El Hoyo
El Hoyo es una película española de 2019 que tuvo mucho éxito en Netflix. Su argumento es sencillo:
Goreng, el protagonista, se despierta en una celda de hormigón marcada con el número 48. Allí conoce a su compañero de celda, Trimagasi. Él le va revelando cómo funciona la prisión: los alimentos se reparten a través de una plataforma que viaja desde la parte superior, deteniéndose un período fijo en cada piso. Aquellos que están en los niveles más bajos sólo pueden comer lo que les dejan los de la parte superior y no pueden acumular alimentos.
Te puedes imaginar el resto. Las personas de los niveles superiores arramplan con el marisco, el caviar y las carnes rojas. En los niveles intermedios aún tienen algo que comer, pero son las sobras; un desparrame de comida masticada y desparramada no demasiado apetitosa. Pero a partir de determinado piso, la comida desaparece. La gente muere de hambre o mata a sus compañeros de celda para sobrevivir.
Se han hecho docenas de interpretaciones del mensaje que quiere transmitir la película. Sin duda, una de sus virtudes es que da pie a muchas y variadas teorías. Sin embargo, no he escuchado la que para mí es la más obvia.
El Hoyo es una representación de la sociedad. En la parte alta, los privilegiados, los ricos que han tenido la suerte de caer en los primeros niveles, se comen la mejor parte del pastel. Lo que queda pasa a las clases medias, que pueden comer lo que necesitan, pero que no dejan de ser las sobras de los de arriba. Por último, los pobres, los desvalidos y desarraigados apenas tienen nada que echarse a la boca; están en la miseria. No porque lo merezcan, sino porque los de arriba, los más afortunados, no han pensado en ellos.
Si lo prefieres, escúchalo en iVoox, Spotify, Apple o Google.
El sesgo de suma cero
Creo que parte del éxito de la película, se debe a que apunta a una intuición muy común: los recursos del mundo son expoliados por unos pocos ricos y poderosos que se lo quitan a los menos afortunados. Esta creencia es tan habitual que tiene un nombre: sesgo de suma cero, falacia de suma cero o pensamiento de suma cero.
Es fácil entender por qué pensamos en estos términos. Pensemos en dos bandas de cazadores-recolectores del 20.000 AC en los alrededores de Altamira. Sus territorios eran limítrofes. Cuando la caza y las bayas escaseaban, las incursiones en los territorios de la otra banda eran habituales. Pero claro, para alimentarse unos, empujaban a la hambruna a los otros. Todos los conejos, moras y tubérculos que comía una banda, eran conejos, moras y tubérculos que no podía comer la otra banda.
Pero la competición no ocurría sólo entre las bandas. En una tribu de unos 200 miembros el número de mujeres fértiles no era muy superior a las 50. Y de esas 50, las más atractivas como pareja estarían muy solicitadas. Si un hombre conseguía a la más codiciada de las mujeres, ésta quedaba fuera del mercado sexual. De nuevo, lo que uno conseguía, lo perdía el otro. Esta escasez se agravaba en sociedades donde existía la poliginia, en las que algunos hombres tenían varias parejas sexuales.
Con este par de ejemplos quiero hacerte ver que el pensamiento de suma cero es común porque nuestros antepasados se enfrentaban a muchos juegos de suma cero. Sus cerebros evolucionaron en un entorno en el que si uno conseguía un bien preciado era razonable pensar que lo había ganado a costa de otro.
Juegos de suma positiva y negativa
Y esos eran nuestros tatarabuelos, pero las cosas no han cambiado demasiado. Me refiero a nuestros cerebros porque el entorno en el que vivimos ha cambiado radicalmente. A partir del neolítico comenzó el desarrollo de las ciudades y la explosión del comercio, entonces, muchas de las interacciones se convirtieron en oportunidades de lo que los economistas llaman juegos de suma positiva. Veamos un ejemplo.
Montse tiene un manzano y a finales de verano se llena de pequeñas manzanas rojas. Tantas que la mayoría se acaban pudriendo. Mariano tiene un huerto con tomates y en agosto no da abasto, ni siquiera haciendo conservas, por lo que muchos de los tomates acaban sirviendo de abono. Son vecinos, así que Montse le propone intercambiar sus cestas de manzanas sobrantes por el excedente de tomates de Mariano. Así, ambos comerán más sano y variado.
Este es un caso de libro de juego de suma positiva porque los dos salen ganando con el trueque. Digamos que la felicidad de ambos antes del intercambio era de 6. Es decir que la suma de sus felicidades era 12. Pero ¿qué pasa después del intercambio? Ahora Montse y Mariano han subido al 8 en la escala de felicidad. Por lo tanto, la felicidad total es ahora 16. Muy distinto habría sido si Montse decide robar parte de los tomates de Mariano. Ella habría subido a 8 de felicidad, pero Mariano habría bajado a 4, por lo que el total seguiría siendo 12. El robo sería un juego de suma cero, al contrario que el intercambio que sería un juego de suma positiva.
El comercio, cuando es libre y sin coacción, es un juego de suma positiva. La razón es muy simple, si alguna de las partes no mejorase su situación con el trato, simplemente no lo aceptaría. Lo mismo ocurre con el mercado laboral. Un empresario y un trabajador que llegan a un acuerdo para intercambiar salario por trabajo están en un juego de suma positiva.
Algunas veces, las interacciones no benefician a ninguna de las partes. Los humanos nos vemos condenados a situaciones en las que todos perdemos. Estos son los juegos de suma negativa. Un ejemplo obvio son las guerras de desgaste como la primera guerra mundial o las espirales de vendettas entre bandas de la mafia. En esos sucesos la felicidad total disminuye en vez de aumentar. Como expliqué en el capítulo sobre el equilibrio del miedo, en ocasiones quedamos atrapados en “juegos” que no benefician a nadie, pero en los que cualquiera que salga terminará más perjudicado.
En resumen, el conjunto de interacciones humanas consta de juegos de suma positiva (win-win), juegos de suma cero (win-loss) y juegos de suma negativa (loss-loss).
El Hoyo representa una sociedad de suma cero en la que los de abajo pierden porque los de arriba ganan. La metáfora de la película sería pertinente si todavía viviésemos en una sociedad esclavista o imperialista. Sin embargo, al menos en Occidente, vivimos en una sociedad capitalista y libre en la que las personas intercambian trabajo y recursos sólo cuando ese intercambio mejora su situación.
La falacia de los recursos finitos
En la propuesta de El Hoyo hay otra falacia también muy enraizada en la sociedad y en algunos intelectuales y activistas: la falacia de los recursos limitados.
Al principio del film, el director nos muestra cómo, día tras día, los cocineros del nivel superior preparan suculentos platos, pero día tras día los platos y las cantidades son las mismas. Además, la trama deja claro en seguida que la comida es insuficiente para todos los presos. Al menos, si los de arriba no se contienen. La izquierda política suele tontear bastante con esta idea, por eso insiste en que los ricos deben ser solidarios y darle parte del pastel a los pobres. En vez de comprar jets, yates y mansiones, deben pagar más impuestos para que los de abajo puedan tener una vida digna. Y dicho así, podría estar de acuerdo. Al fin y al cabo, los ricos han tenido mucha suerte y los pobres muy poca (idea, por cierto que niega la derecha). ¿Por qué no corregir lo que el cruel azar ha repartido tan mal?
Dejaré esa reflexión para otra ocasión porque hoy lo que me interesa es desmontar la falacia de los recursos limitados. El Hoyo falla como metáfora de la economía global porque en la economía global cada día el número de platos es mayor; los panes y los peces se multiplican. Si eres escéptico al respecto, déjame que te dé algunos datos.
Desde los años 60 del siglo pasado, el número de calorías per cápita en el mundo ha pasado de 2180 a 2920. No sólo hablamos del primer mundo, en todas partes la gente tiene más comida a su disposición.
Pero para tener mayor perspectiva, echemos la mirada más allá en el tiempo. A finales de la Edad Media, un habitante promedio de Inglaterra subsistía con 1760 calorías. Hoy quizás se excede metiéndose para el cuerpo 3344 calorías.
¿Y qué hay de otros recursos? Me da igual, escoge el que prefieras: madera, aceite, energía, algodón, hierro, etc. Todos, absolutamente todos los recursos han aumentado desde entonces para todos los seres humanos del planeta. Cualquier persona sencilla de un país occidental disfruta hoy de más comodidades que la mayoría de los nobles y reyezuelos medievales.
El mejor indicador que tenemos para ver cuánto se ha agrandado el pastel es el Producto Interior Bruto mundial, que mide los bienes y servicios que producimos cada año. En los últimos 200 años el PIB se ha multiplicado casi por 100. Para producir bienes y servicios necesitamos recursos, si fuesen limitados, ¿habríamos podido crecer a semejante velocidad?
Creo que estos datos son suficientemente contundentes para echar por tierra la falacia de los recursos limitados, pero alguien podría objetar:
“De acuerdo, nos hemos enriquecido globalmente, el pastel ahora es 100 veces mayor que antes, pero a costa de esquilmar los recursos del planeta: bosques tropicales, minas, pescado, acuíferos, combustibles fósiles, entornos naturales, etc. Tarde o temprano, estos recursos se van a agotar y sufriremos las consecuencias.”
Este mantra se repite una y otra vez desde hace siglos. El agotamiento de los recursos es como el fin del mundo, una predicción una y otra vez realizada y una y otra vez errada.
El periodista José Carlos Rodríguez pone múltiples ejemplos de estas predicciones fallidas en su artículo Abundancia sin límites:
En 1866 William Stanley, uno de los teóricos más importantes de la joven ciencia económica, publicó un libro titulado The coal question en el que alertaba de que el carbón, pilar en el que se sustentaba la industria británica, se agotaría rápidamente. La producción de carbón se ha multiplicado desde entonces, hasta dejar la producción de mediados del XIX en una fracción de la actual. Y el precio ha caído estrepitosamente, tanto que algunas explotaciones están mantenidas por subsidios estatales porque no podrían subsistir por su cuenta.
En 1920, la U.S. Geological Survey predijo que quedaban en el mundo 20.000 millones de barriles de petróleo. En 2021 se estimaba que las reservas disponibles superan los 1,57 billones (europeos) de barriles.
El geólogo Marion King Hubbert predijo en 1956 que la producción de petróleo llegaría a un pico en los setenta y luego declinaría, en lo que se conoce como el pico de Hubbert. Eso no ocurrió, y de hecho, las reservas actuales son las mayores de la historia habiéndose duplicado en los últimos 30 años.
El Informe Paley de 1952 concluyó que la producción de cobre de los Estados Unidos no superaría las 800.000 toneladas en la década de los setenta. Erraban de nuevo. En 1973 se alcanzaban los 1,7 millones y los 21 millones de toneladas en 2021.
Un libro especialmente exitoso fue Los límites del crecimiento, editado en 1972, con nueve millones de copias vendidas y traducido a 22 idiomas con un gran impacto en los medios de comunicación. En este libro el Club de Roma hizo una proyección del consumo de recursos teniendo en cuenta las reservas conocidas hasta entonces. Sus conclusiones fueron que si las condiciones se mantenían el mundo carecería de oro en 1981, de mercurio en 1985, de aluminio en 1987, de zinc en 1990, de petróleo en 1992 y de cobre, plomo y gas natural en 1993. No solo no se han cumplido estas predicciones, sino que las reservas conocidas de estos minerales son hoy mayores que en 1972.
Pero esta obra no ha sido la única de su tiempo, Goodreads tiene una categoría específica llamada El pico del petróleo con casi 300 libros, la mayoría de ellos publicados en los últimos veinte años.
El Índice de Abundancia de Simon
Esta visión pesimista del uso de los recursos fue contestada por el economista Julian Simon. Los datos recopilados por Simon hacían insostenibles las teorías malthusianas. El convencimiento de Simon era tal, que ofreció a quien quisiera aceptar una apuesta. Estaba seguro de que cualquier materia prima bajaría de precio en un período suficientemente largo. Paul Ehrlich, conocido biólogo y escritor del libro La explosión demográfica aceptó la apuesta. El acuerdo se firmó en 1980, y Paul Ehrlich eligió cinco materias primas (cobre, cromo, níquel, aluminio y tungsteno). Se jugaron 10000 dólares. En 1990 el precio de todos y cada uno de los metales había disminuido. Según Simon, esto no era sorprendente, “las opciones estaban en su contra porque los precios de los metales han caído a lo largo de la historia de la humanidad (…) Por supuesto, ofrecí hacer de nuevo la apuesta, en mayores cantidades, pero el grupo de Ehrlich no ha recogido la oferta».
En la Web The Human Progress han creado un proyecto con el nombre de Julian Simon cuyo objetivo es demostrar que, al contrario de lo que mucha gente piensa, los recursos no se hacen cada vez más escasos, sino más abundantes. Para demostrarlo han creado el Índice de Abundancia de Simon que monitoriza los precios de las 50 materias primas más importantes y su evolución durante los últimos 40 años. Los datos una vez más son incuestionables: todas y cada una de las materias primas han disminuido su precio (en tiempo de trabajo necesario para comprarlas) desde los 80. Algunas como el uranio, el azúcar, el café y la plata son hoy seis o siete veces más asequibles que en 1980.
El economista Galey Pooley y el filósofo Marian Tupy, creadores del Índice de Abundancia de Simon, han publicado hace poco un libro titulado Superabundance en el que profundizan en la historia del crecimiento de la población, la innovación y el florecimiento humano en un planeta infinitamente abundante. Si estás interesado en el tema, es un buen sitio por el que empezar.
¿Por qué creemos en el fin de los recursos?
Entonces, si los datos son tan claros, ¿por qué es tan común la visión de eterna escasez que se transmite en El Hoyo? ¿Por qué gente tan inteligente ha caído una y otra vez en la intuitiva idea de que tarde o temprano acabaremos con los recursos del planeta? Para mí esta es, sin duda, la pregunta más interesante.
En primer lugar somos muy malos haciendo predicciones. Cuando miramos al futuro lo hacemos con los ojos puestos en el hoy: las reservas conocidas, las tecnologías que disponemos, la situación geopolítica actual… Pero el futuro siempre depara sorpresas: nuevos yacimientos, nuevas tecnologías de búsqueda y extracción y mejoras en la eficiencia del uso de los recursos, etc.
Por otra parte, detrás de todas estas predicciones apocalípticas subyace un error muy común: la creencia de que los recursos son un fin en vez de un medio. Pensamos que necesitamos petróleo, cobre, acero o café, cuando en realidad los recursos son sólo un medio para un fin. El petróleo hoy se usa para desplazarnos y fabricar piezas que a su vez se usan para otras cosas. El acero se usa para construir puentes y rascacielos. Pero hace pocos miles de años, ninguno de estos recursos existía. No eran escasos ni abundantes, simplemente no existían para nosotros.
Actualmente hay cientos, miles de potenciales recursos desconocidos que en el futuro harán las funciones del acero y del petróleo, sólo que todavía no los conocemos o no sabemos cómo sintetizarlos o los tenemos delante de nuestras narices pero todavía no contamos con la tecnología adecuada.
Nadie expresa mejor esta idea que el físico David Deutsch:
“Antes de que nuestros antepasados aprendieran a hacer fuego artificialmente (…), la gente debió de morir congelada literalmente encima de los medios para hacer fuegos que habrían salvado sus vidas, porque ignoraban cómo hacerlo. En una visión simplista, el clima los mataba; pero la explicación más profunda es la falta de conocimientos.”
50 libros para comprender el mundo
¿Quieres que te guíe en el camino hacia la polimatía? Si no quieres comprar ni un libro mediocre más, si quieres leer solo los grandes libros y aprovechar al máximo tus lecturas y además deseas compartir este viaje con otros aprendices de polímata, la Biblioteca Polymata fue creada para ti.
El conocimiento es la clave
Deutsch da con la clave en este fragmento sacado de su libro El comienzo del Infinito. Lo importante no son los recursos. Los seres humanos no estamos aquí gracias al acero o al petróleo. Estamos aquí gracias a nuestra extrema curiosidad, a nuestra capacidad de acumular conocimientos y al ingenio que nos mandó a la Luna y que hoy nos permite crear carne en un laboratorio.
Si Goreng, el protagonista de El Hoyo, hubiese tenido el conocimiento para transformar sus heces en comida y la tecnología para cultivar sus propias células de la piel y transformarlas en filetes, no necesitaría la comida que llega a través de la plataforma. Si en vez de gasolina, los coches usasen oxígeno como combustible, el petróleo perdería gran parte de su valor.
En los siglos XVI y XVII, Gran Bretaña estaba quedándose sin árboles para la construcción de casas y para poder calentarse en invierno. Con la escasez, el precio de la madera subía y subía. Sólo entonces empezó a usarse el carbón de forma generalizada. El carbón ya era conocido, pero hasta que el precio de la madera no se hizo prohibitivo, no se popularizó. El carbón tiene mucha más densidad calórica que la madera. Gracias a ello (entre otras cosas), el uso generalizado de esta materia prima fue uno de los catalizadores de la Revolución Industrial.
Los precios reflejan la escasez y regulan el uso de los recursos
En una economía con precios libres, los recursos no se agotan de la noche a la mañana. Los precios reflejan la escasez, así que cuando los recursos disminuyen o son menos accesibles, los precios suben y el consumo desciende. Si la subida es intensa, los consumidores buscarán alternativas y los emprendedores se pondrán manos a la obra para inventar nuevas soluciones.
Esto no ocurre en dos días, por supuesto. Por eso puntualmente habrá escasez, pero si elevamos la vista un poco, si nos fijamos en los patrones históricos en vez de escuchar a los agoreros del fin del mundo, veremos que los recursos rara vez se agotan: se sustituyen, se reciclan y se optimizan.
A veces la solución no pasa por sustituir un recurso por otro, sino por usarlo con más eficiencia. Los coches de los ochenta gastaban 10 litros de gasolina cada 100 km. Hoy muchos de ellos no superan los 4-5 litros a pesar de ser más grandes. Las bolsas de plástico de hace sólo una década contenían mucho más plástico que las actuales y las latas de refresco tenían más metal. Además, parte de los plásticos y metales ahora se reciclan volviendo a darles un nuevo uso.
La masa y la energía total que hay en la Tierra prácticamente permanece igual año tras año. Los recursos y la energía están ahí; no son escasos: son abundantes. De hecho, aumentan año tras año porque descubrimos nuevas alternativas y desarrollamos tecnologías que amplían nuestras opciones.
Al final, todo se reduce a entender que los humanos no necesitamos recursos, necesitamos cubrir una serie de necesidades y deseos, y el modo de cubrirlos es potencialmente infinito. Parafraseando a David Deutsch: mientras no incumpla las leyes de la física, todo es posible.
Conclusiones
Nuestra intuición nos empuja a ver una lucha entre unos y otros por los recursos, en las que para que haya un ganador debe haber un perdedor. Los recursos son preciosos y limitados y hay que gestionarlos con sumo cuidado para que no se agoten y tengamos una decadencia lenta y dolorosa.
Sin embargo, cuando observamos las cosas con mirada fría, lo que vemos es que en las sociedades modernas cooperamos continuamente de formas en las que todos salimos ganando. Ese es el gran descubrimiento de la civilización humana: cooperando el pastel se hace más grande para todos.
Cuando echamos la vista atrás y vemos a nuestros antepasados sentados encima de rocas que hoy consideramos preciosas y a los que ellos ni siquiera miraban, caemos en la cuenta de que la ansiedad por el fin de los recursos supone un sufrimiento innecesario. La historia de la civilización es un relato de innovación en el que descubrimos nuevos recursos y los explotamos con ahínco para luego dejarlos de lado. Los recursos van y vienen; lo realmente valioso es el conocimiento.
Curiosamente, frente al miedo de muchos neomalthusianos por la superpoblación, cuantas más cabezas pensantes, mayor es la probabilidad de descubrir nuevos materiales y usos novedosos para los viejos. Más cerebros lleva a más descubrimientos, mejores sistemas de reciclaje y más formas de reutilizar una y otra vez esos pedazos de materia a los que a veces sacralizamos.
Necesitamos que el conocimiento fluya libremente. Sabemos que la rápida transmisión de la palabra es la que ha alimentado las revoluciones científicas y culturales. La escritura, la imprenta, internet, los viajes internacionales y la libre circulación de personas e ideas es lo que nos ha traído hasta aquí. Protejamos lo que tanto éxito nos ha proporcionado.
Una nota final
Este artículo no es una llamada a la despreocupación total. A corto y medio plazo existen riesgos y sufrimiento evitables mediante regulaciones bien diseñadas de la extracción de recursos. Hay ecosistemas como las selvas tropicales, o ciertos caladeros de peces que por su valor estético para los humanos y porque son el hogar de miles de millones de seres sintientes, deben ser gestionados adecuadamente.
También sabemos que un uso excesivo de combustibles fósiles está agravando el cambio climático y que la extracción de ciertas materias primas tiene repercusiones negativas en los ecosistemas que nadie está asumiendo. Es necesario conocer y combatir la explotación excesiva y negligente de materias primas y el uso de formas de energía contaminantes y dañinas.
El capítulo de hoy, como siempre en Polymatas, es un llamamiento al pensamiento crítico. Que un mantra se repita mil veces no lo convierte en verdad. Necesitamos conocer mejor la realidad para poder enfocar nuestra atención en lo que realmente importa. Y para ello, debemos desviar la atención mediática, científica y política de miedos infundados sobre el fin de los recursos que no tienen fundamentos científicos.
Beca para la Biblioteca Polymata
Si tienes entre 18 y 30 años y todavía no hemos pasado el 17 de noviembre de 2022, puedes optar a la beca de acceso durante tres meses a la Biblioteca Polymata. Para ello, ponte en contacto conmigo a través del formulario de contacto y cuéntame por qué quieres la beca. La próxima semana comunicaré los ganadores.
José Luis Echeverría dice
Hola Val,
es interesante lo que explicas… Los datos seleccionados dan para una reflexión, pero me preocupan un par de cosas que pongo aquí con cierta informalidad:
– Sin insistir demasiado, veo que, al menos dos personas citadas en este post (Julian Simon y Gale L. Pooley, co-autor de Superabundance forman parte del CATO Institue). Esto en un momento en que las premisas neoliberales que lo fundaron y sustentan están siendo puestas en crisis.
– Es inevitable cierta sensación de «cherry picking» en tu artículo, toda vez que solo estás seleccionando gráficas que avalan la tesis y sabemos, tú posiblemente mejor que la mayoría, que la realidad es menos «limpia» que las argumentaciones a favor de una u otra idea.
Por último –y permíteme este razonamiento tan poco propio de este blog–, a veces hay cosas que por más que te las argumenten, simplemente no acaban de parecer verdad y es inevitable pensar que quien te argumenta hay cosas que no sabe que no sabe.
Un abrazo fuerte y gracias por tu trabajo tan interesante… Le dedico mucho menos tiempo del que me apetecería.
Val Muñoz de Bustillo dice
Hola José Luis:
Gracias por tu comentario 🙂 Te respondo por partes.
Desconozco si Simon y Pooley pertenecen al CATO Institute. Desconocía ese Think Tank, que por lo que veo tiene ideas liberales. Por tu comentario entiendo que crees que las ideas liberales están fallando y que como ellos comparten esas ideas, sus argumentos no sirven o son dudosos, ¿no? Si es así, me surgen dos cuestiones: ¿cuáles son esas premisas liberales y por qué piensas que están siendo puestas en crisis?
En cuanto al «cherry picking», quizás lo haya hecho, es difícil en el espacio de un artículo incluir todas las evidencias. Te animo a compartir otras evidencias que contradigan mis argumentos. Que la realidad es más compleja es un hecho. Una vez más, por cuestiones de espacio he compartido aquello que consideraba más relevante. Igualmente he incluido una nota para que no se me interprete mal. No creo que haya que ignorar los efectos destructivos de la explotación de recursos. Además, soy especialmente sensible con el tema de los animales, que no abordo aquí porque daría para otro vídeo.
No se puede agotar un tema tan complejo como este con un artículo. Estoy de acuerdo. Mi objetivo no era tal cosa. Sólo quería abrir un debate, retar las ideas mainstream y fomentar el pensamiento crítico. Estoy seguro que hay docenas de cosas que se me escapan y me encantaría que entre unos y otros puedan salir a la luz.
Un saludo!
Jesús Melendo dice
No he visto la película que comentas y por lo que cuentas me parece que aborda mejor el tema del desigual reparto de los recursos que de su limite o abundancia, ya que según comentas siempre distribuyen la misma cantidad. Ahora bien,puesto que podemos interpretar eso como que los recursos son ilimitados, el dilema al que nos enfrentamos es mas ético que económico.
Pero regresando a tus argumentos, el hecho de que se disponga de mas recursos se puede deber a una mejora en la extracción y aprovechamiento mas que en el limite en si mismo, lo que deriva la cuestión al desarrollo tecnológico y no a los recursos en si mismos. Con esto quiero señalar que tarde o temprano los recursos minerales y fósiles desaparecerán a no ser que se regeneren (algo que desconozco). Por otro lado encontrar fuentes alternativas al carbón o al petroleo a la cobre parece indicar que puede que escaseen en un futuro, tal y como señalas conla escasez de arboles y la introducción del carbón.
Para acabar que los recusos materiales son limitados creo que puede constatarse en el abandono de minas en las que se extrajo todo el mienral posible, aunque se que en ocasiones es el balance de coste beneficio el que cierra las exracciones)
Gracias por plantear estos temas, son sin duda estimulantes.
Val Muñoz de Bustillo dice
Gracias por tu comentario, Jesús.
Saludos!
Eduardo Cabrera dice
Hola Val, en primer lugar, decirte que no me pierdo ninguna de tus entregas, son realmente muy interesantes y ayudan a pensar con mayor claridad y amplitud.
Ahora voy a la crítica de este artículo.
Básicamente parecería que estás hablando de dos temas: 1) de la falacia de suma cero, y 2) de la falacia del fin de los recursos.
El esquema de tu presentación contiene en sí algo de falacia. ¿Por qué? Porque haces ver que las dos cuestiones están íntimamente relacionadas, lo cual lleva a hacer una asociación implícita entre ambas y luego a presentar conclusiones que, al menos en parte, no estarían comprobadas.
Tu planteo de arranque es que hay quienes plantean que los recursos son finitos. Ese planteo se demuele fácilmente en cuanto observamos el crecimiento exponencial de los mismos desde la época de las cavernas a la actual.
Explicas entonces la falacia de suma-cero y expones a continuación, que lo que propone la izquierda es que los ricos hagan un mejor reparto de la riqueza. Hay aquí, entonces, un tercer tema en lisa: la falacia de suma-cero se demuele demostrando la falacia del fin de los recursos, luego, las ideas de la izquierda quedan completamente desacreditadas.
Pero aunque cierta izquierda haga esos planteos, y aunque el juego de suma-cero sea una falacia, y aunque los recursos no se agoten, si miramos cada día, cada año, o el tiempo de una vida humana, sigue siendo cierto que, de los recursos existentes en cada momento, existe una desproporción descomunal en su reparto.
Es que no se trata de cuantas calorías consumen los ricos, los del medio o los pobres. Al margen de que la calidad de las proteínas y los distintos nutrientes, que no son los mismos a los que pueden acceder los unos y los otros, las diferencias de mayor peso están en el poder de decisión que tienen los miembros de cada clase o estrato social, y quienes son luego los consumidores de esa producción. Al final del día, los de la punta de la pirámide pasean en sus yates y los de la parte de abajo apenas satisfacen sus necesidades elementales.
Ojo, no estoy planteando que el sistema capitalista no desarrolle la producción, ¡vaya si lo hace!, ni tampoco digo que los pobres sean cada día más pobres, ni mucho menos se trata de rogarle a los ricos que sean más bondadosos. No, lo que pretendo es que no se esconda el hecho de que el reparto de la producción mundial es colosalmente inequitativo. Y de ningún modo queda probado que ese modo sea el único posible ni que deba seguir existiendo por siempre, dado que, como se ha probado, el juego de suma-cero es una falacia y los recursos no solo se agotan sino que crecen. Quizás el desarrollo del conocimiento pueda algún día lograr que el producto social sea repartido en forma más equitativa logrando una mayor felicidad para todos los humanos.
Val Muñoz de Bustillo dice
Hola Eduardo:
Gracias por tu comentario.
Estoy de acuerdo en que los recursos están repartidos de forma desigual. El capitalismo fomenta esa desigualdad y creo que permitir cierta desigualdad a largo plazo ha favorecido a la sociedad en general. Pero eso no quita que esa desigualdad lleve a problemas e injusticias en algunos casos. Europa lleva décadas afrontando este problema mediante políticas redistributivas que han funcionado bastante bien el algunos países como Dinamarca. Creo que podemos compatibilizar lo mejor del capitalismo con políticas de redistribución eficaces que solucionen las tremendas desigualdades que de forma natural emergen del capitalismo.
Un saludo!
Jose F dice
Muy buenas Val, gracias por el artículo y el debate, así como a Eduardo por su pregunta.
Me gustaría comentar que:
No me queda muy claro eso que comentas Val y le cito «El capitalismo fomenta esa desigualdad y creo que permitir cierta desigualdad a largo plazo ha favorecido a la sociedad en general».
En qué basas esa mejora a la sociedad en general? Esa sería mi pregunta porque no estoy de acuerdo.
Si justificas esa mejora por los aumentos productivos citados en tu artículo, no necesariamente considero que es llevado a cabo por el capitalismo como sistema económico, es fruto del esfuerzo humano.
Val Muñoz de Bustillo dice
Hola Jose!
Gracias por tu comentario.
Sí, la mejora para la sociedad proviene del aumento de la productividad. Lógicamente el capitalismo no es la única fuente de mejora de la productividad, aunque creo que sí es de las más importantes. ¿Qué otros factores ves relevante?
Saludos!