He dedicado los tres primeros artículos de esta serie a explicar cómo ocurre la evolución biológica y la cultural. Lo hice así porque Polymatas va de explicar los fundamentos de las cosas, de que tú tengas el conocimiento básico para razonar por ti mismo. Hoy voy a ir más a lo concreto. Voy a analizar si existe realmente un conflicto entre genes y cultura y en qué cosas nos puede estar afectando. ¡Vamos a ello!
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Diferentes velocidades
En los artículos anteriores ya expliqué que tanto la evolución biológica como la cultural se han acelerado sustancialmente durante los últimos milenios. En el caso de la cultural es evidente, todos vemos cómo los cambios tecnológicos suceden cada vez más deprisa, y la tecnología es sin duda un gran catalizador de otros ámbitos de la cultura como la alimentación, el ocio, las costumbres, etc. Que la evolución biológica haya aumentado su velocidad es menos obvio, es algo que no apreciamos a simple vista, pero está sucediendo. Los dos motivos principales son el brutal aumento de la población y unos cambios culturales cada vez más y más rápidos. A mayor población más probabilidades de que sucedan mutaciones en el acervo genético y a mayor cambio cultural mayores son las presiones evolutivas provenientes de la cultura.
A pesar de que cultura y biología están cambiando cada vez más rápido, lo hacen a dos velocidades muy diferentes. La explicación es sencilla, la podemos extraer del anterior artículo de la serie en el que decía lo siguiente:
“Si en la evolución biológica los genes más aptos pasaban de padres a hijos, en la cultural los elementos culturales más aptos pasan a las siguientes generaciones y también a los vecinos, amigos y otros grupos. En las últimas décadas gracias a internet, el comercio global, la TV y los vuelos internacionales baratos, la cultura se propaga más lejos y rápido que nunca.”
y poco después decía:
“Los cambios culturales a veces son aleatorios (mutaciones) y otras veces dirigidos, intencionales. En esto se diferencian mucho de las mutaciones biológicas que siempre son aleatorias.”
Por último, la evolución genética necesita de la reproducción, con todas las limitaciones que eso supone, pero la cultural no. La velocidad en los cambios biológicos está limitada por las generaciones, pero durante una sola generación, pueden suceder muchos cambios en la cultura.
Con solo echar un vistazo a los últimos 30 años, vemos que el mundo ha cambiado radicalmente. Solo internet, ha modificado nuestros trabajos, nuestro ocio y nuestra manera de relacionarnos. Por contra, durante este periodo el cambio biológico ha sido prácticamente nulo.
Esto que ahora nos puede parecer tan evidente, durante la mayor parte de la historia de la humanidad no fue así. La cultura evolucionaba lentamente hasta hace unas pocas decenas de miles de años y solo en los últimos siglos ha alcanzado velocidades supersónicas.
¿Existe un conflicto?
Concluir que hay un conflicto entre genes y cultura solo porque haya una diferencia de velocidades me parece prematuro. Hay cambios culturales que probablemente nos hayan conectado más con nuestra naturaleza. Por ejemplo, la aparición del estilo de vida Paleo, el Natural Movement o el Realfooding son fenómenos muy recientes que nos empujan, o al menos eso es lo que pretenden, a un modo de vida más parecido al que podían tener nuestros ancestros.
También tenemos avances como las vacunas y los antibióticos que ayudan a nuestro cuerpo a protegerse de muchos patógenos que de forma natural nos enfermarían. Y hemos desarrollado medios de transporte antinaturales, como los aviones, que nos permiten viajar a cualquier parte del mundo a pesar de nuestro miedo innato a las alturas. Vamos, que hay muchos cambios culturales que nos alejan de nuestra naturaleza pero que la mayor parte de las personas las valoramos positivamente.
Dicho esto, tampoco podemos mirar para otro lado como si no existiese ningún problema. Las llamadas enfermedades de la civilización están matando a docenas de millones de personas cada año o, lo que para mí es incluso peor, nos están condenando a años y años de una vida miserable. La Organización Mundial de la Salud publica estadísticas de las principales causas de muerte en el mundo separando los datos por el nivel de riqueza de los países. Las muertes más habituales de los países más pobres son por enfermedades infecciosas, las muertes de neonatos, la malaria, diarrea… y enfermedades cardiovasculares.
Pero cuando ves las primeras causas de muerte en países altamente industrializados, las infecciones prácticamente desaparecen del mapa y te encuentras con enfermedades cardiovasculares, Alzheimer, demencia, cáncer de pulmón…
Se les llama enfermedades de la civilización porque cuando se han estudiado sociedades de cazadores-recolectores actuales a penas 1 de cada 10 personas mueren a causa de ellas. Algunos lo atribuyen a que la gente muere joven y no da tiempo a que desarrollen cáncer, demencia o cosas así, pero eso no es lo que indican los estudios. Aunque es cierto que la mortalidad infantil de este tipo de sociedades es muy alta y eso reduce la esperanza de vida, lo normal es que un cazador-recolector pase de los 70 años.
Jared Diamond, el escritor del ya clásico Ármas, gérmenes y acero ha viajado infinidad de veces a Papúa Nueva Guinea, que es uno de los pocos lugares del mundo donde todavía viven, sin demasiadas interferencias externas, tribus de cazadores-recolectores. En su libro El mundo hasta ayer cuenta lo siguiente:
“Las enfermedades no transmisibles, que acaban con la vida de la mayoría de ciudadanos del primer mundo hoy en día – la diabetes, la hipertensión, la apoplejía, los ataques cardíacos, la aterosclerosis, las enfermedades cardiovasculares en general y el cáncer – eran muy poco habituales o desconocidas entre los papúes tradicionales que vivían en las zonas rurales. La ausencia de dichas enfermedades no se debía sólo a una corta esperanza de vida media, ya que seguían sin afectar a los papúes que superaban los 60, 70 y 80 años. Una evaluación realizada a principios de los años sesenta de 2000 ingresos en hospitales de Puerto Moresby no detectó ni un solo caso de enfermedad de las arterias coronarias e identificó tan solo cuatro casos de hipertensión”.
En su libro, Diamond pone varios ejemplos de sociedades de cazadores-recolectores que ,según van adquiriendo el estilo de vida moderno, empiezan a contraer enfermedades cardiovasculares, cáncer y a engordar más y más. En 1991 Kerin O’dea hizo un estudio con aborígenes australianos que habían cambiado a un estilo de vida occidental y comprobó que las tasas de obesidad y diabetes eran inusualmente altas, mientras que los aborígenes con una forma de vida tradicional se encontraban en muy buena forma.
Se cree que las personas de sociedades tradicionales que han permanecido aisladas del resto del mundo, tienen un riesgo mayor de sufrir obesidad y enfermedades de la civilización cuando adoptan un estilo de vida moderno. Todo apunta a que esto ocurre porque sus genes no están adaptados al nuevo estilo de vida. A pesar de lo que alguna gente piensa, la evolución biológica no se paralizó hace 10000 años. No tenemos los genes de nuestros ancestros del Paleolítico. Bueno, en gran parte sí, pero el mundo ha cambiado desde entonces y la selección natural ha seguido su curso. Los primeros pueblos que adoptaron la agricultura y la ganadería están hoy mucho mejor preparados para beber leche o comer cereales que el resto (estudio). Así como la gente de muchos países africanos está mucho mejor protegida contra la malaria (estudio) que cualquier ciudadano ciudadano del norte de Europa, por la sencilla razón de que la enfermedad lleva suponiendo una presión evolutiva en el continente africano durante siglos.
Pero entonces, ¿por qué no nos hemos adaptado completamente al modo de vida moderno?, ¿por qué sufrimos cada vez más obesidad, diabetes y cáncer?
Existen varios motivos. En primer lugar, para que nuestro acervo genético evolucione hace falta tiempo y presiones evolutivas. Algunos de los cambios culturales que nos podrían estar enfermando son muy modernos. Por ejemplo, en 1840, El 60% de los estadounidenses trabajaba en el campo. El trabajo en la agricultura suponía un esfuerzo físico importante, sobre todo, en aquella época en la que disponían de muchas menos ayudas técnicas que ahora. En 2015 poco más del 1% se dedicaba a la agricultura. Han pasado casi 200 años, unas 8 generaciones. Claramente es insuficiente para que nuestro genoma se haya adaptado al sedentarismo. Además, una enfermedad cardiaca que te mata con 60 años no tiene por qué suponer una presión evolutiva. Hasta esa edad has tenido tiempo para tener varios hijos y legarles tus genes poco adaptados al sedentarismo.
Algo similar sucede con la comida ultra-procesada: chuches, snacks, refrescos, galletas, cereales para el desayuno y ese tipo de cosas. Todos ellos son producto de la Revolución Industrial, pero se han popularizado durante los últimos 100 años. La comida ultra-procesada contiene habitualmente concentraciones de sal, azúcar y grasas saturadas mucho más altas que la comida menos procesada y su contenido nutricional suele ser muy pobre (ver artículo). Nos engancha porque la sal, el azúcar y las grasas eran altamente codiciados por nuestros ancestros y evolucionamos para que nos encantasen, ya que en las cantidades adecuadas nos ayudaban a sobrevivir. Galletas, bollos y pizzas estimulan de forma desproporcionada nuestros sentido del gusto haciendo que frutas, verduras y frutos secos parezcan sosos y sin gracia.
La teoría de la evolución como guía para una vida mejor
Cuando los empleados de un zoo compran alimentos para los zorros no hacen un estudio comparativo con grupo de control; se limitan a darles lo que comen en la naturaleza. ¿Puede estar sano y feliz un zorro en un recinto cerrado de 500 metros cuadrados cuando en libertad se movería libremente por una zona boscosa de 30-40km cuadrados olisqueando, acechando, escarbando…? ¿Por qué algo tan evidente nos cuesta verlo cuando en vez de zorros hablamos de seres humanos? Con esto no quiero insinuar que lo natural siempre es mejor. A este tipo de argumento simplista y a veces erróneo se le suele llamar falacia naturalista. Tendemos a pensar que lo natural es mejor que lo artificial, pero eso no es siempre así. ¿Dónde está el punto medio entre vivir en un entorno similar al que hemos evolucionado durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva y no renunciar a las comodidades y avances de la vida moderna?
Espero haber despertado tu curiosidad y que empieces a hacerte esta pregunta en varias facetas de tu vida e investigues y experimentes por tu cuenta.
¿Debería buscar relaciones más cercanas, estrechas y familiares parecidas a las de nuestros ancestros? ¿Debería salir más a la naturaleza con mis amigos? ¿Debería tomar más el sol? ¿Ir al gimnasio está bien o sería mejor hacer ejercicio más parecido al que hacen de forma natural las tribus de cazadores-recolectores?
Mi opinión personal es que la teoría de la evolución es un buen acercamiento para responder a este tipo de preguntas, tanto si hablamos de personas como del resto de animales. En nuestro caso es algo más complejo porque la evolución cultural de los últimos milenios nos ha dejado un poco fuera de juego. Nos lleva con la lengua fuera y a pesar de los esfuerzos de nuestros genes por ponerse al día, lo cierto es que los últimos siglos se han bastante descolgados. Lo que te propongo es que tengas en cuenta los principios de la teoría de la evolución pero que no simplifiques demasiado. Hacerlo te puede llevar a errores como dejar de comer legumbres porque es un alimento que «solo» consumimos desde hace unos 10000 años, cuando las legumbres han demostrado ser uno de los mejores alimentos que hay, si las preparadas adecuadamente.
Lo interesante de esta forma de ver el mundo es que responde al primer por qué, a la causa última de las cosas de una forma bastante aproximada y me permite actuar en consonancia con lo que mi cuerpo y mi mente necesitan.
Eduardo Cabrera dice
¡El broche de la cuatrilogía evolucionista!
¡Gracias, Val!