Escribí este extenso artículo como complemento a la charla que tuve con Marcos Vázquez de Fitness Revolucionario en su podcast. En él, hablamos sobre muchos aspectos de la naturaleza humana: genes, cultura, diferencias entre hombres y mujeres, el uso de la razón, la naturaleza de las emociones y el origen de la moral. Por falta de tiempo no pudimos hablar de cooperación, competencia y necesidades humanas, pero también incluyo estos puntos en el artículo. En el texto encontrarás múltiples referencias a otros textos y estudios científicos que soportan las ideas que tratamos sobre la naturaleza humana. Espero que lo disfrutes y te sea útil. Recomiendo escuchar la charla y luego leer el artículo (o al revés).
Puedes escuchar la charla en Spotify, iVoox o Apple.
¿Qué es la naturaleza humana?
La naturaleza humana tiene muchas definiciones, pero para el fin de este artículo, vamos a definirla como la psicología con la que parte de base todo ser humano. Este sustrato está grabado en sus genes y es el soporte de todo aprendizaje y condicionamiento cultural que empieza en el momento del nacimiento. La naturaleza humana no puede ser cambiada sin modificación genética, pero la condición humana sí. Ésta última es el resultado de la combinación de la naturaleza humana y la continua influencia de la familia, los amigos y el entorno.
Genes vs Cultura
Los genes son pedazos de ADN con la información necesaria para construir nuestro organismo a partir de un óvulo fecundado. El ADN de nuestros padres se combinan para dar lugar a un ADN único que contiene los mapas de nuestra naturaleza. Además de dar forma al embrión y transformarlo en un pequeño ser humano, el ADN sigue siendo necesario durante el resto de la vida. Su función principal es hacer de plantilla para que el ARN construya las proteínas. Las proteínas son los ladrillos del cuerpo con los que se construyen huesos, músculos y órganos. Pero el ADN no sólo tiene un diseño para cada proteína. También le dice al cuerpo cómo debe acoplar las proteínas entre sí para formar órganos, hormonas, neurotransmisores, etc. En resumen, el ADN dicta al organismo cómo crear los ladrillos y cómo unirlos para construir un cuerpo y mantenerlos funcionando. Además, tiene la información básica para que el cuerpo y el cerebro respondan a estímulos, aprendan e interactúen con su entorno. Podemos decir que toda la información instintiva, la más primitiva, ya viene configurada en nuestros genes.
Muchas personas aceptan esto que acabo de decir cuando hablamos del cuerpo, pero cuando hablamos del cerebro, de la mente, se olvidan de todo lo que nos ha enseñado la genética. Pero el cerebro es un órgano más y su configuración inicial dice mucho de cómo seremos el resto de nuestra vida. Esto significa que si tus padres eran muy extrovertidos, es bastante posible que tú también lo seas. No porque te hayan enseñado a serlo, sino porque estabas (en cierta medida) programado para serlo.
Los estudios con gemelos idénticos separados al nacer indican de forma bastante contundente que aproximadamente el 50% de la variabilidad de la personalidad está determinada por los genes. Dos gemelos que nunca se hayan visto son mucho más parecidos que dos hermanos (no gemelos) que se hayan criado en la misma casa. Cuando hablo del 50% de la variabilidad de la personalidad, no me refiero a que el 50% de la personalidad se explique mediante los genes, sino que el 50% de las diferencias de personalidad se explican por los genes.
Hablemos ahora de cultura. Usaremos la definición de cultura más amplia. Aquella que abarca a toda creación humana tanto material como inmaterial que se va acumulando en una sociedad a lo largo de generaciones: tecnología, instituciones, creencias, mitología, tradiciones, etc. La cultura es una parte muy importante de nuestro contexto vital, quizás la más importante. Desde pequeños, nos moldea, aprendemos de ella y también contribuimos a ella. ¿Pero cómo influye en nosotros?
Los genetistas hace tiempo que saben que los genes no siempre están activos. Múltiples factores los activan y desactivan para producir las proteínas “adecuadas” en cada momento.
Por ejemplo, ante la exposición a la luz solar, se activan los genes que producen melanina, la pigmentación que da color a la piel. Esto ayuda a proteger la piel de los daños causados por los rayos UV. Lo mismo pasa con genes relacionados directa o indirectamente con la personalidad y la inteligencia; determinados factores ambientales y culturales pueden activarlos o desactivarlos cambiando nuestra forma de ser. A la rama de estudio que se encarga de investigar estas complejas interacciones entre el ambiente y los genes se le llama epigenética.
Otra vía a través de la cual se da forma a la condición humana es mediante el aprendizaje. Aprendemos todo el tiempo, tanto si queremos como si no. El cerebro humano está especializado en aprender para adaptarse a ambientes muy diferentes, y por eso ha tenido éxito en casi todos los hábitats que hay en el planeta. Nuestra capacidad para aprender de la experiencia, sobre todo de la experiencia ajena, nos ha permitido crear cultura, y lo más importante, acumularla. Otros animales tienen culturas sencillas que se transmiten entre generaciones pero ninguno ha sido capaz de construir cultura sobre cultura a lo largo de generaciones a un ritmo parecido al del Homo Sapiens.
Aprendemos gracias a que tenemos un cerebro flexible. Especialmente flexible es la corteza cerebral, una parte muy nueva del cerebro desde el punto de vista evolutivo. La corteza cerebral, o neocortex, es muy plástica y cambia constantemente con el aprendizaje a lo largo de toda nuestra vida. La plasticidad de la corteza es lo que ha hecho creer a algunos en la infinita maleabilidad de la psique humana, pero esa creencia es errónea. La personalidad, por ejemplo, es relativamente estable durante toda la vida de la persona.
Por lo general nos gusta simplificarlo todo, pero como te puedes imaginar, no hay una dicotomía entre genes y cultura. Las personas somos el resultado de una interacción compleja entre nuestros genes (biología) y el contexto en el que vivimos (cultura + naturaleza). Los genes nos proporcionaron el cerebro capaz de crear y adquirir cultura. Y la cultura ha ido modificando los genes en un proceso de coevolución desde hace cientos de miles de años. Además, la cultura, es decir, cualquier influencia procedente de la sociedad, activa y desactiva constantemente nuestros genes. Por ejemplo, dos hermanos gemelos podrían tener un gen o conjunto de genes que les predisponen a tener ataques de ansiedad. Sin embargo, uno podría sufrir ansiedad cada día, y el otro no. Lo determinante serán las situaciones a las que se enfrenten uno y otro durante su vida.
La tabla rasa
La tabla rasa es una falsa creencia popularizada por el conductismo radical y acogida con gusto por algunos políticos y manipuladores de masas. Esta doctrina parte de que nuestro cerebro es una pizarra en blanco, una tablilla de arcilla infinitamente maleable y, por lo tanto, es modificada por el entorno (especialmente la cultura) a su antojo. Los seguidores de esta doctrina suelen creer que la educación y los medios de comunicación son las herramientas adecuadas para toda mejora social. Se basan en la premisa de que casi cualquier comportamiento, pensamiento o deseo, puede ser modificado mediante premios y castigos.
No creo que haya muchas personas que crean de verdad que somos una tabla rasa, pero sí que hay bastantes que coquetean con la idea o que dan tanta importancia al entorno que nuestra naturaleza queda aplastada por su peso. Estas personas se darán siempre de bruces con la realidad: ir en contra de la naturaleza humana está destinado a fracasar y provocar frustración. No puedes obligar a un perro a que deje de olisquear ni a un pájaro a que deje de volar. O bueno, sí puedes, pero lo matarás en vida.
En definitiva, ni somos una tabla rasa ni estamos predeterminados por los genes. Nuestros pensamientos y comportamientos están influidos de forma muy compleja por nuestro aparataje de serie (genes) y por el entorno social y cultural en el que se desarrollan nuestras vidas.
Diferencias entre hombres y mujeres
Antes de hablar sobre las diferencias entre la naturaleza de hombres y mujeres, es importante señalar primero que todos los seres humanos somos iguales en lo esencial. De hecho, compartimos el 99,9% de los genes. Compartimos características físicas y psicológicas: número de extremidades, calidad de visión, bipedestación, capacidad lingüística, crianza de los hijos, etc. Muchas de estas características también se encuentran en primates y otros mamíferos, ya que provenimos de un ancestro común.
Hombres y mujeres comparten la mayoría de los genes, siendo el cromosoma Y la principal diferencia genética. Sus cerebros son similares. Tienen la misma inteligencia general, utilizan el lenguaje y piensan en términos similares. Comparten emociones básicas, buscan parejas inteligentes y amables, experimentan celos, se sacrifican por los hijos y compiten por estatus y recursos. Eso sí, la forma en la que muchos de los genes se expresan varía sustancialmente entre sexos (estudio).
A pesar de las similitudes genéticas, es evidente que existen diferencias significativas entre hombres y mujeres que provienen de un hecho fundamental: machos y hembras tienen roles diferentes desde hace millones de años. Las mujeres invierten más en la crianza debido a la gestación y lactancia, con lo que el número de crías que pueden sacar adelante es limitado, mientras que los hombres se centran en proteger y proveer a la familia y pueden tener potencialmente infinitas crías. Esto ha dado lugar a diferencias innatas en las preferencias de elección de pareja, en los rasgos físicos y en los rasgos psicológicos de hombres y mujeres.
Las mujeres buscan hombres, altos, fuertes, de espaldas anchas, dispuestos a luchar por lo s suyos, que protejan a la familia y les provean de recursos. Los hombres valoran principalmente la salud y la fertilidad, que se manifiestan en características físicas como una cintura estrecha, caderas anchas, así como simetría en las facciones. Ver artículo de la Wikipedia al respecto.
Algunas de las consecuencias evidentes de esas diferencias primitivas son las siguientes. Los hombres buscan más relaciones sexuales casuales porque su estrategia reproductiva tiene que ver más con el número que con la calidad, como se refleja en la demanda de prostitución y pornografía. También son más propensos a competir violentamente por estatus ya que a más estatus más recursos disponibles y más hembras interesadas. Los niños tienden a practicar más juegos violentos porque ancestralmente era una preparación para la caza y la competición por las hembras.
Las mujeres son ligeramente más sensibles a los sonidos y olores y mejores habilidades sociales que los hombres. Esto último podría deberse a la necesidad de crear lazos con otras mujeres para apoyarse en la crianza. Dichas habilidades también les facilita desprestigiar a su competencia usando cotilleos. Los hombres, como cazadores que eran, son mejores en orientación espacial y en el lanzamiento de objetos.
La inteligencia promedio es similar entre sexos, aunque hay más variabilidad entre hombres en términos de coeficiente intelectual. Es decir, entre las personas con menor coeficiente intelectual hay más hombres, pero también entre las que tienen un coeficiente intelectual más alto.
Debemos entender que estas diferencias pueden influir en las preferencias e intereses que hombres y mujeres tienen en promedio, así como en sus comportamientos. Así, no nos debería extrañar que las mujeres prefieran profesiones más centradas en las relaciones y el cuidado, mientras que los hombres tienden a buscar estatus a través de trabajos que les proporcionen dinero y poder.
Razón vs emoción
La razón siempre ha sido ensalzada por los filósofos como aquello que nos separa del resto de bestias del reino animal. Bien, dependiendo de la definición de razón que usemos esto es en parte cierto y en parte no.
La razón para mí es el conjunto de herramientas cognitivas que utilizamos para llegar a nuestros objetivos. A esto se le suele llamar razón instrumental o práctica.
La razón también puede definirse como el conjunto de herramientas cognitivas que nos acerca a la verdad objetiva. A esto se le suele llamar razón epistemológica o teórica.
Como te puedes imaginar, todo animal dotado de un mínimo de cognición, utiliza la razón instrumental, pero no así la razón epistemológica. El lobo usa la razón instrumental para para seguir el rastro de una presa y estimar la distancia a la que está, pero no usa la razón epistemológica para razonar que las moléculas responsables del olor se van difuminando con el tiempo y la concentración de moléculas depende del tiempo desde que pasó la presa y la velocidad del viento. Podríamos afirmar que al lobo no le interesa la verdad sino comer esta noche.
La capacidad de razonar reside principalmente en la corteza del cerebro, la parte más nueva en el cerebro desde el punto de vista evolutivo. Muchos animales tienen corteza cerebral, pero el humano la tiene sustancialmente más desarrollada que el resto.
Las emociones son un mecanismo fisiológico de respuesta rápida que nos mueve a actuar ante una situación concreta. Por ejemplo, el miedo es una reacción instintiva en todo el reino animal que nos protege de un peligro inminente promoviendo una acción de lucha o huída.
Las emociones anidan principalmente en una parte mucho más primitiva del cerebro que el neocórtex. Es el llamado sistema límbico, que está formado por la amígdala, el hipotálamo, el hipocampo y la corteza límbica. Estas áreas del cerebro ya existían en los primeros vertebrados. Así que si eres de los que todavía piensa que los animales no tienen emociones, estás profundamente equivocado. Personalmente creo que una diferencia importante entre los humanos y el resto de animales es la capacidad de regulación de las emociones, mucho más desarrollada entre los de nuestra especie gracias a su gran corteza prefrontal (y en parte también gracias a la cultura). Los humanos también etiquetamos las emociones y les damos un significado, lo que normalmente denominamos sentimientos. Y por supuesto, el tipo de emociones varía entre especies ya que dan respuesta a retos adaptativos diferentes.
Tanto la razón como las emociones tienen un objetivo último: la supervivencia y la reproducción. Ambas son imprescindibles y están más relacionadas de lo que la gente cree.
Los seres humanos y otros animales sociales tienen emociones que les ayudan a comportarse adecuadamente en sus grupos para ser aceptados y prosperar. Por ejemplo, la culpa es una emoción que envía una señal al otro de que te arrepientes de lo que has hecho y que no se volverá a repetir. La culpa, al igual que la mayor parte de emociones sociales, viene acompañada de un comportamiento no verbal. En el caso de los humanos, las emociones se reflejan en gran medida en el rostro El psicólogo Paul Ekman ha comprobado que los gestos relacionados con las emociones son muy similares en todas las sociedades.
Ya hemos dicho que una de las funciones de la razón es moderar la respuesta a las emociones: por ejemplo, no golpeando a alguien que ha desencadenado tu ira porque sabes que tendrá consecuencias negativas a posteriori. Pero la razón no es la única responsable de que tomemos buenas decisiones, la emoción también tiene su papel.
Según el neurocientífico Antonio Damasio, las emociones son, en parte, un destilado de sabiduría de las experiencias pasadas. Te mandan señales de lo que previsiblemente va a ser positivo y lo que va a ser negativo. Tu yo consciente podría desconocer los motivos por los que ver un dóberman te provoca sudoración y te sube la tensión, pero tu cerebro emocional ha almacenado vívidamente la experiencia traumática que tuviste de niño con un perro grande y negro. Es decir, que las emociones aprenden, no son estáticas y ese aprendizaje se une con la razón para afinarla.
Las emociones también son el motor que nos empuja a actuar. Una persona que no siente es un vegetal. Por mucho que tenga una capacidad de razonamiento prodigiosa, no la usará para ningún proyecto porque carece de motivación. Al mismo tiempo, una persona muy temperamental e impulsiva se dejará llevar en exceso por sus emociones sin evaluar las consecuencias a largo plazo. La reflexión, el razonamiento y la predicción de escenarios cumplen el papel de regular las emociones para conseguir un buen equilibrio entre una respuesta ágil, pero adecuada en el medio-largo plazo.
La influencia de la cultura en la conducta humana
¿Qué papel juega la cultura en nuestro comportamiento?
Recordemos primero la definición que di de cultura: toda creación humana tanto material como inmaterial que se va acumulando en una sociedad a lo largo de generaciones: tecnología, instituciones, creencias, mitología, tradiciones, etc.
La cultura regula nuestro pensamiento y nuestro comportamiento porque es parte del ambiente en el que nos movemos (la parte más importante). El cerebro humano tiene una capacidad prodigiosa para aprender. Siempre se dice que un niño es como una esponja, y es verdad. Pero no sólo los niños, los adultos seguimos aprendiendo hasta nuestro lecho de muerte. El Homo Sapiens es también el Homo Cultural. Sin el conocimiento, la tecnología y las instituciones que nos rodean no sobreviviríamos más de una semana. Nuestra ventaja cognitiva viene acompañada de una desventaja instintiva. Muchos animales pueden sobrevivir sin que sus padres o familiares les enseñen nada porque tienen casi todo el conocimiento que les hace falta programado en el ADN, pero no es el caso de los humanos que tienen una infancia larga y que necesitan de muchos cuidados y maestros. Afortunadamente, nuestro ADN contiene los planos de un cerebro que aprende rápidamente, sobre todo fijándose los demás, comprendiendo qué es lo que están haciendo e imitándoles.
Teniendo en cuenta la importancia que la biología le ha dado a nuestros módulos de imitación y aprendizaje, no es de extrañar que haya gente que piense que somos infinitamente maleables a través de la cultura, pero no es así. Uno de los motivos que les lleva a pensar eso es la gran variedad de religiones, costumbres, vestimentas, modas, aficiones, personalidades, filias y fobias que podemos ver en cualquier documental de historia o dando un paseo por Barcelona.
Pero no debemos dejarnos confundir por tanta variedad. Debajo de esa diversidad residen un puñado de miedos, intereses, deseos, preocupaciones y necesidades que todos los seres humanos compartimos: la naturaleza humana.
Tal cual yo lo veo, la naturaleza humana contiene los objetivos del juego, sus piezas, tablero y reglas. Mientras que la cultura es el conjunto de jugadas y movimientos que tienen lugar en una partida de ajedrez.
Pensar que los humanos somos infinitamente maleables es como pensar que, dado que el ajedrez admite muchas estrategias y movimientos diferentes, el ajedrez no tiene límites. Pero los tiene, y están muy bien definidos. Lo interesante es que aún con todas sus restricciones, se pueden jugar infinidad de partidas diferentes.
Por poner un ejemplo concreto. Todos los seres humanos buscan el estatus dentro de su grupo social; sobre todo los hombres. Esto es así porque el estatus ayuda a encontrar pareja, a recibir ayuda y a conseguir recursos. Sin embargo, el modo de conseguir estatus varía en cada cultura. Para un yanomami del Amazonas, se consigue siendo un buen cazador de tapires, mientras que entre las clases ricas estadounidenses, el estatus se adquiere organizando eventos filantrópicos.
En resumen, la cultura influye y mucho en cómo pensamos y cómo nos comportamos, pero debe respetar las reglas del juego. Cuando no lo hace, emerge el malestar. Una sociedad cuyas normas culturales van en contra de la naturaleza humana produce dolor y desasosiego y es una bomba a punto de explotar, porque cuando la gente no es observada, vuelve a conectar con sus necesidades e intereses fundamentales. Por ejemplo, las modas modulan en parte nuestra concepción de la belleza. Pero una moda que ensalce la obesidad acabará resultando desagradable para la mayoría. Esto es así porque por naturaleza nos atraen los cuerpos sanos, delgados y atléticos. Y tiene sentido, ya que la gordura extrema es una señal de mala salud y dificultad para hacer las tareas más básicas.
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El origen de la moral
La moral es el conjunto de reglas implícitas o explícitas que comparte una sociedad de individuos para facilitar la convivencia y resolver los conflictos de intereses. La sabiduría popular estipula que la moral procede de la religión, de la cultura, o nace del propio individuo. La ciencia, sin embargo, nos cuenta otra cosa: la moral no es algo exclusivamente humano, sino que todos los animales sociales tienen algún tipo de moral.
Estas reglas, algunas de las cuales compartimos con otros animales, están “escritas” en el ADN y vienen con nosotros desde mucho antes que existieran las religiones y la carta de los Derechos Humanos. Entre algunas de las reglas morales de las que nos ha dotado la evolución, están: corresponder un favor con otro, proteger a nuestros hijos, ayudar a los amigos, no matar a los de nuestra tribu, ser leales al clan, etc. Algunas religiones y sociedades luego han incorporado estas reglas a sus mandamientos y las han modificado, pero ellas no las inventaron. Y por supuesto, aunque una religión pueda fortalecer ciertos comportamientos morales, si desaparece, no desaparece la moral. Si te interesa el tema, el psiquiatra Pablo Malo lo explora en profundidad en Los peligros de la moralidad.
Dentro de la moral que podríamos llamar instintiva, hay un comportamiento especialmente relevante para comprender al ser humano: el comportamiento tribal (aunque quizás debería llamarse de bandas). Durante cientos de miles de años nos agrupamos en pequeñas bandas de entre 5 y 50 miembros. La mayor parte de los individuos eran familia. Se cree que muchos de los encuentros con otras bandas eran un riesgo. La lucha por el territorio y el miedo a que la otra banda fuese agresiva, ponía a todos de uñas. Simplificando mucho, eso es el tribalismo. Un conjunto de comportamientos y pensamientos instintivos que hacen que tratemos a los de fuera de nuestro grupo de modo radicalmente diferente a cómo tratamos a los nuestros.
Hace ya mucho tiempo que no vivimos en pequeñas bandas itinerantes, pero el instinto sigue ahí. Es gracias a muchos elementos culturales (normas sociales, leyes, policía, cárceles, etc.) que no nos matamos cada día en las calles. Hoy las tribus de los países desarrollados no se forman en torno a la familia, sino alrededor de ideologías políticas, razas y naciones.
Para superar el tribalismo hace falta una ética universalista, que valore a los individuos por el propio valor de ser humanos y no por pertenecer a una familia, tener una ideología o vivir en un país determinado. Las dificultades de aplicar esta ética es que va en contra de nuestras tendencias tribales naturales.
Cooperación vs. Competencia
No es raro escuchar discursos simplistas en los que de un lado se defiende que el ser humano es cooperativo y bueno por naturaleza; y por el otro, que es competitivo, despiadado y egoísta por naturaleza.
Pero ninguna de las dos posturas abarca la complejidad de comportamiento del Homo Sapiens, que es un animal cooperativo y competitivo. Ya hemos hablado sobre el tribalismo, así que te puedes imaginar una de las características que nos definen: con nuestro grupo somos en gran medida cooperativos y con los otros somos competitivos. Es posible que en la prehistoria compartiéramos con otras bandas por el territorio, aunque hay mucho debate al respecto todavía. Ese comportamiento se ha visto en nuestros primos más cercanos, los chimpancés, sin embargo los bonobos, también parientes cercanos, son mucho más pacíficos. Al margen de los conflictos entre grupos, también competimos con nuestros allegados. Como dije cuando explicaba las diferencias entre hombres y mujeres, siempre hay competición en el mercado sexual. Unos y otros intentan encontrar a la mejor pareja y existe una competencia constante con el resto de candidatos o candidatas.
También luchamos por el estatus, que nos proporciona seguridad, recursos y parejas. Así, por la mañana podemos estar cooperando en un grupo de caza y por la tarde compitiendo con esos mismos compañeros para llamar la atención de la mujer más atractiva de la banda.
Una cosa es cierta, algo que nos define como especie es la capacidad para cooperar en grupos enormes. El capitalismo global es el mejor ejemplo de cómo el ser humano ha sido capaz de cooperar con miles de desconocidos para poder tomar un café Nespresso, conducir un Tesla o dormir una noche en el Hilton. Detrás de cada uno de esos momentos está el trabajo oculto de miles de personas de todos los lugares del mundo. Como te habrás imaginado, esta cooperación a gran escala es posible gracias a la cultura, es decir, gracias al aprendizaje acumulado en forma de instituciones, empresas, normas sociales, etc. Una sociedad con una cultura primitiva sería incapaz de cooperar más allá de unos pocos cientos de personas. Ningún otro animal, quizás a excepción de las hormigas y las termitas, cooperan a semejante escala. Y desde luego, la complejidad de la cooperación del ser humano es inigualable.
Esta capacidad superlativa no debe llevarnos a pensar que somos altruistas ingenuos por naturaleza. Los altruistas ingenuos se extinguieron hace tiempo, y es que ser demasiado bueno te convierte en pasto de los lobos. Como explica Richard Dawkins en El gen egoísta, nuestros comportamientos, en última instancia, se reducen a lo que nuestros genes “consideran” más útil para sus objetivos de propagación y perdurabilidad.
Necesidades humanas más profundas
¿Qué es lo mínimo que necesita un ser humano para sobrevivir? Pensemos: aire para respirar, agua, comida, seguridad, descanso, refugio para protegerse de las inclemencias y los peligros del entorno y ropa para no morir congelado. Estas son las necesidades fisiológicas que prácticamente todo animal tiene.
Podemos imaginarnos a una persona en una casa con suministro continuo de agua, comida, etc. sobrevivir durante un largo periodo de tiempo. ¿Hay algo más? Sí. Todo ser vivo ha evolucionado para cumplir una serie de funciones que van más allá de comer y cagar. Esto lo observamos cuando vamos al zoo y vemos a un oso polar en un recinto de 1000 metros cuadrados (en libertad recorren más de 30 kilómetros al día). Se sienta en una esquina a esperar la comida; sin vitalidad, porque su vida en esas condiciones carece de sentido.
Todos los seres vivos tenemos un objetivo vital: desarrollar con plenitud nuestras capacidades como miembros de la especie a la que pertenecemos. Un águila necesita volar, un león copular con leonas, las leonas cazar y cuidar de sus crías, una hormiga soldado luchar por su reina y una orca vivir rodeada de su vaina. Cuanto más cercenas la libertad de un animal para hacer lo que le dictan sus instintos, más infeliz será. La evolución ha “diseñado” cerebros que sienten placer y bienestar cuando hacemos lo que nos toca hacer y dolor, y malestar cuando no lo hacemos. Así que, cuando enjaulamos a un lagarto en un reptilario, sufre (aunque el reptil no lo exprese como lo haría un humano o un mamífero porque no es un animal social), y cuando a una persona le niegas el cariño y apoyo de sus semejantes, caerá deprimida.
¿Qué otras necesidades tenemos los humanos además de las meramente fisiológicas y de seguridad?
Hay muchas teorías al respecto; la más conocida es la Jerarquía de necesidades de Maslow que fue desarrollada en los años cuarenta del siglo pasado (también conocida como Pirámide de Maslow).
La pirámide de Maslow se presenta comúnmente en cinco niveles (de la base a la cima):
- Necesidades fisiológicas (alimentación, agua, sueño, etc.).
- Necesidades de seguridad (seguridad física, empleo, salud, etc.).
- Necesidades de pertenencia y amor (amistad, familia, relaciones sociales).
- Necesidades de estima (autoestima, reconocimiento, logros).
- Necesidades de autorrealización (crecimiento personal, desarrollo de potencial, realización de metas).
A casi todo el mundo le suena esta pirámide, y entre psicólogos se sigue usando, aunque tiene muchas críticas, como es normal, tras 80 años desde su publicación. En los últimos años se han hecho intentos para adaptarla a lo que hoy sabemos (y Maslow desconocía) en el terreno de la psicología evolucionista y la psicología del desarrollo. Douglas T. Kenrick y sus colegas renovaron la pirámide con este fin en 2011.
Además de las necesidades fisiológicas y de seguridad ya comentadas, esta pirámide incorpora las necesidades relativas a la afiliación, el estatus, la adquisición y retención de pareja y la paternidad. Asímismo, en la nueva pirámide se refleja cómo las necesidades de la base permanecen durante toda la vida del individuo; nunca son superadas por las siguientes, como pensaba Maslow.
Otra de las ventajas de esta pirámide es que representa también el orden en el que las necesidades van surgiendo a lo largo de la vida de los individuos. Kenrick y su equipo se percataron de que las necesidades dependen del momento vital de la persona y de su contexto concreto y de su personalidad. Por ejemplo, un niño de dos años no busca el estatus, y uno de ocho no busca pareja. Asimismo, un adolescente no está preocupado por la paternidad pero sí por el estatus. Como he dicho, el contexto también es determinante. El adolescente dedica gran parte de su energía vital a ganar estatus que, a su vez, le ayudará a encontrar pareja. Pero si en una cita con una chica empieza a escalar un escorpión por su pierna, se pondrá a saltar y a gritar, dejando la cuestión del apareamiento para otro momento.
Maslow reservaba un lugar especial en la cumbre de la pirámide a la autorrealización. Actividades que para él suponían la autorrealización son escribir una novela, dedicar tu vida a la cura de una enfermedad rara o conseguir la maestría con el violín. Sin embargo, con los avances en psicología evolucionista, se cree que la necesidad de autorrealización lleva a la adquisición de competencias. Y las competencias son muy útiles por dos motivos. En primer lugar te pueden ayudar a ganarte la vida y en segundo lugar, te proporcionan estatus. Al ser percibido como una persona valiosa con capacidades especiales, tu comunidad te apreciará (más ayuda y recursos potenciales) y tus posibilidades de apareamiento aumentarán (sobre todo si eres hombre). Así, la necesidad de autorrealización de Maslow queda perfectamente explicada por otras necesidades “más básicas” como la pura supervivencia y la necesidad de estatus.
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Espero que el artículo te haya abierto nuevos horizontes, házmelo saber en los comentarios y no olvides escuchar la charla que tuve con Marcos Vázquez sobre naturaleza humana.
Roberto dice
Hola Val,
Interesante y completo artículo. La charla con Marcos, también una gozada.
Es difícil saber qué parte hay de «tabla rasa» y qué parte hay perdeterminada (genes) en la naturaleza humana. Los experimentos que deberíamos llevar a cabo para ello serían demasiado salvajes.
En mi experiencia personal (obviamente sesgada) y como padre, creo que la genética moldea el carácter, pero ni de lejos es concluyente. El entorno y la cultura, modulan mucho más el comportamiento del ser humano. Creo que somos seres sociales y nos adaptamos a nuestro entorno desde bien pequeños. Pero claro, esto es sólo una opinión personal.
Val Muñoz de Bustillo dice
Gracias Roberto por dejar tu comentario 🙂
Saludos!