinión en asuntos potencialmente polémicos y también para hacer críticas constructivas a los argumentos de tu interlocutor. ¡Que empiece el baile!
Otro modo de conectar que utiliza Joe Rogan, uno de los grandes entrevistadores de nuestro tiempo, es halagar al otro nada más comenzar la conversación. Este halago sincero desarma ligeramente las defensas del entrevistado y sienta las bases de una charla más cercana y relajada.
Podemos pensar que un debate intelectual, sobre el aborto, el libre albedrío o las políticas liberales, debería seguir unos cauces serios y rigurosos. En mi opinión, ese es un enfoque erróneo. El exceso de seriedad y distancia incentiva el intercambio de monólogos o un debate de confrontación, un debate que puede convertirse en una batalla; y en las batallas solo hay un vencedor.
En una conversación ilustrada todos ganan. El objetivo no es vencer a un adversario, sino aprender con un colega y disfrutar de uno de los grandes placeres humanos: una buena conversación.
Estamos tan acostumbrados a ver batallas dialécticas en televisión que hemos dado por supuesto que eso es un debate. Y en cierta forma lo es, pero no es un debate ilustrado.
Otra de las claves para conectar es ponernos al mismo nivel que el resto. En una conversación en la que uno de los participantes da lecciones a los demás, el debate, la charla animada, se va apagando y se convierte en una clase magistral, en un monólogo. En esas situaciones el experto debe hacer un esfuerzo por adaptar su lenguaje al de los demás e intentar no monopolizar la conversación. Si la diferencia de conocimiento entre unos y otros es importante, es inevitable que el experto lleve la voz cantante. Con todo, seguro que hay formas en las que los demás pueden participar y enriquecer la conversación.
Un buen ejemplo de esto es el podcast Heavy Mental. Javier G. Recuenco es un gran lector y suele tener un conocimiento profundo sobre los temas que tratan, pero eso no significa que Miki (menos amante de la lectura) no pueda aportar a la conversación. Lo hace desde su inmensa cultura pop, alimentando el conocimiento académico de Recuenco con ejemplos de películas o series de televisión que ayudan a enriquecer las ideas.
Cuando participas en una conversación en la que tienes poco que decir porque te faltan conocimientos, no tienes por qué permanecer al margen. Los aprendices tienen su papel planteando buenas preguntas y recopilando lo que se está diciendo; ambas cosas contribuyen a la conversación. Además, no saber mucho sobre un tema no significa que no tengas nada que aportar: la creatividad nace del cruce de ideas diversas. Un arquitecto puede hacer una pregunta o comentario en una conversación sobre física cuántica que provoque que los físicos que participan vean el principio de incertidumbre desde una perspectiva que nunca habían explorado.
Conectar con los demás no es algo que se haga al principio y que luego podamos olvidar. Durante la conversación debemos reforzar las relaciones siendo amables y a través de nuestro lenguaje corporal. Esto lo voy a explicar con más detalle en la próxima sección.
Escuchar
“El arte de la buena conversación consiste en escuchar y hablar con amabilidad”
George Atwell
Una vez cubiertas nuestras necesidades fisiológicas, no hay nada que deseemos más que la atención y el respeto de los demás. Por eso la escucha es el pilar de la conversación. Una escucha atenta transmite a nuestros colegas que valoramos lo que dicen y, por ende, les valoramos a ellos.
¿Cuántas veces te has sentido frustrado en una cena familiar intentando explicar algo a toda prisa antes de que tu madre, tu cuñado o tu hermano te interrumpan? Muchos acaban cediendo a la presión y levantan la voz para que se les oiga por encima de la multitud. Pero da igual porque nadie le escucha. Las cenas de Navidad son la antítesis de la conversación ilustrada. No pasa nada: no es el lugar ni el momento para la reflexión y el aprendizaje.
El problema ocurre cuando esa actitud se traslada a conversaciones de sobremesa, debates en el trabajo y charlas con amigos. Entonces es el triunfo de las conversaciones banales, el triunfo del gracioso, del que habla más alto y, en consecuencia, la derrota de la conversación ilustrada.
La escucha activa es el elemento más importante porque muestra respeto a los demás y contribuye a un clima adecuado para el debate. Además, sin escucha no hay aprendizaje ni se consolidan las relaciones. Pero, ¿en qué consiste una buena escucha?
La buena escucha
Requiere aparcar nuestra necesidad de enjuiciar por un rato. Para aprender de un compañero de conversación tengo que entrar en su cabeza, comprender sus modelos mentales y saber cómo ha llegado a tener esas ideas. Cuando activo el modo crítico dejo de ver sus ideas como son para verlas como yo creo que son. De ese modo sólo refuerzo mis propias ideas una y otra vez. Y, ¿por qué es tan difícil suspender el juicio?
Para un aprendiz no lo es. Tiene sus cinco sentidos activos y desea aprender por lo que permanece atento a las palabras de los demás y las absorbe como una esponja. Sin embargo, el experto (o el que se cree experto) tiene el “modo de juicio” activado a cada instante. Su mente bulle con contraargumentos y refutaciones antes incluso de que su colega haya terminado de explicar su punto de vista. El experto cree que ya sabe lo que va a decir el otro y está ansioso por iluminarte con su sabiduría. Así, sus ideas, grabadas en piedra, nunca serán matizadas ni completadas. Está tan seguro de poseer la verdad que le deseo que la tenga, porque si no es así, nunca podrá acercarse a ella.
El experto suele fallar en la escucha. Sus ideas preconcebidas y su exceso de confianza le impiden escuchar de verdad. Tampoco suele cumplir con el principio de caridad. El principio de caridad nos invita a interpretar los argumentos de nuestro interlocutor como racionales y, cuando existan dudas, hacer la interpretación más benévola.
Escuchar no es estar callado mientras otro habla. La escucha que buscamos en una conversación ilustrada es activa. Es decir, requiere de nuestra atención. No apagamos la luz mientras el otro habla; estamos a tope, consumiendo energía. Le miramos, asentimos, sonreímos, murmuramos… El otro sabe que estamos ahí, percibe que lo que cuenta nos importa; que él importa. No hay nada más triste que ver un debate en Youtube en el que uno habla, hace un comentario fino y los demás permanecen con cara de funeral. Si no hay conexión el debate se resiente.
Una de las claves de la escucha activa, totalmente infrautilizada, es el resumen. Cuando alguien explica algo, sobre todo si es complejo, una manera excelente de demostrarle que le hemos escuchado es intentar resumir en un par de frases lo que ha dicho. Además de fortalecer nuestra conexión con él, el resto de participantes lo agradecerá y nos pondrá a todos en la misma página. El mini-resumen es útil para comprobar si hemos entendido lo que el otro quería exponer y nos ahorrará muchos malos entendidos. También evitará desperdiciar saliva intentando refutar argumentos que nadie ha puesto encima de la mesa.
Otra característica de la escucha activa es usar el silencio con propiedad. Si nuestro compañero deja de hablar una décima de segundo y entramos a saco, sin dejarle ni un par de segundos de respiro, va a sentir que no puede hacer ni una pausa mientras habla. Dejar un momento de silencio promueve que siga desarrollando su tesis y que explore nuevas ideas. Le da espacio para pensar. Eso no significa darle barra libre para hablar sin parar. Como siempre, encontrar el equilibrio es lo difícil y, a veces, una interrupción a tiempo nos libra a todos del aburrimiento y la desidia.
Las buenas preguntas
“Juzga a un hombre por sus preguntas antes que por sus respuestas”
Voltaire
Como parte de la buena escucha quiero incluir hacer buenas preguntas. Las buenas preguntas son la madre de la buena conversación. Fíjate en una conversación de alcahuetes: los dos hablan sin parar y ninguno muestra curiosidad real por el otro. No critico este tipo de conversaciones (tienen su momento y lugar).
Créeme, yo no soy un buen ejemplo de escuchante, a menudo interrumpo porque tengo algo que necesito decir y no quiero que se me olvide; ese es mi gran vicio. Para evitarlo, en los debates en los que tengo a mano lápiz y papel apunto las ideas que quiero comentar y, si siguen siendo vigentes cuando mi compañero ha terminado, tiro de notas.
Las buenas preguntas suelen empezar con “¿por qué…?” y por “¿cómo…?”. También funcionan bien las del tipo “¿Y si…?” Estos tres comienzos son poderosos porque invitan a los demás a profundizar en la cuestión. Por ejemplo, alguien afirma “Los hombres son más agresivos que las mujeres bla, bla, bla…”. Vale, pero ¿por qué? Hay muchos hechos como ese, que están a la vista de todos, pero sus causas suelen ser más esquivas y, para comprender el mundo, necesitamos conocer las causas. La pregunta “¿cómo…?” invita a desarrollar más el tema. Por su parte “¿y si…?” es una pregunta mágica porque nos aguijonea para dar rienda suelta a la imaginación.
Intenta evitar las preguntas cuyo fin es pillar al otro. Una práctica habitual en debates televisivos es plantear preguntas del tipo “¿cuáles son las evidencias científicas?” o “¿en qué te basas para decir eso?” Estas preguntas funcionan bien para cuestionar el rigor del otro, que quizás no tiene a mano el estudio científico o no se ha parado a pensar mucho en su argumento. Pero tienen un gran problema: hacen mella en la confianza con esa persona. Le predispone a la batalla en vez de a la búsqueda cooperativa de la verdad.
Y en este punto la conversación ilustrada se convierte en un arte; ¿cómo podemos buscar la verdad sin hacer preguntas que pidan explicaciones a nuestros interlocutores? A veces, para asegurarnos de la validez de un argumento tendremos que preguntar cuáles son sus premisas o en qué datos se basan. Por lo tanto, es normal que exista una tensión entre la búsqueda de la verdad y mantener la conexión con mis compañeros de charla. No conozco una receta fácil que explique cómo actuar en estas situaciones. Dependerá de cómo sean tus interlocutores, tu relación previa con ellos, la naturaleza del tema, etc.
Mi opinión es que hay que intentar mantener la conexión siempre que sea posible a no ser que la búsqueda de la verdad sea muy relevante en este asunto. Si hay mucho en juego, si hay personas viéndote que van a usar esos conocimientos para formar sus opiniones sobre un tema de gran relevancia, a veces hay que poner en riesgo el buen clima para hacer honor a la verdad.
Si vas a hacer preguntas incómodas hazlo con tacto. Usa el humor, critica la idea y no a la persona. Presupone buenas intenciones en tu colega e intenta entender qué es lo que ha querido decir más allá de lo que ha dicho exactamente.
Hablar
Hemos llegado a nuestra parte favorita. ¿A quién no le gusta hablar en los debates? Por mi experiencia personal a mucha gente. No es mi caso, desde luego, pero tengo un grupo de debate en el que varias personas no suelen hablar demasiado. Como extrovertido a veces me cuesta ponerme en la posición del introvertido, pero hay gente que no participa en las conversaciones por pudor o por miedo a decir una tontería y a que les juzguen. Prefieren permanecer en segundo plano. Esto no es malo, a nadie le molesta tener a un buen escuchante a su lado, pero si eres de los que no participa, te estás perdiendo el 50% de la fiesta.
Exponer tus ideas y dar buenos argumentos puede ayudar a los demás a refinar su visión de la realidad, es un regalo que les haces. Además, al evocar y elaborar tus ideas las vas consolidando en tu memoria. Y si tu objetivo es aprender, al exponer tus ideas puedes pulirlas y completarlas con los comentarios de los demás. Por último, si estás en una conversación ilustrada, nadie te va a juzgar y te vas a sentir bien recibiendo la atención de personas a las que admiras.
Dicho esto, ¿cómo actuar cuando es nuestro turno de palabra? El polímata romano Cicerón lo resumió muy bien cuando dijo algo parecido a lo siguiente:
“Habla con claridad, sencillez, no demasiado, sobre todo cuando los demás quieren hablar. No interrumpas, sé cortés. Sé serio con lo serio y ligero con lo ligero. Céntrate en los temas de interés general, no hables sobre ti y nunca, nunca pierdas tu temperamento.”
Cicerón
Yo añadiría que no hables sobre lo que no sabes. Es normal que en una conversación en la que se abordan varios temas desconozcas muchos de ellos. En esas situaciones escuchar, preguntar y resumir es la mejor forma de participar. Hablar, y sobre todo, sentar cátedra sobre lo que desconoces solo te hará perder el respeto de los demás. En cada conversación irás viendo cuál es tu papel. A veces serás un maestro, a veces un alumno y a veces un colega. Adáptate a cada situación con sentido común.
Los errores más habituales que veo en mis charlas con otra gente son la falta de claridad al exponer ideas y la tendencia de unos pocos a monopolizar la conversación. La ausencia de claridad puede tener varias causas: uso de jerga innecesaria, dar por supuestos conocimientos que no todos tienen, irse por las ramas, no tener claro lo que queremos contar, etc.
Aquí van un par de pautas para expresarte con claridad:
- Adapta tu lenguaje a la persona con menos conocimientos. Eso te obligará a eliminar la jerga técnica. También te exigirá dedicar algo de tiempo a explicar conceptos fundamentales antes de entrar en harina con otros más complejos.
- Sé breve. La brevedad no depende del tiempo de exposición. Hay argumentos que necesitan de 5 minutos para ser explicados y otros de 30 segundos. La clave es evitar la repetición y los detalles sin importancia, al fin y al cabo esto es un juego en equipo y los demás también quieren participar.
Otro error común es poner demasiado foco en refutar y rebatir a los demás en vez de añadir nuevos puntos de vista o completar los ya expuestos. Como he dicho antes, a veces hay que contraargumentar una idea y siempre que se haga con amabilidad está bien. Sin embargo, la cosa se tuerce cuando alguien solo pone el foco en corregir constantemente a sus compañeros. Eso va a crear un clima contrario al que buscamos. Y cuando ocurre se puede ver la tensión en la cara de los compañeros. La gente empieza a cuidar lo que dice y cómo lo dice y la conversación va muriendo.
¿Qué pasa cuando los otros no cumplen?
Seguro que ahora estás pensando en todas las personas que incumplen dos, tres o incluso todas las buenas prácticas que propongo. La paja en el ojo ajeno… Es muy difícil cambiar a los demás pero podemos ser un espejo en el que se miren.
Aún con todo, puedes convertirte en un gran conversador y encontrarte con personas que no cumplen los mínimos de una conversación ilustrada. Quizás nunca se hayan parado a pensar en que la conversación es un arte difícil de dominar, quizás no sepan cómo hacerlo mejor. Si tienes confianza con ellos, puedes empezar por guiarles amablemente o enviarles este artículo. Si no tienes confianza y es imposible tener una buena conversación con ellos, mi consejo es que busques personas como tú, que quieran disfrutar conversando y aprendiendo en un entorno de amabilidad y respeto.
Por suerte, gracias a la gente que he conocido a través de Polymatas, ahora disfruto de grandes conversaciones que me enriquecen y que complementan mis lecturas solitarias.
Si tú también quieres tener buenas conversaciones y te resulta difícil encontrarlas en tu entorno, te invito a que te unas a la Biblioteca Polymata donde cada mes tenemos charlas sobre los libros que estamos leyendo.
Resumen
La conversación ilustrada nos proporciona conocimiento y disfrute. Es el lugar para hablar sin miedo, un entorno de debate seguro y donde crear relaciones.
Pero la buena conversación no ocurre de forma espontánea y llegar a ella no es fácil. Se basa en crear relaciones de confianza y conectar con los demás para poder hablar con libertad. Requiere de una escucha activa genuina y un espíritu de aprendizaje. La nutren las preguntas, las buenas preguntas que nos llevan a explorar lugares poco comunes, excitantes.
La conversación ilustrada nos exige unas normas de etiqueta: no monopolizar la conversación, buscar la claridad, tener humildad intelectual y aspirar al aprendizaje y a la diversidad de ideas.
Como todas las grandes cosas de la vida, la conversación ilustrada nos pide mucho pero también nos da mucho.
Ponlo en práctica
Este artículo está plagado de consejos que puedes coger o desechar. Lo importante es no volverte loco intentando cambiar radicalmente tu forma de conversar. Empieza por entender cuál es tu mayor punto débil. ¿Interrumpes constantemente?, ¿te falta claridad al exponer tus ideas?, ¿eres incapaz de escuchar a los demás porque tu vocecita interior no te deja? Si no lo tienes claro, pregunta a gente de confianza con la que sueles conversar y ellos te sacarán de dudas 😉
Y durante las próximas conversaciones, céntrate en mejorar tu punto débil. Cuando lo hayas conseguido, ve a por el siguiente. Y si no tienes un grupo con el que tener este tipo de conversaciones, te espero en La Biblioteca Polymata.
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