La raza humana se enfrenta a dos grandes problemas: la pobreza y el cambio climático.
Uno es conocido y sus efectos pueden palparse. 45 millones de niños menores de 5 años sufren malnutrición severa ahora mismo. Para que te hagas una idea, eso equivale a un país como España lleno de niños pasando hambre. Casi una de cada diez personas en el mundo sobrevive con menos de 2,15 dólares internacionales al día. Eso significa que a duras penas podrá comprar una barra de pan y un litro de leche.
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El cambio climático es más etéreo aunque sigue siendo algo muy real. Las temperaturas aumentan cada año, el nivel del mar sube, los glaciares menguan, etc. Si escuchamos a los expertos, esto es sólo el inicio de algo feo.
Al parecer nos enfrentamos a una encrucijada, porque el inmenso progreso que hemos conseguido los últimos 200 años ha tenido un aliado fundamental: los combustibles fósiles. Ese zumo de dinosaurio que nos ha permitido disfrutar de energía barata durante dos siglos. La pena es que el carbón y el petróleo tienen la mala costumbre de emitir CO2 cuando se queman.
El CO2, el metano, y otros gases de efecto invernadero siempre han estado ahí, pero los hemos multiplicado y cada vez forman una película más densa en la atmósfera que no deja salir el calor. El incremento de las temperaturas y sus efectos están ocurriendo a gran velocidad y eso provoca que plantas, animales y humanos tengamos poco margen de maniobra para adaptarnos.
Muchos países están aplicando cambios de todo tipo para hacer frente a esta emergencia climática sin sacrificar en exceso el bienestar de las personas. Pero en las últimas décadas ha surgido un movimiento que no cree que las energías verdes ni los avances tecnológicos vayan a salvarnos. Son los decrecentistas y como te puedes imaginar, proponen detener, o incluso reducir el consumo de energía y recursos, y por tanto, reducir la producción y el consumo. Algunos los tildan de locos, otros creen que ya no hay otro remedio. Hoy quiero traer aquí un análisis lo más objetivo posible sobre los beneficios y perjuicios de esta vía y la viabilidad de llevarla a cabo. Empecemos.
Todavía somos muy pobres
Para comprender el dilema entre crecimiento económico y destrucción del medio ambiente, lo primero que necesitamos interiorizar es que todavía somos muy pobres. A los que hemos tenido la suerte de nacer en países como España, en una familia de clase media, quizás nos cueste verlo, pero 9 de cada 10 ciudadanos del mundo viven con menos de 30$ internacionales al día. Es decir, viven con unos ingresos que bajo los estándares occidentales significan pobreza. Este enorme grupo no está formado sólo por pobres de solemnidad, aquellos que no tienen ni para comer, pero, la mayoría de estas personas viven con lo justo. Osea, que no se pueden ir de vacaciones, ni comer en restaurantes, ni comprarse unos buenos zapatos. Buena parte de su energía vital se esfuma pensando cómo gestionar lo poco que tienen y preocupados por si lo pierden.
¿Por qué es importante ser conscientes de lo pobres que somos? Porque es una bofetada cognitiva que nos recuerda que la mayor parte de los habitantes de la Tierra necesitan más comida, más ropa, más medicinas, más calefacción, más libros y más tiempo libre.
Como dice el economista Max Roser, necesitamos crecer económicamente porque crecer es lo que proporciona a esas personas los bienes y servicios que necesitan. Una casa con electricidad, agua potable cerca, libros para ir a la escuela y alimentos nutritivos para no caer enfermos.
El polémico PIB per cápita y su relación con el progreso
Cuando políticos y economistas como Max Roser repiten el mantra de que debemos hacer crecer la economía, algunas personas tuercen el gesto y se apresuran a decir que el crecimiento económico y el PIB per cápita no tienen por qué traer felicidad y bienestar. Puntualizan, con razón, que el PIB per cápita también incluye la fabricación de armas, la publicidad engañosa, las bolsas de plástico, la deforestación de bosques autóctonos, el tabaco y muchas otras cosas de dudoso valor para el ser humano. También añaden que cuidar a un padre enfermo, la calidad de las relaciones sociales, el aire limpio, la belleza, la generosidad y el buen arte no se tienen en cuenta. Todo esto es cierto y por eso el PIB per cápita es una métrica imperfecta. Algunas de estas personas han propuesto que la felicidad de la gente debería ser el indicador que sigan los gobiernos para orientar sus políticas (como hizo Bután). Otras métricas como Better Life Index de la OCDE, el PIB per cápita verde (con poco éxito) o el Índice de Desarrollo Humano (con bastante más éxito) han cobrado protagonismo en los últimos decenios.
Pero, ¿qué es el PIB exactamente?
El PIB, o Producto Interior Bruto es la suma de bienes y servicios que producimos unos para otros. Por ejemplo, escribir, editar, imprimir, transportar y vender un libro incrementa el PIB en una cantidad igual al precio del libro. Arreglar una carretera rural para que los niños puedan ir en autobús al colegio aumenta el PIB en una cuantía igual al coste de la reparación. Fabricar una máquina de resonancia magnética para que en un hospital puedan diagnosticar lesiones cerebrales incrementa el PIB en el precio de dicha máquina. Tomar unas copas en un chiringuito de la playa incrementa el PIB en la cuantía de las copas.
El PIB per cápita, como puedes imaginar, es una división entre el PIB total de un país y su número de habitantes.
A priori, el PIB per cápita no dice nada de lo felices, sanos, espirituales, generosos o buenos que somos. Simplemente dice lo productivos que somos. Tampoco nos dice a qué dedicamos nuestro trabajo o capacidad productiva. ¿Dedicamos nuestro esfuerzo a fabricar tanques o a máquinas de resonancia magnética? Y por supuesto, no nos da pistas sobre el impacto que tiene nuestra actividad económica. ¿Estamos destruyendo todos los bosques autóctonos? ¿Emitimos CO2 a la atmósfera como si no hubiera un mañana? ¿No se puede respirar en las ciudades por la contaminación? ¿Probamos los medicamentos infligiendo dolor y sufrimiento a miles de animales de laboratorio?
Visto esto, cuesta pensar que el PIB per cápita sea una buena métrica para guiar nuestros esfuerzos políticos y económicos. Pero no tan rápido, porque resulta que tiene una propiedad muy interesante. Lo verás claramente en la siguiente gráfica.
El PIB per cápita de un país está directamente relacionado con la esperanza de vida de sus habitantes, el acceso al agua, a la electricidad, el nivel de educación, la felicidad de la gente e incluso con el desempeño medioambiental. Además, en los países más productivos la mortalidad infantil y el número de horas trabajadas es menor. El PIB per cápita es bastante útil porque es un indicador indirecto de muchas cosas que todos consideramos positivas. Hay que dejar claro que la correlación no es perfecta. Por ejemplo, los países de Oriente Medio son muy ricos pero no destacan en educación y esperanza de vida. Por otro lado, los países sudamericanos son francamente felices en relación a su nivel de ingresos.
Si eres un lector crítico, te habrás hecho la pregunta del millón: ¿Es el aumento de la producción lo que ha traído vidas más largas, más educación y más felicidad o es al revés? ¿O hay otros factores desconocidos que han causado una cosa y la otra? Parece razonable pensar que mayor riqueza puede traer más salud y felicidad. Sin embargo, en otras métricas qué es la causa de qué no está tan clara. ¿Mayor riqueza trae más educación o más educación trae más riqueza? En este caso es probable que la causalidad sea bidireccional.
Hasta ahora he mencionado la relación del PIB per cápita con indicadores positivos como la salud y la educación, pero ¿sabes de que es un buen indicador también el PIB per cápita? De las emisiones de CO2 per cápita. Una prueba de que el progreso económico y las emisiones de CO2 han ido de la mano.
Pese a las docenas de indicadores que han intentado competir con el PIB per cápita, éste sigue siendo el rey porque es relativamente fácil de medir y está relacionado con muchos otros indicadores que consideramos positivos. Eso sí, sin indicadores que reflejen sus costes ocultos no podemos medir el progreso real de un país.
En definitiva, el PIB per cápita es un indicador imperfecto, pero bastante bueno para medir el progreso en muchas de las cosas que nos importan siempre y cuando tengamos en cuenta otras métricas complementarias.
Qué peso dar al impacto medioambiental como contrapeso del PIB está en el centro del debate decrecentista. ¿Hasta qué punto debemos empobrecernos para reducir el impacto medioambiental? ¿Se puede seguir creciendo y a la vez mitigar el daño sobre el planeta?
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El gran desacople
Algunas economías han demostrado en los últimos años que se puede desacoplar el crecimiento económico y las emisiones de CO2. Rumanía, por ejemplo, creció un 49% entre 2005 y 2019 reduciendo sus emisiones de CO2 un 33%. En el mismo periodo Irlanda casi duplicó su economía reduciendo un 24% sus emisiones.
¿Cómo lo consiguieron? En primer lugar gracias al aumento de la eficiencia en el uso de la energía. En 1970 se necesitaban 2,61 kwh para producir un dólar internacional frente a los 1,42 kwh que se necesitaban en 2018.
En segundo lugar, gracias a la proliferación de energías limpias que se han abaratado radicalmente desde los años 80. En 1975 producir un vatio con paneles solares costaba casi 120$. En 2021 0,27$.
Pero antes de dejarnos llevar por el optimismo, es importante recordar que en 2023 seguimos quemando carbón y petróleo a espuertas lo que desluce los progresos de las últimas décadas en las mejoras de eficiencia y energías limpias.
Todo indica a que en el futuro lograremos tener economías sostenibles, pero el presente no es tan halagüeño. EEUU, China, India y otras economías gigantescas siguen creciendo a costa de un gran impacto en el planeta y esto no va a cambiar de un día para otro.
Entonces, ¿la única salida es decrecer?
Espera, espera, ¿no habíamos dicho que 9 de cada 10 personas del planeta son pobres? ¿Cómo que decrecer? ¿Le decimos a los cientos de millones de indios, chinos e indonesios y nigerianos pobres que dejen de prosperar? No parece muy ético. Pero… ¿y si se lo pedimos a los estadounidenses? Al fin y al cabo ellos, así como el resto de occidente, se han beneficiado del petróleo y el carbón para hacerse ricos (entre otras cosas, claro).
Imaginemos por un momento que Biden tomase la decisión de paralizar la economía estadounidense; ¿ayudaría eso frenar el cambio climático? Por supuesto que no. ¿Y si decreciesen por decreto un 20%? Tampoco. EEUU emite unos 5 billones de toneladas de CO2 al año. Reducirlas en un 20% lo dejaría en 4 billones, lo que contraería las emisiones mundiales en menos de un 3%.
Actualmente la mayor parte de las emisiones del planeta proceden de Asia (China e India fundamentalmente). Muchos de estos países están desarrollándose por fin. Cientos de millones de chinos e indios han salido de la miseria gracias, en parte, al uso de energía fósiles baratas.
Y he aquí el dilema. El cambio climático no va a detener porque EEUU o Europa se aprieten el cinturón. Para conseguir avances importantes a través del decrecimiento económico, China, India, Indonesia y muchos otros países en vías de desarrollo tendrían que retornar a la pobreza más inmunda. Recordemos que la inmensa mayoría de los habitantes de estos países ya son pobres bajo los estándares europeos.
¿La solución es la redistribución masiva?
Una pregunta legítima que puede surgir aquí es que, dado que los países occidentales hemos prosperado gracias a la quema masiva de combustibles fósiles, ¿por qué no compensamos a los países más atrasados transfiriéndoles parte de nuestra riqueza?
El economista Max Roser se planteaba algo parecido en un excepcional artículo que escribió en Our World in Data. Su conclusión es rotunda: aunque un super-dictador mundial obligase a redistribuir la riqueza mundial con el objetivo de que cada ciudadano del mundo tuviese unos ingresos de 30$ internacionales al día (el umbral de pobreza fijado en los países ricos), aún así, sería imprescindible que la economía mundial creciera más del doble.
Max Roser desde luego no es decrecentista. En su artículo presenta un escenario futuro en el que toda la población mundial alcanzara los niveles de ingresos e igualdad económica de Dinamarca. ¿No sería eso deseable? Pues bien, para conseguirlo estima que la economía mundial debería crecer entre 5 y 7 veces. Puede que te parezca una barbaridad, pero no olvidemos que desde los años cincuenta del siglo pasado, la economía se ha multiplicado por 5.
Lo irónico del utópico escenario de Roser es que, el 14% de los habitantes de ese futuro Dorado seguirían siendo pobres.
¿Tú qué opinas?, ¿sería ese un mundo utópico o distópico? ¿Podría el planeta absorber una producción de 5 a 7 veces mayor que la actual? Parece probable que con la tecnología, los hábitos de consumo, las formas de producción y las políticas actuales la respuesta es que no. Pero Malthus ya cayó en ese error. No podemos extrapolar el futuro a partir del presente, sobre todo en un momento de la historia en el que todo cambia tan deprisa. Por poner sólo un ejemplo de una tecnología que podría cambiar las reglas del juego: la fusión nuclear. A finales del año pasado, tuvimos muy buenas noticias sobre la tecnología que podría cambiar el paradigma económico y ecológico en un futuro no muy lejano, en el que posiblemente podamos disfrutar de energía barata y limpia prácticamente ilimitada.
¿Crecer infinitamente en un mundo finito?
Decrecentistas icónicos como Serge Latouche repiten una y otra vez que no podemos crecer infinitamente en un mundo finito. Y aunque aceptemos esa tesis, Max Roser ya nos ha demostrado que no necesitamos crecer infinitamente. Sin embargo, creo que es un deber moral permitir que los que menos tienen prosperen hasta disfrutar del bienestar que tenemos en occidente.
¿Es la filosofía decrecentista completamente errónea?
No lo creo.
Dentro de las ideas decrecentistas hay varias que son relevantes y que han aportado al discurso público perspectivas valiosas:
- Debemos cuidar el planeta. El progreso económico es importante pero no a costa de cualquier cosa.
- Lo más valioso a menudo no tiene precio. El amor de tu pareja, charlar con tus amigos, ver un amanecer en las montañas son bienes y servicios que no mide el PIB y que pueden formar parte de lo más valioso de la vida. Sin embargo, para disfrutar de muchos de estos bienes no monetarios, necesitas cierta seguridad económica.
- El PIB no es una métrica perfecta para medir el progreso. Debemos buscar otras métricas sencillas y fiables que la complementen.
- Tenemos una deuda con el sur global. Probablemente Occidente retrasó durante muchos años el desarrollo de gran parte del planeta a través de la colonización. Luego cogió ventaja y se desarrolló gracias en parte a los combustibles fósiles. Ahora, deberíamos permitir a los países rezagados que disfruten del progreso.
- Algunos sectores económicos son netamente dañinos y deberían penalizarse para fomentar su decrecimiento. El juego, el tabaco, la producción de energía basada en quemar carbón o las industria de las bebidas azucaradas son ejemplos de sectores que podrían gravarse más para desincentivar su crecimiento y utilizar los impuestos recaudados para reparar los daños personales y sociales que provocan.
Conclusiones y propuestas
El progreso que hemos conseguido desde la Revolución Industrial ha sido maravilloso. Hemos pasado de un mundo en el que nuestros tatarabuelos vivían en la miseria a un mundo donde cada vez menos gente pasa hambre y muere prematuramente.
Pero el progreso tiene consecuencias: cambio climático, desaparición de especies masiva, granjas industriales, etc… La parte positiva es que parece que, una vez que los países se han desarrollado, empiezan a dar importancia a los daños colaterales y se convierten en un problema central que sus ciudadanos quieren resolver.
Las soluciones propuestas por el movimiento decrecentista pasan por limitar o reducir la producción, pero hemos visto que eso sólo podrían llegar a permitírselo unos pocos países. Para el resto, algo así significaría devolverles a la pobreza más absoluta.
En mi opinión, la vía que debemos seguir es la del desarrollo sostenible. Algo que ya estamos haciendo en muchos países desarrollados. Pero además, debemos ayudar al resto del mundo a que lo ponga en práctica cuanto antes. Si China e India no cambian sus modelos de producción cuanto antes, el futuro podría complicarse.
Los países occidentales hemos disfrutado por mucho tiempo de prosperidad y ahora nos toca invertir en los países más rezagados y ayudarles todo lo posible para virar cuanto antes a un modelo sostenible. Creo que es nuestro deber moral.
Enhorabuena Val, por tus reflexiones semanales, en las que sueles dar en el clavo (aunque en las conclusiones de esta no esté de acuerdo contigo)
«Desarrollo sostenible» es un oxímoron que hasta ahora no se ha visto posible. ¿Cuándo descendió en los países más industrializados la emisión de CO2 y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera? Cuando estuvimos confinados por la pandemia y hubo un descenso del consumo.
El decrecimiento es imprescindible pero claro, como tú dices, no en Mozambique ni en Laos, ni en Bolivia, pero sí en los países más desarrollados que nos comemos la mayor parte del pastel y que además somos los que históricamente hemos producido la mayor parte de esas emisiones.
Y prohibir truquillos como que produzcan en China o en Pakistán para consumir nosotros. Ahora mismo hay millones de toneladas transportando productos de un lado a otro del planeta, que en muchos de los casos ni siquiera necesitamos (¿de verdad necesitamos consumir manzanas chilenas con las que tenemos aquí?).
Cualquiera que vaya a la zona comercial de una gran ciudad cualquier día se dará cuenta de la locura del consumo desenfrenado. ¿Quién no se va a comprar una camiseta por 5 euros? Pero ¿cuantos piensan en el coste para el planeta (y la explotación laboral) que nos permite comprar ese producto fabricado en el otro extremo del mundo a ese precio? Y, sobre todo, ¿qué necesidad tenemos de ello? ¿nos hace más felices? Quizá solo en el instante de echarlo a la cesta pero… ¿Y luego? ¿Cuantas de esas prendas no llegan a ponerse ni media docena de veces.
Y como eso, tantas otras cosas. ¿De verdad necesitamos tener urbanizaciones y autopistas iluminadas a todo tren toda la noche? La fotografía de la Tierra desde el espacio de noche nos indica qué países deben decrecer.
No es tan simple como ¿decrecimiento o crecimiento sostenible? No todos somos iguales ni tenemos las mismas responsabilidades en el calentamiento global. Pero está claro que los «ricos» del planeta (léase la mayoría de los occidentales) ni necesitamos consumir tanto ni eso nos hace más felices.
Ah, y recuerda que «A grandes males, grandes soluciones», y como sueles mencionar en tu podcast, el calentamiento global y el peligro nuclear (además de la 6ª gran extinción de especies) son los grandes males de este siglo (dejando aparte la locura armamentística de las grandes potencias, que tienen que provocar guerras para seguir produciendo.
Hola padre!
Te respondo por partes:
«Desarrollo sostenible» es un oxímoron que hasta ahora no se ha visto posible. ¿Cuándo descendió en los países más industrializados la emisión de CO2 y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera? Cuando estuvimos confinados por la pandemia y hubo un descenso del consumo.»
Hasta no hace mucho sí que era incompatible. Sin embargo, en las estadísticas que comparto en el apartado «El gran desacople» se puede ver como hay países que están creciendo y disminuyendo sus emisiones. Para profundizar te recomiendo este artículo: https://magnet.xataka.com/en-diez-minutos/crecimiento-economico-no-significa-emisiones-co2-tendencia-al-desacoplamiento
Aquí podrías alegar que es porque estamos externalizando las emisiones a otros países. En parte es así, pero en esta gráfica puede observarse como las emisiones per cápita (teniendo en cuenta este punto) bajan en muchos países. https://ourworldindata.org/grapher/consumption-co2-per-capita?tab=chart&country=USA~GBR~European+Union+%2827%29~CHN~IND~AUS~BRA~ZAF~ROU~DNK
«El decrecimiento es imprescindible pero claro, como tú dices, no en Mozambique ni en Laos, ni en Bolivia, pero sí en los países más desarrollados que nos comemos la mayor parte del pastel y que además somos los que históricamente hemos producido la mayor parte de esas emisiones.»
El decrecimiento no es imprescindible. Que en el pasado el crecimiento económico haya conllevado tremendas emisiones de CO2, no nos condena a ello. El desacople entre crecimiento y emisiones que menciono lo demuestra. Estoy de acuerdo en que no nos podemos dormir en los laureles. Completamente de acuerdo también con que Occidente ha acumulado más emisiones que nadie y por eso creo que tiene la responsabilidad mayor de ayudar a cambiar las cosas.
«Y prohibir truquillos como que produzcan en China o en Pakistán para consumir nosotros. Ahora mismo hay millones de toneladas transportando productos de un lado a otro del planeta, que en muchos de los casos ni siquiera necesitamos (¿de verdad necesitamos consumir manzanas chilenas con las que tenemos aquí?).»
En la gráfica que te he compartido antes se puede saltar ese truquillo. Podemos medir las emisiones que tiene un país por consumo en vez de por producción. A tu pregunta de si tenemos que consumir manzanas de Chile, por supuesto que no. Eso sí, consumir sólo producto local también puede tener sus problemas económicos y medioambientales, aunque eso lo dejaré para otro artículo 🙂
«Cualquiera que vaya a la zona comercial de una gran ciudad cualquier día se dará cuenta de la locura del consumo desenfrenado. ¿Quién no se va a comprar una camiseta por 5 euros? Pero ¿cuantos piensan en el coste para el planeta (y la explotación laboral) que nos permite comprar ese producto fabricado en el otro extremo del mundo a ese precio? Y, sobre todo, ¿qué necesidad tenemos de ello? ¿nos hace más felices? Quizá solo en el instante de echarlo a la cesta pero… ¿Y luego? ¿Cuantas de esas prendas no llegan a ponerse ni media docena de veces.
Y como eso, tantas otras cosas. ¿De verdad necesitamos tener urbanizaciones y autopistas iluminadas a todo tren toda la noche? La fotografía de la Tierra desde el espacio de noche nos indica qué países deben decrecer.»
Estoy básicamente de acuerdo con esta parte de tu comentario. Creo que una solución, difícil pero en la que deberíamos trabajar con urgenci, es internalizar los costes medioambientales de todo ese consumo. Es decir, si una camiseta me cuesta 5€ a pesar de haber emitido x CO2 y contribuído a contaminar un río, esas «externalidades» deberían incluirse en el precio de la camiseta mediante impuestos, y dichos impuestos deberían usarse para reparar los daños. Así se reduciría de forma natural la venta de dichas camisetas y habría dinero para limpiar esos ríos e invertir en energías limpias (por ejemplo).
El si a la gente le hace feliz o no todo ese consumo, yo no lo sé. Cada persona intenta buscar su camino hacia la felicidad, somos distintos y tenemos distintas preferencias. A mí desde luego ese consumo no me hace feliz.
«No es tan simple como ¿decrecimiento o crecimiento sostenible? No todos somos iguales ni tenemos las mismas responsabilidades en el calentamiento global. Pero está claro que los «ricos» del planeta (léase la mayoría de los occidentales) ni necesitamos consumir tanto ni eso nos hace más felices.»
Completamente de acuerdo, creo que los países pobres (la mayoría) deben crecer, y que los países ricos, debemos ayudarles a que lo hagan del modo más sostenible posible. Hay muchos modos de hacerlo: transferencias económicas, tecnología, conocimiento, etc.
Como digo en el artículo y creo que demuestro con datos del economista Max Roser, el problema principal de la filosofía decrecentista es que no soluciona el problema. Repito el dato: aunque un super-dictador obligase a repartir los ingresos de todas las personas del planeta, para llegar a 30$ internacionales diarios por persona, la economía del planeta debería duplicarse. Hay demasiada gente pobre y sólo reduciendo las emisiones de los países ricos no podemos solucionarlo.
Un abrazo y gracias por tus comentarios.
Val
Buenas Val.
Gracias por recoger tantos datos y ponerlos sobre la mesa.
Personalmente creo que abordar un furturo sostenible, en el sentido de abordar el cambio climatico, desde una perspectiva basada en el crecimiento o decrecimiento económico no puede dar buenos resultados, porque no aborda todos los aspectos del problema.
En el libro «El mundo en 2050
Las cuatro fuerzas que determinarán el futuro de la civilización» de Lauren C. Smith (escrito en el 2010) el autor asocia el cambio climatico a otros tres aspectos interrelacionados que determinarian un futuro sostenible o no. Estos otros aspectos son la globalización, la demografía y los recursos naturales.
A mi parecer habría que buscar soluciones en nuevos modelos de sociedad como los que se experimentan en determinadas ecoaldeas en las que se tienen en cuenta aspectos económicos, ecológicos, sociales y culturales para una vida sostenible (puedes ver el programa de gaiaeducation para el desarrollo de ecoaldeas). Estos aspectos guardan una relación con las ideas del economista E. F. Shummacher, que ya abogaba por las tecnologias intermedias en los años 70, y que expuso en un libro póstumo «guia para los perplejos» en donde señalaba que los problemas divergentes deberian abordarse desde los cuatro campos del conocimiento que se corresponden, mas o menos, con los programas de estas ecoaldeas, y en los que se inspiró (probablemente) el pensador norteamericano Ken Wilber para describir sus cuadrantes.
Bueno, escribo todo esto para concluir que no creo que sea posible solucionar un problema complejo desde una sola perspectiva, nuestra evolución y supervivencia como especie requiere de una visión en multiperspectiva que incluya cambios educativos, culturales, científicos y tecnológicos.
Como dato del modelo danés que mencionas, la educación pública es ese pais comenzó en 1814 y parecen ser los mas concienciados con el cambio climatico.
Gracias de nuevo por tus articulos.
Buen día.
Gracias Jesús por tus comentarios.
Saludos!
Estas cifras y cuadros hay que enmarcarlos en que el aporte de gases de el efecto invernadero de la actividad humana es del 1,16% o que incluso muchos expertos lo consideran irrelevante.
«Premoniciones. Cuando el cambio climático lo justifica todo»
Alfonso Tarancón, Catedrático de física aplicada, y Javier del Valle, Doctor en climatología.
https://youtu.be/yhFp95-rNJw?si=DnYGeatEocQWvALj