Cuántas veces hemos oído la frase: conócete a ti mismo. Normalmente hace alusión a que debes hacer introspección para destapar tus creencias, aquellas que son tan antiguas y subconscientes que nunca han visto la luz del Sol. Yo te animo a que lo hagas, pero hoy te quiero mostrar un enfoque diferente.
Steven Pinker en su obra magna La Tabla Rasa, nos hace un tour de force a través de la naturaleza humana, esa esencia que compartimos con toda la especie y que ha sido tan ninguneada durante décadas. ¿Cómo puedes conocerte a ti mismo si no conoces primero al ser humano? Te invito a hacer ese tour de la mano de Pinker y de la mía, te prometo que no te arrepentirás.
Nota: Este artículo es parte de un extenso resumen del libro La Tabla Rasa que he preparado para los suscriptores de la Biblioteca Polymata. Si quieres acceder al resumen completo, la reseña de libro y a mucho más, suscríbete ahora.
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En contacto con la realidad
El cerebro es una herramienta maravillosa para observar y comprender lo que ocurre a nuestro alrededor, responder a los peligros, cubrir nuestras necesidades y detectar oportunidades. Pinker concreta:
“El cerebro humano nos prepara para desarrollarnos en un mundo de objetos, seres vivos y otras personas. Estos entes inciden de forma importante en nuestro bienestar, y cabría esperar que el cerebro esté bien equipado para detectarlos y detectar sus poderes. Ser incapaz de reconocer un precipicio, una pantera hambrienta o a un cónyuge celoso puede tener unas consecuencias negativas importantes para la salud biológica, por expresarlo suavemente. La fantástica complejidad del cerebro está ahí en parte para registrar hechos y sus consecuencias en el mundo que nos rodea.”
A pesar de este hecho evidente, buena parte de los intelectuales posmodernos niegan que podamos acceder a la realidad. Por lo tanto, la Ciencia sólo es un camino más para acceder al conocimiento.
Las ideas relativistas permean el reino académico. La realidad, dicen, se construye socialmente mediante el uso del lenguaje, los estereotipos y las imágenes de los medios de comunicación. La idea de que las personas tienen acceso a los hechos relativos al mundo es ingenua. Según ellos, las observaciones siempre están infectadas por las teorías, y las teorías están saturadas de ideología y doctrinas políticas, de modo que cualquiera que diga que tiene los hechos o que sabe la verdad no hace sino intentar ejercer el poder sobre todos los demás.
El relativismo se entrelaza con la doctrina de la Tabla Rasa de dos formas:
Una es que los relativistas tienen una teoría de la psicología, según la cual la mente no tiene mecanismos diseñados para captar la realidad; todo lo que puede hacer es absorber pasivamente la cultura que la rodea: palabras, imágenes y estereotipos.
La otra es la actitud de los relativistas hacia la Ciencia. Muchos científicos ven su trabajo como una extensión de nuestra capacidad cotidiana de entender lo que hay ahí fuera. Los telescopios y los microscopios amplían el sistema visual; las teorías formalizan lo que presentimos sobre la causa y el efecto; los experimentos pulen nuestro instinto para reunir pruebas sobre sucesos que no podemos presenciar directamente. Los movimientos relativistas aceptan que la ciencia es una forma acentuada de percepción y cognición, pero llegan a la conclusión opuesta: que los científicos, como la gente corriente, no están equipados para captar una realidad objetiva.
Al contrario, dicen sus defensores: «La ciencia occidental es sólo una forma de describir la realidad, la naturaleza y el modo de funcionar de las cosas —un modo muy efectivo, desde luego, para la producción de bienes y beneficios, pero insatisfactorio en la mayoría de los otros sentidos—. Es una arrogancia imperialista que ignora las ciencias y las ideas de la mayoría de las culturas y épocas». En ningún otro sitio es más visible esto que en el estudio científico de temas que llevan una carga política, como la raza, el género, la violencia y la organización social.
Entonces, te preguntarás, ¿cómo podemos llegar a conocer la verdad? ¿Qué es bueno para mí? Al parecer sólo ellos lo saben. Apartan a un lado su relativismo cuando se trata de postular cómo deberíamos ser, qué debería gustarnos y cuál es la mejor forma de vivir.
Nuestras limitaciones
Gran parte de la tragedia humana se debe a que vivimos en un mundo moderno limitados por habilidades prehistóricas. De ahí que tantas veces nos sintamos desubicados y torpes.
Todos venimos a la vida con un cerebro dotado de una física intuitiva, una historia natural básica, una ingeniería rudimentaria, cierto sentido numérico y probabilístico, una idea de la relación entre una causa y su efecto, capacidad para el lenguaje, un sentido moral, etc.
Pero a pesar del poder de nuestro órgano pensante, no está en absoluto preparado para los retos del Antropoceno (La Era del Hombre). La física moderna, la teoría de la evolución, la geología y las matemáticas nos resultan extrañas. Si podemos construir presas, detectar agujeros negros y crear moléculas en el laboratorio, es porque hemos creado un sistema educativo que nos fuerza a aprender materias que a veces superan nuestra capacidad de comprensión.
Un niño aprende a hablar sin esfuerzo, pero debe sudar tinta y romper coderas para aprender álgebra sencilla.
El lingüista de Harvard reclama la necesidad de volcar el esfuerzo educativo en estas asignaturas complejas y contraintuitivas. Debemos premiar a la gente para que aprenda lo difícil pero vital para la época que nos ha tocado vivir.
Nos resulta fácil creer en el alma. Pero ahora sabemos que el alma está en el cerebro y que no es insuflado en la concepción por un ente divino, sino que va emergiendo con el desarrollo del feto. Entender esto es esencial para enfrentarnos a retos morales como el aborto o la clonación.
Antes hablaba de la falacia naturalista, eso de que lo natural es bueno. ¿De dónde viene este sesgo cognitivo? Quizás de nuestra psicología esencialista. Nos comportamos como si los objetos y los seres tuvieran una esencia. Algo que va más allá de la materia y que los diferencia del resto. Por ejemplo, una camiseta que llevó Elvis en un concierto es más que una simple camiseta. Una persona no es sólo una máquina biológica compleja; hay algo más. Percibir esa esencia es nuestro modo por defecto de ver las cosas. Por eso, cuando algo se desnaturaliza, como los alimentos transgénicos, nos produce rechazo aunque sea completamente irracional.
Algo parecido nos ocurre con el modo en el que percibimos los intercambios entre personas. Alan Fiske identifica 4 tipos de transacciones:
- Comunitaria
- De autoridad
- De igualdad
- De mercado
Las transacciones de igualdad fueron las más frecuentes antes del neolítico. Una persona le entregaba una hacha a otra y a cambio esperaba un bien de similar valor; como una piel de conejo.
Tras la invención del dinero, los bancos, los cheques y los pagarés, el asunto se complicó bastante. Pasamos a realizar transacciones de mercado. Éstas son mucho más prácticas, pero menos intuitivas. Por eso la usura ha sido considerada una lacra y los intermediarios y mercaderes gente de poco fiar. A pesar de que tanto prestamistas como comerciantes han tenido un papel imprescindible en el desarrollo de la civilización moderna, han sido vistos siempre con recelo. Sólo hay que ver cómo les ha ido a los pobres judios…
Al evolucionar en un entorno de transacciones de igualdad, tendemos a atribuir un valor fijo a las cosas: ese hacha vale lo que un conejo. Pero la economía capitalista es mucho más compleja. El valor de los objetos varía bruscamente dependiendo de lo deseable que sea para los demás y la cantidad de objetos similares que existan disponibles para el intercambio. Vamos, que si la caza escasea, habrá personas dispuestas a entregar dos hachas por un conejo.
El mercado cuando es libre se regula a través de la ley de la oferta y la demanda, pero debido a nuestra mente arcaica, hemos intentado fijar los precios de las cosas durante buena parte de la historia, provocando escasez y derroche.
Para finalizar con estos fallos intuitivos, uno de mis ejemplos favoritos. Thomas Malthus pronosticó en el siglo XVIII hambrunas generalizadas por superpoblación… Seguramente una de las predicciones fallidas más recordadas de la historia. Aún así, su error es muy común, Malthus no era estúpido. Cayó en la ceguera a la innovación. Somos nefastos haciendo predicciones porque no contamos con las innovaciones futuras y la infinita replicabilidad de las ideas que cambiarán por completo las reglas del juego (a veces en periodos sorprendentemente breves). No hemos aprendido de Malthus y muchos aspirantes a futurólogos siguen cayendo en la misma trampa.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la intuición nos falla sistemáticamente cuando nos topamos con las complejidades del tercer milenio. Para evitar comportarnos como cromañones, nos recuerda Pinker, hemos de aprender conceptos básicos de economía, biología evolutiva y estadística.
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Las múltiples raíces de nuestro crecimiento
Pinker comienza este capítulo hablando de Robert Trivers, biólogo y uno de los padres de la teoría moderna de la evolución:
“Trivers dedujo la primera teoría de la psicología social que merece el calificativo de «elegante». Demostró que un principio aparentemente simple —seguir los genes— puede explicar la lógica de todos los principales tipos de relaciones humanas: lo que sentimos hacia nuestros padres, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros amantes, nuestros amigos y nosotros mismos. Pero Trivers sabía que la teoría servía también para algo más. Ofrecía una explicación científica de la tragedia de la condición humana.”
A todos los que hemos leído El Gen egoísta, este capítulo servirá para refrescar algunas ideas, a los demás, como introducción a las explicaciones evolutivas de las relaciones humanas. El resumen es que estamos abocados al sufrimiento porque tenemos un conflicto de intereses permanente.
La agresión, el parasitismo y el engaño son ubicuos en el mundo natural porque son producto de lo que tuvo éxito en el pasado. La naturaleza no tiene moral. Por mucho que los románticos la hayan idealizado, por mucho que nos fascine y asombre, bajo los criterios de la ética humana, es cruel y despiadada. Pero también contiene amor, cooperación, altruismo, heroicidad y compasión. Mucho de lo que admiramos de nuestra especie, es intrínseco a su afán cooperativo, una estrategia que ha demostrado ser muy exitosa.
Si entiendes el objetivo del gen: reproducirse, y conoces los rudimentos de la Teoría de Juegos, puedes deducir la mayor parte de nuestros comportamientos sociales. El altruismo es beneficioso en la medida que hoy te ayudo a ti y mañana me ayudas a mí. La cooperación es habitual porque 1+1 > 2. El nepotismo es intrínseco a nuestra naturaleza porque nuestros familiares llevan parte de nuestros genes. El amor de una madre hacia su hijo es único porque es una de las pocas balas que tendrá para que se propaguen sus genes. Ella no lo sabe, por supuesto, pero está programado en su cerebro.
A pesar de compartir gran parte del genoma con hermanos, padres, tíos y nietos, cada uno de nosotros comparte más genes consigo mismo que con el resto de seres. Las buenas tragedias reflejan ese constante conflicto entre la generosidad y el egoísmo.
Las emociones son mecanismos innatos para lidiar con las complejas relaciones sociales. La ira, por ejemplo, puede ser la respuesta ante el engaño y eficaz para disuadir a los aprovechados.
Convencer a los demás de que nos ayuden y luego no corresponder puede ser muy provechoso. Por eso somos hábiles en el engaño, pero también en la detección del tramposo. Además de nuestro sentido arácnido para detectar estafadores y vendemotos, tenemos otra estrategia para mantenerlos a raya: el cotilleo y el descrédito. Puedes engañar a uno pero no puedes engañarnos a todos.
Nuestra habilidad para el engaño ha evolucionado hasta el punto de engañarnos a nosotros mismos y así no delatarnos con tics nerviosos. Creamos una visión de nosotros mismos mucho mejor de lo que en realidad es para, sin saberlo, hacer ver a los demás una imagen más confiable, fuerte y generosa de nuestra persona.
En definitiva, no somos individualistas libertarios ni comunistas entregados al grupo, somos seres ambivalentes que bailamos entre el egoísmo más recalcitrante y la generosidad más pura. Somos grandes padres y ciudadanos egoístas, entregados esposos y políticos corruptos. Cualquier teoría simplona sobre la naturaleza humana es destapada cuando admiras una buena tragedia como Antígona o Romeo y Julieta.
El animal moralista
“es posible que el problema del Homo sapiens no sea que disponemos de una moral escasa. Tal vez el problema sea que tenemos demasiada.”
Como decía Sina en el grupo de Telegram, si el capítulo 14 aludía a El gen egoísta, Éste lo hace a Los peligros de la moralidad.
Ya sabemos que la moral tiene origen evolutivo. No obstante, eso no quiere decir que sea perfecta. Nuestro sentido moral falla igual que lo hace la vista o el oído. El ejemplo más claro es que confundimos pureza y belleza con bondad; y suciedad, fealdad o enfermedad con maldad. Por eso los malos de las películas suelen ser tipos feos. También confundimos la contaminación con el pecado. Dos hermanos que se acuestan juntos, tomando precauciones y sin que nadie lo sepa, no dañan a nadie, pero nos repugna, sentimos que han hecho algo malo.
Como no consideramos inmoral castigar al malvado (sino todo lo contrario), nos resulta más sencillo maltratar al que nos repugna y esto nos predispone a la injusticia y a la crueldad. Dos ejemplos rápidos. Ayudaremos antes a un joven guapo y bien vestido que pida dinero en la calle, que a un vagabundo mugriento y lleno de llagas. Nos indignamos más cuando alguien maltrata a un precioso gatito que a una rata topo o a un besugo.
Lo que se consideraba inmoral en los 80 en España era muy distinto de lo que ahora vemos inmoral. Con el tiempo se moralizan cosas nuevas y otras pierden su naturaleza moral. Antes la homosexualidad era tabú, algo considerado sucio e impuro por gran parte de la sociedad. Ahora no. En los 80, fumar era algo habitual, incluso cool; ahora está estigmatizado. Pinker nos habla de la relación entre moral y razón.
“La diferencia entre una postura moral defendible y un sentimiento visceral atávico es que con la primera podemos dar razones de por qué es válida nuestra convicción. Podemos explicar por qué la tortura, el asesinato y la violación están mal, o por qué debemos oponernos a la discriminación y a la injusticia. Por otro lado, no se pueden dar buenas razones para demostrar que haya que suprimir la homosexualidad o segregar a las razas. Y las buenas razones para una postura moral no salen de la nada: siempre tienen que ver con lo que beneficia o perjudica a las personas, y se asientan en la lógica de que debemos tratar a los demás como exigimos que se nos trate.«
Una vez que algo se sacraliza o se convierte en tabú, dejamos de pensar en por qué llegó a ese estado y desafiarlo puede costar muy caro. Los políticos suelen actuar dentro de la ventana de Overton (lo que se considera “normal” en ese momento) porque saben que salir de ahí les hará perder las elecciones. Por ejemplo, aunque VOX llegue al poder, no derogará el matrimonio homosexual.
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Profundiza
Este es resumen de la parte 4 (de las 6 que tiene el libro La Tabla Rasa de Steven Pinker). Para ver el resumen completo y acceder a más reseñas, resúmenes y charlas de los 50 libros más importantes para comprender el mundo, te recomiendo que te suscribas a la Biblioteca Polymata.
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