¿Te has parado a pensar alguna vez por qué tenemos dos piernas en vez de cuatro? ¿Por qué andamos erguidos? ¿Por qué podemos correr ultramaratones por medio del desierto? ¿Por qué tenemos manos capaces de enhebrar una aguja? ¿Por qué comemos carne pero no tenemos colmillos? ¿Por qué tenemos el cerebro más grande (con diferencia) en relación a nuestro tamaño? o ¿por qué a diferencia del resto de mamíferos no tenemos casi pelo en el cuerpo?
Damos por hecho nuestro cuerpo y nuestro cerebro modernos, pero no siempre fueron así, ambos tienen una larga historia evolutiva. El paso del tiempo y la presión del ambiente los diseñó para adaptarse a condiciones atmosféricas y hábitats concretos. En este artículo voy a contarte qué eventos clave nos han moldeado. Empecemos.
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Cuando bajamos de los árboles
Tu tatatatarabuelo vivía en una selva africana. Pasaba la mayor parte del día en árboles gigantescos repletos de fruta. Esto fue hace mucho, mucho tiempo, unos 6 millones de años (240.000 generaciones atrás). Entonces hubo un cambio en el clima que provocó una disminución de los bosques y fue dando paso a la sabana. Fue un cambio progresivo que tuvo impacto en muchas especies, incluidos nuestros antepasados. Los primeros homíninos ya bajaban al suelo de la selva y usaban sus manos para manipular sencillas herramientas como ramitas para capturar termitas (al igual que hacen hoy nuestros primos los chimpancés). Andar a dos patas empezó a tener sus ventajas, como liberar las manos que podían dedicarse a otros menesteres. Según los bosques fueron dando paso a la sabana, la bipedación fue cada vez más adaptativa. Aquellos homínidos antiguos tenían que andar largas distancias para encontrar comida y la bipedación seguramente resultaba más eficiente energéticamente que andar a cuatro patas. Es decir, gastaban menos energía, eso sí, a costa de una menor velocidad y menor destreza para trepar.
Gráfica de evolución de las temperaturas desde hace 60 millones de años
Las ventajas de andar erguidos fueron más allá de la eficiencia. Al exponer menos superficie al despiadado sol de la sabana, podíamos andar durante las horas centrales del día sin morir deshidratados, mientras permanecíamos a salvo de los grandes depredadores que se cobijaban a la sombra de las acacias. También podíamos ver más lejos, por encima de la hierba, por lo que era más fácil encontrar comida y detectar a los depredadores. Por último, éramos capaces de transportar objetos con las manos mientras nos desplazábamos.
La bipedación transformó gradualmente nuestra anatomía, modificando la estructura de la pelvis, las piernas y la columna vertebral para soportar el peso corporal de manera vertical. Esto llevó a una pelvis más ancha y una columna en forma de “S” para un mejor equilibrio. Además, nuestros pies desarrollaron arcos para absorber los impactos, facilitando así una locomoción más eficaz y adaptada a la vida sobre dos piernas.
Tubérculos, carne y otros manjares nutritivos
Al bajar al suelo, descubrimos nuevos alimentos. Fue como abrir la puerta de una despensa que hasta entonces estaba cerrada. Hay que tener en cuenta, que hasta entonces nuestra alimentación se basaba en frutas, principalmente. De este modo, comenzamos a comer plantas, raíces, tubérculos y semillas que añadieron variedad a nuestra dieta. Muchos de estos nuevos alimentos eran muy nutritivos y calóricos, lo que ayudó a desarrollar una de las características humanas diferenciadoras: un gran cerebro ávido de energía.
Poco a poco fuimos añadiendo más y más carne a nuestra alimentación. Primero comiendo insectos, pequeños animales y restos que encontrábamos de animales muertos. Más adelante, empezamos a cazar animales más grandes. Así como es fácil entender cómo un león puede cazar un antílope de 100 kg., gracias a su gran velocidad, sus temibles garras y sus colmillos afilados, cuando pensamos en nuestros débiles y lentos antepasados parece difícil que pudieran hacerlo. Pero lo hacían; solo que usaban una táctica diferente. Como te he contado, éramos muy eficientes en los desplazamientos gracias al bipedismo. También aguantábamos mejor el calor en los espacios abiertos. Así que hacíamos lo único que podíamos hacer: agotar a nuestras presas bajo el sol abrasador. A esto se le llama caza de persistencia. Ésta consiste en perseguir entre varios a la víctima obligándola a correr durante horas bajo el sol. La víctima, normalmente un antílope o similar, no puede evacuar el calor como nosotros porque no suda y está muy expuesta al sol. Pasado el tiempo, exhausta, está lista para ser lanceada por el grupo de cazadores.
Además de la posición erguida, otra característica que nos hace más resistentes al calor del medio día es la ausencia de pelo corporal. Los mamíferos generalmente están recubiertos de pelo y no tienen glándulas sudoríparas. Expulsan el calor por boca, nariz y patas. Sin embargo, los homíninos antepasados del homo sapiens fueron perdiendo gradualmente el pelo en la mayor parte del cuerpo. Eso les ayudó a acumular menos calor y a sudar, lo que refrigeraba su cuerpo rápidamente. Aunque la pérdida de pelo tuvo algunas desventajas, como ser más sensibles al frío y a las quemaduras o estar menos protegidos ante mordeduras y los golpes, la caída del pelo también nos liberó de muchos parásitos que hacen el agosto en la mayoría de mamíferos.
Daniel Lieberman en su libro Ejercicio explica que el ser humano evolucionó para andar y correr largas distancias. Es ahí donde somos realmente buenos y superamos al resto de animales. Por eso, tiene sentido que buena parte del ejercicio que hagamos en nuestro día a día sea andar y correr; lo que hacían nuestros antepasados cazadores recolectores.
Introducir la carne en nuestra dieta fue uno de esos grandes hitos que lo cambian todo. La carne es altamente proteica y nutritiva. Gracias a esta, y a los otros alimentos calóricos que he mencionado antes, nuestros antepasados aumentaron de tamaño. Nuestras piernas se hicieron más largas y el cerebro aumentó de tamaño. Pero, ¿por qué? A mayor longitud de piernas, más eficiente es caminar. Y como puedes imaginar, a mayor cerebro más capacidad para cooperar con otros miembros del grupo, encontrar rastros, coordinar la caza, recordar la localización de frutos, etc. Aunque el tamaño no lo es todo, se cree que el lenguaje articulado y el pensamiento abstracto no habría podido surgir del pequeño cerebro de un Ardipithecus (uno de los antepasados más antiguos de nuestra especie).
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Herramientas para desollar y fuego para cocinar
Dos momentos que supusieron un antes y un después en nuestra historia evolutiva fueron la creación de herramientas de piedra y la domesticación del fuego. Las herramientas, por ejemplo, sirvieron para desollar a las presas, triturar sus huesos y cortar la carne. Pero no sólo eso, muchos de los tubérculos y raíces también se cortaban y machacaban con herramientas de piedra diseñadas para tal fin. Eso permitió dedicar mucho menos tiempo a masticar y digerir la comida. El procesamiento y el cocinado de los alimentos permitió liberar tiempo a la vez que nos facilitó digerir y absorber mejor la comida. ¡Todo ventajas! Esto tuvo consecuencias en nuestra anatomía. El tracto digestivo se redujo, adaptándose a una dieta más concentrada en nutrientes y menos voluminosa, lo que a su vez nos ahorró un gran gasto energético. Con menos energía dedicada a la digestión, más recursos pudieron destinarse al desarrollo del cerebro.
Por otro lado, la ventaja evolutiva que suponía disponer de herramientas sofisticadas, favoreció que nuestras manos evolucionaran, siendo capaces de manejar objetos pequeños con más destreza. Los dedos se acortaron, el pulgar se hizo oponible y las áreas del cerebro relacionadas con el movimiento y coordinación de manos y dedos se desarrollaron todavía más.
El fuego además nos permitió habitar en zonas del mundo que habrían sido inaccesibles por sus bajas temperaturas, nos protegió de los depredadores y nos unió alrededor de la hoguera. Se cree que esto fortaleció los vínculos entre los miembros de la banda. Antes del fuego, poco podía hacerse tras la llegada de la noche. Después del control del fuego, las hogueras se convirtieron en el lugar perfecto para pasar horas contando historias, comiendo y bailando juntos.
Ahora ya podemos responder a una de las preguntas que planteaba al inicio del artículo: ¿por qué no tenemos grandes colmillos? Pues porque no nos hacen falta. Aprendimos a cazar sin necesidad de dientes y garras afiladas, y aprendimos a cortar la carne con lascas de piedra cortantes. Luego, cocinamos la carne, de modo que se volvió más tierna, lo suficiente para rasgarla y trocearla con nuestros pequeños incisivos. Por el mismo motivo tenemos un tracto digestivo relativamente corto en comparación con otros mamíferos.
Ellos cazadores, ellas recolectoras y cuidadoras
Una cosa que he olvidado decir es que el inicio de la caza también fue el inicio de una característica que ha marcado la diferencia entre sexos: el estilo de vida cazador recolector. Los machos se dedicaron principalmente a la caza y las hembras a la recolección y a la crianza. Al parecer, la hembra, al pasar buena parte de su vida embarazada, amamantando a sus hijos pequeños y cuidando de ellos, corría demasiados riesgos en la caza de grandes animales. Esto supuso que machos y hembras evolucionaran por dos caminos de especialización diferentes. En el macho lo más adaptativo era ser atlético, tener capacidad de liderazgo, ser fuerte, rápido, hábil lanzando objetos, buen explorador y gran cazador. El macho más capaz de proveer a las hembras de carne y protección era el más valorado por las hembras y dejaba más descendencia. Por su parte, la hembra con dotes comunicativas, empatía y cuidadora prosperó. Y por supuesto, aquella que era más fértil y tenía mejores genes. Por eso las más bellas y voluptuosas (signos de salud y fertilidad) tenían más éxito con los machos. Más información sobre este tema en mi artículo sobre la Naturaleza Humana.
La Revolución Cognitiva y el desarrollo del cerebro
Durante el artículo he mencionado varias veces el aumento del tamaño del cerebro y sus causas. En un momento dado, hace unos 70.000 – 40.000 años (muy poco desde el punto de vista evolutivo), parece que tuvo lugar lo que Yuval Noah Harari llama La Revolución Cognitiva. El cerebro no cambió de tamaño en ese momento, pero podrían haber sucedido cambios internos que posibilitaron un salto adelante. ¿Cómo lo sabemos? Porque hemos encontrado pinturas rupestres, figuritas y herramientas avanzadas que nos hacen suponer que los humanos de aquella época ya tenían un lenguaje articulado avanzado, pensamiento abstracto y una cooperación sofisticada. Seguramente creían en seres sobrenaturales, hablaban como nosotros, enterraban a sus muertos y tenían rituales funerarios, de caza, etc. Desde un punto de vista biológico, aquellos seres humanos que se cubrían con pieles y portaban lanzas, eran indistinguibles de tu vecino de al lado.
Desde la Revolución Cognitiva, se produce una aceleración en el desarrollo cultural humano, que culmina en el Neolítico, con el descubrimiento de la agricultura, y más adelante con las revoluciones científica e industrial. Los últimos 50.000 años han sido testigos de un fenómeno único en la historia de la vida en la Tierra: la evolución cultural ha superado a la biológica, los humanos hemos pasado de ser un animal más con ciertas habilidades cognitivas y físicas a convertirnos en un ser cultural que cimenta su vida en una acumulación de conocimientos y artefactos sin precedentes. Si hoy desaparecieran todas las creaciones humanas, no sobreviviríamos mucho tiempo. El Homo Sapiens Sapiens depende por completo de sus conocimientos acumulados, de su tecnología y de sus tradiciones. Sin ellos se siente desnudo.
Cuando llegamos al mundo estamos indefensos como pocos animales. Y durante muchos años dependemos por completo de nuestros padres. El cerebro humano es muy inmaduro al nacer, pero aprende como ningún otro del reino animal. Durante años, hasta pasada la adolescencia no dejamos de aprender, podando conexiones sinápticas y quedándonos con aquellos conocimientos que nos importan, sobre todo los conocimientos relacionados con las relaciones y la cooperación con nuestros semejantes. Esa es la información más valiosa y que nos ayudará a prosperar y a dejar descendencia. No es casualidad que durante la adolescencia dediquemos tanto esfuerzo a sentirnos parte del grupo de semejantes; nuestro futuro depende de ello. Esta larga dependencia obliga a nuestros padres a invertir mucho tiempo y energía en nosotros. Este largo tiempo de aprendizaje refleja la dependencia que tiene nuestra especie de la cultura (de lo aprendido), frente a otros animales que tienen buena parte del conocimiento que necesitan cuando vienen al mundo.
Resumiendo…
En definitiva, bajamos de los árboles para caminar a dos patas y poder usar las manos con precisión. Aprendimos a manejar herramientas, ampliamos nuestra dieta y dominamos el fuego. Nos hicimos cazadores recolectores y nos especializamos por sexos. En consecuencia nuestras piernas se estiraron, nuestras manos se hicieron más hábiles y nuestros cerebros crecieron como no se había visto antes en el reino animal. Desarrollamos el lenguaje, nuestro pensamiento se hizo cada vez más complejo y abstracto y eso nos ayudó a cooperar mejor y a desarrollar y acumular una cultura cada vez más y más compleja… todo ello desembocó en el desarrollo de la agricultura y lo demás, ya es historia.
Una advertencia
Un último apunte. Este texto es una explicación narrativa y simplificada de un proceso de millones de años de los cuales sabemos muy poco. Mi historia está basada en lo que saben arqueólogos, paleoantropólogos, genetistas y otros científicos que han estudiado el pasado, pero está sintetizada al máximo por lo que se pierde mucha información por el camino. Además, muchos de los conocimientos que tenemos hoy son hipótesis que necesitan todavía muchas evidencias para corroborarse. Aún así, creo que mi relato es útil para el que simplemente quiere hacerse una idea de por qué somos como somos y cómo hemos llegado a serlo.
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