Un recuerdo es un camino en el bosque. Cuanto más lo recorras más limpio y amplio será el camino. Si dejas de pasear por él, poco a poco se irá llenando de maleza hasta ser irreconocible.
Todo lo que aprendemos durante nuestra vida está formado por esos caminos; nuestro cerebro es un bosque surcado por ellos. Para comprender cómo aprendemos y cómo olvidamos, cómo adquirimos nuevos hábitos y por qué unas personas son más sabias que otras es muy útil entender qué pasa en nuestro cerebro cuando aprendemos. Hoy te lo voy a contar de una manera diferente, para que nunca lo olvides 😉
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Por qué es importante entender cómo se crean los recuerdos
En una entrevista que le hice a Jaime Rodríguez de Santiago me dijo: “Somos la historia que nos contamos a nosotros mismos”. Esta frase me hizo pensar. Supongamos que es cierta; eso significa que somos nuestros recuerdos. Somos lo que recordamos de nuestras vacaciones con nuestros hermanos en Santander, la idea que tenemos de democracia, nuestros conocimientos de programación, nuestro recuerdo sobre lo que hicimos ayer… Todo ese cúmulo de cosas que sabemos, recuerdos de la infancia, ideas sobre quiénes somos, lo que nos gusta, etc. es lo que llamamos “el Yo”.
Lo que vivimos cada día pasa por el tamiz del Yo: modula cada nueva experiencia, cada nueva idea que incorporamos a nuestro acervo de conocimiento.
Así que, ¿puede haber algo más importante que conocer cómo aprendemos? Y de forma natural me surge una segunda pregunta: ¿puede haber algo más importante que saber cómo recordamos? Personalmente creo que no, que no hay muchas cosas más importantes, sino no estaría escribiendo este artículo ;). Responder a estas preguntas es clave para comprender en profundidad cuestiones básicas como por ejemplo:
- ¿Cómo adquirimos un hábito y por qué es tan difícil cambiarlo una vez adquirido?
- ¿Por qué una persona que sabe mucho es capaz de aprender mucho más rápido que un novato?
- ¿Por qué olvidamos la lista de los reyes godos?
Podrás responder a estas preguntas y muchas otras cuando interiorices los fundamentos de la memoria y el recuerdo.
La metáfora del bosque
Imagina que tu cerebro es un bosque. Vienes al mundo con él, pero no es un bosque virgen. Desde que naces tiene senderos, caminos y carreteras bien definidas. Esos caminos son los artífices de que desde tus primeros días puedas mover las manitas, puedas escuchar las canciones de tu madre mientras te baña y también se encarga de que tus órganos funcionen sin contratiempos.
Esos caminos están pavimentados por neuronas, células ultra especializadas que llenan tu cerebro y forman nervios que llegan a todos los confines del cuerpo. Son las encargadas de transmitir la información del exterior y del interior del cuerpo para que esa máquina prodigiosa llamada cerebro pueda tomar decisiones y dar órdenes al resto del cuerpo.
Como sabrás si te gusta andar por el monte, las rutas principales, las que aparecen en las guías de montaña, son amplias y están limpias. Y cada vez que alguien las recorre contribuye a su mantenimiento. Asimismo, el cerebro está lleno de neuronas conectadas con miles y miles de otras neuronas que forman “caminos”. Y al igual que ocurre con las rutas de montaña, los caminos de células nerviosas se consolidan cuanto más los recorremos. Como es lógico no lo recorren montañeros, sino corrientes electroquímicas. Cuantas más veces viaja esa corriente a través de ellas, más fuerte será el vínculo que las une.
Durante la caminata es habitual encontrar senderos secundarios mal señalizados, poco pisados y llenos de vegetación. Lo más cómodo y seguro es permanecer en la vía principal, pero los más aventureros disfrutan abriéndose camino a través de los matojos para descubrir qué hay más allá.
Un día te levantas aventurero y decides abrir una ruta nueva en el bosque. Has escuchado algo a lo lejos y no ves ningún modo de acercarte, así que te adentras en la espesura con un machete y empiezas a limpiar la maleza como lo harían los buscadores de El Dorado. Por suerte, unos minutos después encuentras un sendero; las plantas y matorrales lo han invadido pero todavía puede intuirse. Lo sigues y llegas a una cascada, nunca habías visto una y te enamoras de ella. Así que recorres ese mismo sendero día tras día y en unas semanas está completamente libre de hierbajos y matorrales, por lo que cada vez te resulta más fácil llegar a la cascada.
Lo que has hecho al abrir un nuevo camino y descubrir la cascada es el equivalente a lo que ocurre en tu cerebro cuando experimentas o aprendes algo nuevo. Una neurona se engancha a otra a través de sus dendritas. Al principio su unión es débil, pero si la corriente vuelve a pasar a través de ellas varias veces, se irá creando una amistad que puede durar toda la vida. Dicho de otro modo, si vuelves a la cascada habitualmente los circuitos neuronales que albergan esa experiencia se consolidarán formando un recuerdo duradero.
Pero seamos francos, eres de los que necesita nuevas experiencias continuamente. Al poco tiempo te has aburrido de la cascada y te dedicas a explorar otros recovecos del bosque. Después de unos meses el sendero que creaste vuelve a estar lleno de zarzas y en unos años dejará de ser visible: habrás olvidado de la cascada. Esto es lo que ocurre cuando una conexión sináptica, la unión entre dos neuronas, deja de estimularse: poco a poco se debilita y pueden llegar a separarse.
El funcionamiento del cerebro y la memoria es mucho más complejo que todo esto, pero los conceptos básicos están en esta historia.
El engrama
Engrama es la palabra que los neuropsicólogos utilizan para designar a un conjunto de neuronas interconectadas que “contienen” un recuerdo, una idea, una respuesta motora, etc. O sea, es la estructura neuronal que contiene una unidad de información. Encontrar los engramas en el cerebro resulta muy esquivo y extraordinariamente complejo, pero en los últimos años se han hecho avances importantes.
Debemos tener en cuenta que no todos los engramas contienen información relacionada con nuestro mundo consciente (pensamientos, ideas, conceptos, hechos, etc). Un engrama podría tener la información necesaria para que mi párpado se cierre automáticamente cuando percibe una sombra amenazadora y así proteger el ojo. De hecho, es probable que la mayoría de engramas nunca afloren a nuestra consciencia.
Para mí, descubrir que existen grupos de neuronas interconectadas que son capaces de albergar ideas complejas como la justicia o la libertad ha sido algo mágico. Aunque la detección de engramas es un campo de estudio incipiente todo apunta a que los engramas son una realidad. Sin embargo, donde la ciencia se choca de bruces es en el siguiente paso lógico: ¿cómo la activación eléctrica de un conjunto de neuronas interconectadas da lugar a la experiencia subjetiva de recordar algo? La ciencia todavía desconoce cómo emerge la experiencia consciente a partir de un suceso biológico como ese. Es lo que solemos llamar «el misterio de la consciencia«. Pero bueno, ese es un melón que abriremos otro día 🙂
La red semántica
Otra idea fundamental para comprender el funcionamiento de la memoria es la de red semántica. Habitualmente recordamos las cosas mediante asociación. Para recordar algo debemos darle una pista a nuestra memoria. A veces esa pista viene del exterior. Por ejemplo, cuando veo una foto antigua que me lleva a rememorar mis veranos en Lekeitio, lo que a su vez me lleva a recordar el faro, que a su vez me sugiere un naufragio, etc., etc., etc. Mi mente puede divagar durante horas si la dejo libre por esa red cuasi-infinita de recuerdos reales e imaginarios. Puedes visualizar esa red como engramas simples interconectados formando una red semántica compleja y densa.
En otras ocasiones es mi propia mente la que dirige la atención hacia algo que quiero recordar: un suceso, una idea, una persona… Y a partir de ahí, sucede lo mismo que antes: mi mente navega frenética por los campos semánticos embebidos en los circuitos neuronales de mi cerebro hasta que otra cosa dirige mi atención (mi gata escalando por mi pierna, por ejemplo).
Esta red semántica de ideas, conceptos, significados o como la quieras llamar es una abstracción que utilizamos para designar a una compleja red biológica formada por millones de neuronas y trillones de conexiones sinápticas. Cuidado aquí con no llevar la metáfora demasiado lejos y pensar que cada neurona es un concepto que está unida a otras neuronas (conceptos) relacionados. No es así.
¿Por qué todo esto es tan importante?
Porque nos da pistas sobre cómo aprendemos. Héctor Ruiz Martín cuenta en ¿Cómo aprendemos? (El segundo libro de la Biblioteca Polymata) que no podemos aprender nada si no conectamos la nueva información con aprendizajes anteriores. Por ejemplo, si te hablo de la neuro plasticidad del cerebro y no tienes ni la más remota idea de lo que son las neuronas, no vas a comprender nada.
Esto pasa mucho cuando aprendemos algo “de memoria”. Es decir, que no asociamos el nuevo aprendizaje a múltiples conceptos, ejemplos y contextos; sino que solo lo asociamos al contexto de estudio. Por ejemplo, al lugar donde se explica esa idea en el libro o a un diagrama que te ha pasado el profesor. En esas circunstancias se formarán nuevos engramas en tu cerebro pero serán poco útiles y difíciles de reactivar porque estarán asociados a un contexto muy restringido.
Cuando uso la metáfora del bosque para explicar la formación de redes neuronales y su potenciación y debilitación, busco que asocies información nueva de cómo funciona la memoria con engramas viejos como el bosque y sus particularidades. Ahí reside la eficacia de las metáforas. Se apoyan en algo que conocemos bien y que nos resulta sencillo rememorar. Al asociar contenido nuevo a otro de uso habitual te resultará mucho más fácil recuperar la nueva información.
Cuanto mayores son tus redes semánticas y más interconectadas están, mayor es tu conocimiento. Los hechos aislados son un conocimiento débil, por contra, los hechos hiperconectados se convierten en una pieza más de tu saber profundo. Un polímata debe aspirar a densas redes semánticas hiperconectadas. Debe poder conectar la evolución con las neuronas, las neuronas con las metáforas, las metáforas con la poesía, ésta con la ciencia y así hasta el infinito.
Por eso, para conocer algo de verdad necesitas verlo desde distintas perspectivas y no es suficiente leer un resumen de un libro para interiorizar sus ideas, ni aprenderse una cita para absorber la sabiduría que hay en ella. Es necesario usar esa información, crear más conexiones neuronales entre engramas que antes estaban “separados”. Debemos pasar de lo concreto (los ejemplos) a lo abstracto (las ideas y los conceptos). Debemos pasar de los hechos acaecidos en la Guerra de los 30 años (batallas, personajes, situación política) a los conceptos subyacentes: la religión, el concepto de imperio, los incentivos personales, el poder político, etc.
El aprendizaje profundo es lento porque requiere pensar y reflexionar. ¿Qué es pensar y reflexionar sobre algo? Extraer de tu memoria ideas y relacionarlas con otras, con experiencias que has tenido; con un documental que viste ayer por la tarde, con un comentario brillante que hizo tu amigo José. Internamente las neuronas bullen mientras piensas, crean conexiones nuevas y refuerzan las ya existentes. Leer sin reflexionar no lleva al aprendizaje porque los engramas nuevos serán débiles y estarán poco conectados. Y al estar poco conectados serán más susceptibles de desaparecer con el tiempo como lo hizo el camino hacia la cascada.
Resumen
Cada experiencia que vives, cada recuerdo que evocas repercute en la biológica de tu cerebro. Ese impacto puede ser temporal o permanente. Nunca olvidarás ese día en el que estuviste a punto de morir ahogado en las costas de Portugal, pero la comida de ayer quedará sepultada en tu memoria en pocos días.
Venimos de fábrica con estructuras neuronales que nos permiten realizar actividades básicas: movernos, pensar, sudar, llorar… pero todo lo que haces, todo lo que piensas deja huella en ti y determina lo que harás mañana o lo que dirás en la próxima reunión de trabajo.
Las reglas del juego permiten gran variedad de estrategias. Podemos recorrer una y otra vez los mismos caminos hasta el punto de que sean tan profundos que no podamos salir de ellos o explorar constantemente nuevos senderos con el riesgo de olvidar los antiguos.
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