“El trabajador sólo respetará la máquina el día que ésta se convierta en su amiga, reduciendo su trabajo, y no como en la actualidad, que es su enemiga, quita puestos de trabajo y mata a los trabajadores”
Émile Pouget (1860-1931), anarcosindicalista francés
Los luditas destruyeron cientos de telares a comienzos del siglo XIX. El desempleo, los bajos salarios y la prohibición de los sindicatos fue el caldo de cultivo para una rebelión de los obreros que terminó con miles de máquinas destruídas, talleres incendiados, empresarios amenazados, un ejército de 10000 hombres movilizado y docenas de obreros en la horca. ¿Tenían razones para pensar que las nuevas máquinas les dejarían sin empleo? ¿Las innovaciones de la primera revolución industrial se llevaron por delante los trabajos y salarios de los obreros?
200 años después, el nacimiento de la Inteligencia Artificial y la robótica traen de vuelta los fantasmas del pasado. ¿Harán las máquinas y los algoritmos todo el trabajo? ¿Será necesaria una renta universal para librarnos de la indigencia mientras unos pocos capitalistas y sus máquinas concentran la riqueza del mundo? No soy futurólogo y no tengo la respuesta, pero en este artículo te contaré, con ayuda de Henry Hazlitt, qué fundamentos hay detrás de ese miedo tan propio del ser humano.
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El lógico odio a la máquina
Los luditas tenían razones para temer a las máquinas. En La riqueza de las naciones, Adam Smith cuenta que un obrero de una fábrica de alfileres sin ningún tipo de maquinaria podría fabricar un alfiler al día, mientras que con las máquinas adecuadas, fabricaría 4800. Bajo esta perspectiva y sin tener en cuenta nada más, es indudable que las máquinas eliminan empleos.
William Felkin en un libro escrito en 1867 explica que la mayor parte de los obreros ingleses dedicados a la producción de medias tardaron más de cuarenta años en sobreponerse al hambre y la miseria. Sin embargo, las máquinas no provocaron un desempleo masivo a largo plazo; a finales del siglo XIX las fábricas de medias empleaban cien veces más obreros que a principios de siglo.
Pero el miedo a la máquina no ha sido exclusivo de los luditas. Tras La Gran Depresión resurgió con fuerza y su influencia dejó huella en leyes y normativas delirantes orientadas a que los obreros dedicasen más tiempo a sus tareas y a que los empresarios mantuviesen empleos inútiles.
Los siguientes son solo un par de ejemplos extraídos del 4º libro de la Biblioteca Polymata: Economía en una lección.
- En el estado de Nueva York se llegó a prohibir la instalación de material eléctrico que no estuviese fabricado dentro del estado, a no ser que se desmontase y se volviese a montar en la misma obra.
- El sindicato de transportes de la ciudad de Nueva York exigía que todo camión que entrase en la ciudad debía llevar a un conductor local además del propio conductor del vehículo.
A día de hoy, con algo más de perspectiva, podemos afirmar que aunque en el corto plazo o en determinados tipos de trabajo la adopción de nuevas tecnologías puede provocar desempleo, en el largo plazo y en el global de la economía mundial, esto no es así.
¿Por qué las máquinas no eliminan empleos a largo plazo?
Los datos y los hechos sirven de poco si no somos capaces de explicar por qué esto es así. La intuición, apoyada por ejemplos como el de la fábrica de alfileres, nos conduce a pensar que las nuevas tecnologías provocan desempleo.
Sin embargo, si realmente pensamos que las máquinas destruyen empleo, para recuperarlo deberíamos renunciar a gran parte de las innovaciones que nos han permitido trabajar menos horas, delegar los trabajos más duros y alienantes y olvidarnos de las comodidades que hoy damos por hechas. Deberíamos destruir los tractores para arar a mano, eliminar los robots pone-tuercas para que un obrero lo haga durante horas en un taller, destruir los ordenadores y contratar a legiones de contables que se pasen el día anotando movimientos en un cuaderno. También deberíamos renunciar a los camiones y llevar el grano a nuestras espaldas o a lomos de un pobre burro.
De hecho, solo tienes que darte un paseo por Malí, Benín o Chad para rememorar esos “bonitos” tiempos en los que todo el mundo tenía trabajo. “Todo el mundo” incluye a niños y ancianos que necesitan apoyar a sus familias para subsistir.
Cuando uno es consciente de dónde venimos y dónde estamos se da cuenta de lo absurdo que era el odio a las máquinas. Sin embargo, existen muchas personas que piensan que las innovaciones de los últimos siglos podrían ser positivas pero que la Inteligencia Artificial y la robótica de última generación son otra cosa. Ya ni los programadores, ni los diseñadores ni los artistas tendrán trabajo. Ahora no solo se trata de obreros que se libran de trabajos peligrosos o tediosos, ahora estamos hablando de trabajadores de guante blanco y de creativos que se podrían ir al paro.
Pero, vamos con las razones que esgrime Hazlitt para explicar por qué las máquinas a la larga no destruyen empleo.
Construir y mantener las máquinas
En primer lugar, nos damos de bruces contra la consecuencia más obvia. Las máquinas las tiene que diseñar y construir alguien. Detrás de cada máquina hay inventores, diseñadores, fabricantes, servicios de atención al cliente, etc. Aun con todo, no parece que esos trabajos sean suficientes para compensar los empleos que a largo plazo eliminan las máquinas.
Reinversión y gasto de beneficios
Un efecto menos obvio pero no menos importante es el impacto del beneficio del capitalista. Si sustituimos a diez obreros por una máquina y mantenemos el resto de factores iguales, a medio-largo plazo el empresario verá crecer sus beneficios. ¿Y por qué esto puede crear empleo?
Los capitalistas pueden hacer dos cosas con los beneficios: invertirlos en ampliar o mejorar el negocio o repartirlos entre los propietarios. En ambos casos se crearán nuevos empleos. Si deciden reinvertir beneficios en una nueva línea de negocio, será necesario contratar personal de todo tipo. Si por el contrario reparten los beneficios, antes o después gastarán ese dinero en nuevos coches, viajes, una nueva casa o invirtiéndolo en otros negocios. Todos estos usos darán lugar a nuevos empleos en distintas industrias: automovilística, viajes, inmobiliarias, etc.
Vale, vale, pero todos hemos visto lo que hace el Tío Gilito con su dinero, ¿no?: almacenarlo en cajas fuertes. Si esto ocurriese realmente sí que sería negativo para la economía. Este supuesto teórico no deja de ser una narrativa curiosa pero irreal. En primer lugar porque los empresarios no son tontos y saben que meter el dinero debajo del colchón no suele ser una buena idea. Con el tiempo la inflación lo hará desaparecer y, ¡qué demonios!, son empresarios que buscan sacar partido a sus ganancias.
Pero, ¿y si simplemente lo guardan en el banco? Quizás no lo sepas, pero cuando metes tu dinero en una cuenta corriente o depósito, el banco no lo deja ahí muerto de risa, lo presta a empresas o particulares que usan esos créditos para invertir o gastar. Vamos, que a no ser que seas un nostálgico del dinero en papel, tu dinero se está utilizando para crear riqueza y puestos de trabajo en otras partes.
Las máquinas reducen los precios
Hasta ahora he planteado una situación irreal en la que el empresario cambia trabajadores por máquinas y se lleva el beneficio íntegro para él. Es irreal porque los competidores no se van a quedar de manos cruzadas; ellos también comprarán las máquinas y alguno usará el excedente para bajar precios y atraer a más clientes. En un mercado libre y con competencia tendrá lugar una guerra de precios que reducirá los beneficios de todos.
Esto reducirá la inversión de los empresarios pero tendrá una consecuencia positiva para los clientes: lo que antes costaba 20 ahora costará 2. Con el mismo salario que tenían ahora compran muchas más cosas. En la práctica es como si los clientes hubiesen tenido una subida salarial. Esa fue la razón por la que la fabricación de medias acabó empleando mucha más gente con el tiempo a pesar de la mecanización. Las mujeres ya no compraban 2 pares de medias al año, compraban 20. Dicho de otro modo, si los precios de los productos bajan y los salarios se mantienen o suben, el poder adquisitivo de la gente aumenta; pueden comprar más cosas o trabajar menos.
En resumen, las máquinas y cualquier otra mejora en la eficiencia no incrementa el desempleo a largo plazo, lo que hacen es aumentar la productividad y con ella el poder adquisitivo.
“La productividad no lo es todo, pero a la larga lo es casi todo. La capacidad de un país de mejorar su nivel de vida con el tiempo depende casi por completo de su capacidad para aumentar su producción por trabajador… la aritmética esencial dice que el crecimiento a largo plazo en estándares de vida… depende, casi por completo del crecimiento de la productividad.”
Paul Krugman
¿El verdadero lado oscuro de las máquinas?
La historia ha demostrado que el miedo a que las máquinas nos quiten el empleo ha sido infundado, al menos en el largo plazo y a nivel global. ¿Será esto siempre así o habrá un cisne negro y el espídico crecimiento tecnológico nos dejará a todos atrás? Esa respuesta se la dejo a los futurólogos.
Pero no creo que debamos olvidarnos de los que se quedan atrás. Uno de los motivos de la llegada de Donald Trump al poder en EEUU fue el descontento de los obreros del cinturón del óxido que han ido viendo cómo poco a poco la globalización y las nuevas tecnologías engullían su trabajo y sus salarios se estancaban. Que la tecnología sea positiva en global y a largo plazo no significa que localmente y en el corto plazo no pueda provocar destrucción. Y si todo sigue como en las últimas décadas, los cambios tecnológicos ocurrirán más y más rápido, dejando fuera de juego a sectores y personas que no se adapten a los nuevos tiempos.
El término moderno neoludita no tiene tanto que ver con las personas preocupadas porque las máquinas nos quiten el empleo, sino con la aversión a la tecnología por otros motivos. Los neoluditas se sienten amenazados por la tecnologías, cada vez más avanzadas y extrañas, de la Era de la información: redes sociales, inteligencia artificial, realidad virtual, smartphones, etc. También están en contra del consumismo desmedido de los países ricos. No olvidemos que en los países occidentales disfrutamos de este nivel de consumo gracias a la tecnología que nos permite producir más con menos. Neoluditas como Unabomber detestaban el mundo tecnófilo, desigual y destructivo con la naturaleza que había surgido de la Revolución Industrial. Veamos lo que dice en el primer punto de su manifiesto.
«1. La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana.
Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos de nosotros que vivimos en países «avanzados», pero ha desestabilizado la sociedad, ha hecho la vida imposible, ha sometido a los seres humanos a indignidades, ha conducido a extender el sufrimiento psicológico (en el tercer mundo también el sufrimiento físico) y ha infligido un daño severo en el mundo natural. El continuo desarrollo de la tecnología empeorará la situación. Ciertamente someterá a los seres humanos a grandes indignidades e infligirá gran daño en el mundo natural, probablemente conducirá a un gran colapso social y al sufrimiento psicológico, y puede que conduzca al incremento del sufrimiento físico incluso en países «avanzados».«
Yo mismo pienso que el uso inadecuado de smartphones y redes sociales ya está causando perjuicios psicológicos y sociales. No me agrada especialmente el consumismo exacerbado y también creo que algunas tecnologías son potencialmente peligrosas para el hombre y para el planeta. Pero intento que el sesgo de negatividad no me nuble la razón: el mundo previo a la Revolución Industrial era pobre, inseguro y brutal. Los campesinos (incluidos los niños), que formaban la mayor parte de la población, trabajaban de sol a sol para comer un trozo de pan con vino. La gente moría por una simple infección y la vida podía ser tremendamente monótona. Y no nos engañemos, no vivíamos en armonía con la naturaleza.
Hay cosas que un romántico como yo echa de menos: el silencio y la paz de la naturaleza, una vida libre de distracciones, tiempo para no hacer nada, un contacto más genuino con las personas… Pero ¿cuántos milenios debería viajar en el tiempo para encontrar algo así? ¿Más de 10000 años? ¿Volvería a la vida natural y prístina del cazador nómada? Me es imposible decirlo. Estoy tan acostumbrado a las comodidades del mundo moderno y también a sus vicios y molestias… Puedo idealizar algunas cosas de estos tiempos lejanos, pero un asunto muy distinto es vivirlos en su totalidad.
Si quieres profundizar en el complejo y sutil pensamiento de Henry Hazlitt, el periodista y filósofo norteamericano que me ha inspirado para escribir este artículo, suscríbete a la Biblioteca Polymata porque en breve leeremos y debatiremos su libro Economía en una lección.
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