¿Quién no ha querido cambiar su forma de ser alguna vez? Ser menos ansioso, más extrovertido, menos iracundo, más amable… ¿Quién no se ha comprado un libro de autoayuda con la esperanza de vivir más en el presente o dejar de sufrir tanto por amor. Yo lo he hecho, desde luego, ya hablé de ello en el capítulo de presentación de la Biblioteca Polymata. Antes de leer con devoción libros de divulgación, leí toda la autoayuda que te puedas imaginar. ¿Me ayudó en algo? Es una gran pregunta, la verdad, no sabría decirte. Otros acuden a terapia desesperados por su carácter taciturno que les impide disfrutar de la vida o con la esperanza de ser parejas o padres más responsables y amorosos. ¿Es una pérdida de tiempo y de dinero o realmente podemos cambiar nuestra forma de ser?
Esta es la pregunta más interesante a la que me he enfrentado este último año y por fin es el momento de responderla. Si te interesa, quédate conmigo hasta el final. ¡Empecemos!
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¿Qué es la personalidad?
Todos tenemos una idea vaga de lo que es la personalidad, pero veamos cómo la definen los psicólogos para entender de qué estamos hablando exactamente.
Los rasgos de personalidad son patrones de comportamiento y emoción que permanecen relativamente estables a lo largo del tiempo y en diversos contextos. Estos patrones tienen una base genética, pero las experiencias les van dando forma. Los rasgos de personalidad no son valores ni son habilidades. Ser justo o inteligente no forma parte de nuestra personalidad, aunque los valores y las habilidades pueden estar influidos por la personalidad.
Durante más de seis décadas los psicólogos han buscado la forma de medir con precisión la personalidad de las personas. La primera escala que podemos denominar científica usada para medir los rasgos de personalidad fue la de los 16 factores de la personalidad (16PF), desarrollado por Raymond Cattell en 1949. Entre los factores identificados por Cattell nos encontramos la calidez, la apertura al cambio, el perfeccionismo, la sensibilidad y así hasta 16. Puedes hacer un test gratuito aquí (no te puedo garantizar su validez).
Aunque a día de hoy todavía se utiliza, ha sido eclipsada por los Big Five (Cinco grandes rasgos de la personalidad). En los años 60, Tupes y Christal, psicólogos militares, analizaron varios conjuntos de datos y encontraron que la mayoría de las variaciones en la personalidad podían agruparse en cinco dimensiones principales. Más tarde, en los 90, Costa y McCrae desarrollaron una herramienta para medir estos rasgos y la hicieron muy popular. Desde entonces, los test de personalidad de los Big Five se utilizan en contrataciones de personal, en psicología clínica (para detectar rasgos patológicos) y en todo tipo de investigaciones en psicología. Podríamos decir que los Big Five son el patrón oro de las herramientas para medir la personalidad. Puedes hacer un test gratuito aquí (no te puedo garantizar su validez).
Los cinco grandes rasgos de la personalidad
Y bien, ¿cuáles son estos famosos cinco rasgos que parecen contener por completo la personalidad de cualquier sujeto que habita en este planeta?
En primer lugar nos encontramos con el neuroticismo. Todos hemos escuchado alguna vez la frase: “¡mi madre es una neurótica!”. Pues bien, por ahí van los tiros. Una persona con el neuroticismo alto es una persona inestable emocionalmente. Se estresa con facilidad, siente ansiedad antes los cambios, se irrita a la mínima, tiende a estar triste… En fin, ser una persona muy neurótica es una faena. Por contra si puntúas bajo en neuroticismo seguramente te tomes la vida con calma y vivirás muchos años, a no ser que tu pachorrismo te haga sufrir algún accidente absurdo ;P
Otro de los cinco rasgos es la extraversión. Una persona que puntúa alto en extraversión disfruta pasando el tiempo con gente, charlando, conociendo gente nueva, suele ser alegre y disfruta de las emociones fuertes. Una persona que puntúa bajo es tímida, solitaria y necesita cargar pilas en soledad.
La apertura a la experiencia suele ir de la mano con la extroversión, aunque no siempre. El individuo que tiene este rasgo disfruta conociendo gente nueva, probando nuevas experiencias, imaginando, creando, filosofando… Es el tipo curioso que lo quiere probar todo. Por el contrario, el que puntúa bajo en este rasgo suele tener aversión a los cambios, ser una persona casera y disfruta de sus rutinas. Las personas con apertura a la experiencia alta suelen tener una ideología más liberal frente a los conservadores que tienen poca apertura a la experiencia.
Otro de los cinco rasgos es la responsabilidad, también llamado escrupulosidad. Si eres organizado, cumplidor, competente, prudente y disciplinado, seguramente puntúes alto en este rasgo. Si eres la típica persona caótica, que siempre llega tarde a los sitios, que no sabes organizarte y que te apuntas al gimnasio pero no vas, seguramente puntuarás bajo 😉
Las personas responsables tienden a preocuparse por los demás y ser disciplinados y también suelen puntuar alto en el rasgo de amabilidad. Las personas amables son confiadas, altruistas y empáticas. Por contra, las personas poco amables… bueno, es obvio, ¿no?
Que quede claro que no hay personas amables y personas no amables, ni personas responsables o personas irresponsables. Los rasgos no son binarios, todos estamos en un punto entre los dos extremos de la escala y rara vez nos situamos en los extremos. Además, cada rasgo se divide en facetas que pueden tener puntuaciones dispares. Por ejemplo, una persona con una apertura a la experiencia media podría ser muy aventurera (una faceta de este rasgo) y tener poco interés artístico (otra faceta de este rasgo). Por lo tanto, los rasgos de personalidad son una guía, pero no nos lo cuentan todo de la persona.
¿Podemos cambiar nuestra personalidad?
Ahora que ya sabemos qué es la personalidad y cuáles son los cinco rasgos que la definen, vamos con el meollo de la cuestión: ¿podemos cambiar nuestra personalidad?
En primer lugar me gustaría volver a la definición de “personalidad”. La personalidad son disposiciones psicológicas, comportamientos y emociones que se dan a lo largo de la vida con bastante consistencia y estabilidad. Es decir, en la propia definición de “personalidad” está implícito que la personalidad no cambia demasiado a lo largo de su vida. Si lo hiciera, no estaríamos hablando de personalidad sino de otras cosas: valores, habilidades, hábitos, intereses o gustos.
Pero, y aquí viene lo interesante, la personalidad no es algo fijo e inmutable sino que cambia a lo largo de la vida. Por si te interesa, lo que sí es prácticamente inmutable es el temperamento. Los bebés vienen al mundo con unas predisposiciones genéticas que son la base de su personalidad. Hay bebés tranquilos y otros nerviosos, irritables o calmados, abiertos o reservados. El temperamento es la masilla que utilizará la experiencia para moldear la personalidad.
¿Y qué cosas hacen que nuestra personalidad cambie? ¿Son ajenas a nuestro control o podemos tomar acción en ese cambio? Pues hay un poco de todo.
En primer lugar veamos los cambios que ocurren sin que nosotros podamos hacer mucho.
Cambios en las etapas de la vida
La infancia (1-12 años)
Cuando somos pequeños, nuestra personalidad es como un boceto. Lo que de verdad domina en esta etapa es el temperamento, la base biológica que heredamos de nuestros padres. ¿Eres un niño tranquilo o te subes por las paredes? ¿Te llevas bien con cualquiera o prefieres jugar solo? Eso viene en parte «de serie».
La adolescencia (13-20 años)
En la adolescencia la corteza prefrontal, encargada de la autorregulación, está en pleno desarrollo. Además, las hormonas campan a sus anchas, esto, junto con un desarrollo incompleto de la corteza prefrontal hace que en esta etapa la responsabilidad no sea nuestro fuerte. Sin embargo, esta etapa también es un campo de pruebas para la extraversión y la apertura a la experiencia. Es cuando empiezas a explorar quién eres, qué te gusta y cómo quieres relacionarte con el mundo. Aunque haya mucho drama, estás construyendo una base importante de tu personalidad.
Adultez temprana (20-30 años)
Este es el momento de los grandes cambios. Los psicólogos lo llaman «maduración de la personalidad». Los estudios de Brent W. Roberts muestran que en esta etapa aumentan la responsabilidad, la amabilidad y la estabilidad emocional. Es decir, te vuelves más organizado, más empático y menos propenso a las rabietas emocionales.
¿Por qué? Porque empiezas a asumir roles importantes: un trabajo serio, una relación estable, quizás hijos. Estos roles te obligan a crecer, quieras o no. Además, en esta etapa se termina de desarrollar la corteza prefrontal.
Mediana edad (30-60 años)
Aquí es cuando la personalidad empieza a estabilizarse. Los rasgos que definieron tu adultez temprana se consolidan. Según un meta-análisis de Jule Specht, la responsabilidad y la amabilidad alcanzan su punto máximo. Ya no necesitas demostrar tanto ni competir con todo el mundo, y te vuelves más cooperativo.
La estabilidad emocional sigue aumentando, porque para esta etapa ya has aprendido a manejar mejor el estrés y las crisis. Dicho esto, si te pasa algo gordo, como un divorcio o una pérdida importante, puede haber cambios temporales.
Tercera edad (60+ años)
En la vejez muchas personas se vuelven más amables y estables emocionalmente, quizá porque priorizan las relaciones y dejan atrás las prisas. La teoría de la selectividad socioemocional de Carstensen explica que, al envejecer, empezamos a centrarnos más en lo que realmente importa: las conexiones significativas y el bienestar emocional.
Sin embargo, la extraversión y la apertura a la experiencia tienden a disminuir ligeramente. Esto no significa que te vuelvas aburrido, sino que puedes preferir la calma y lo conocido en lugar de la aventura constante.
Como puedes ver, la personalidad es algo que evoluciona a lo largo de la vida, en los primeros años por la propia evolución de un cerebro inmaduro, más adelante por las experiencias que tienen una gran impacto en nosotros. Lo que es evidente es que nunca deja de cambiar.
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Eventos que cambian nuestra personalidad
Quizás tengas curiosidad por saber, de todas estas experiencias, cuáles son las que más modifican nuestra personalidad. Mencionaré las más importantes en orden de impacto.
El primer trabajo o un cambio de carrera
Al parecer, el suceso que más impacta en nuestra forma de ser es el inicio de nuestra carrera profesional. Asumir un nuevo reto profesional puede producir un aumento significativo en responsabilidad, ya que un nuevo rol impone expectativas por parte de terceros de orden, disciplina y estabilidad. Además, el desarrollo de habilidades profesionales contribuye a la estabilidad emocional al brindar una sensación de logro y propósito.
Comprometerse en una relación
Casarse o iniciar un compromiso parece tener un impacto muy positivo en la personalidad. Se reduce el neuroticismo, aumenta la amabilidad y también la responsabilidad. Un mayor apoyo emocional y la necesidad de adaptarte a otra persona de forma continuada da lugar a estos cambios.
Divorciarse
Las personas que pasan por una separación tienden a experimentar un aumento en amabilidad y estabilidad emocional después de superar el trauma inicial. Aunque inicialmente puede elevar el neuroticismo, estudios como el de Jule Specht revelan que la necesidad de volver a descubrir nuestra identidad y afrontar la independencia tras una separación conlleva una adaptación emocional y una mayor amabilidad en el trato con otras personas.
Otros eventos clave como perder a un ser querido, tener hijos o jubilarse también tienen efectos en la personalidad.
Dicho esto, los estudios a largo plazo muestran que los cambios provocados por estos momentos críticos duran poco tiempo y la tendencia es volver al estado previo al evento. Por ejemplo, los padres se vuelven más inestables emocionalmente al poco tiempo de tener un hijo (por el estrés que tienen que soportar), pero este cambio suele ser pasajero. Otros cambios pueden hacerse permanentes, sobre todo si comportan cambios de hábitos. Este suele ser el caso del primer trabajo, que modifica nuestro hábitos, a veces de por vida convirtiéndonos en personas más responsables.
En cualquier caso, ten en cuenta que los cambios de personalidad provocados por eventos vitales suelen ser reducidos y no se dan transformaciones radicales. Imagina que tienes 22 años. Nunca has trabajado y te haces un test de personalidad. Puntuas 50 sobre 100 en responsabilidad. Te contratan en una consultora y trabajas ahí durante unos pocos años. Entonces, vuelves a realizar el test. Lo normal es que tu puntuación de responsabilidad haya aumentado, pero seguramente no irá más allá de los 54 puntos. Como ves el cambio ocurre, pero es pequeño. Algunos rasgos de personalidad como la responsabilidad y el neuroticismo pueden cambiar bastante a lo largo de la vida; otros, como la apertura a la experiencia permanecen muy estables.
¿Tienes algún poder sobre tu personalidad?
Hasta ahora hemos visto que la personalidad cambia a lo largo de la vida por diferentes motivos, principalmente por cambios biológicos que se dan principalmente en las dos primeras décadas y luego por eventos críticos que dejan huella en nosotros. Pero por lo general no tenemos mucho control sobre todo esto. Así que… ¿podemos hacer algo nosotros por cambiar nuestra personalidad tal y como sugieren tantos libros de autoayuda?
Los métodos que han demostrado mayor eficacia a la hora de cambiar algunos de nuestros rasgos de personalidad son la terapia cognitivo-conductual, el mindfulness/meditación y la desensibilización.
Uno de los rasgos más insidiosos es el neuroticismo. Si lo tienes alto, tu vida se convierte en un infierno: ansiedad, estrés, depresión… Por eso tantas personas van al psicólogo con la esperanza de que les ayude a cambiar, a regular mejor sus emociones. Afortunadamente hay una terapia que funciona especialmente bien en estos casos: la terapia cognitivo-conductual. La terapia cognitivo-conductual (TCC) te ayuda a entender y cambiar cómo piensas (cogniciones) y cómo actúas (conductas) para sentirte mejor.
¿Cómo funciona la TCC?
- Identificar pensamientos negativos: Te enseña a ser consciente de los pensamientos automáticos que te hacen sentir mal, como «nunca hago nada bien».
- Cuestionarlos: Te enseña a evaluarlos y reemplazarlos por ideas más realistas, como «no siempre sale perfecto, pero a menudo lo hago bien».
- Cambiar conductas: Te anima a hacer cosas diferentes, como enfrentar situaciones que evitas, para romper patrones que perpetúan el problema.
Es muy práctica, estructurada y funciona bien para problemas como la ansiedad, el estrés. Por lo tanto, ayuda a reducir el neuroticismo. ¿Qué puedo esperar? Tampoco esperes cambios radicales, pero, por ejemplo, podría reducir tu neuroticismo de 50 puntos a 40 puntos en unos meses. Idealmente deberías contratar a un buen psicólogo, pero si no te lo puedes permitir, te recomiendo el libro Sentirse bien de David D. Burns, un libro serio con ejercicios prácticos que puedes llevar a cabo por tí mismo.
Otra técnica igual de eficaz es el famoso mindfulness. El mindfulness es algo sencillo de explicar pero difícil de aplicar para los que vivimos en un caos de estímulos constante. En esencia se trata de poner atención a lo que se está haciendo. Generalmente se utilizan técnicas de atención a la respiración o al propio cuerpo. También hay quien lo practica mientras realiza yoga o estiramiento. Los psicólogos se han dado cuenta del poder del mindfulness y algunos ya están combinando la terapia cognitivo-conductual con técnicas de atención plena para amplificar los efectos de la terapia. Aunque no es necesario ningún libro para empezar a meditar, puede ayudarte el magnífico Mindfulness en la vida cotidiana de Jon Kabat-Zinn.
¿Y qué hay de otros rasgos de la personalidad? Apuesto a que a muchos de vosotros os gustaría ser personas más extrovertidas. A veces ser introvertido es una lata y puede ser problemático en ciertos trabajos o entornos que requieren relacionarse con mucha gente. Aunque no vas a pasar de ser una persona introvertida a ser una persona extrovertida, hay cosas que puedes hacer para ir en esa dirección. Una de las más eficaces es una técnica llamada desensibilización.
La desensibilización es una técnica que te ayuda a enfrentar gradualmente situaciones que te generan ansiedad, reduciendo el malestar con el tiempo. Para aumentar la extroversión, podrías empezar con interacciones sociales pequeñas, como saludar a los vecinos y al conductor del autobús, y poco a poco irte exponiendo a conversaciones más largas o eventos sociales con más gente en los que tengas que interactuar. Esto te permite ganar confianza sin provocarte ansiedad, haciendo que las situaciones sociales te sean más naturales y cómodas.
En resumen
Sí, la personalidad cambia a lo largo de la vida. Y sí, tú puedes tomar la iniciativa y esforzarte por cambiar cualquiera de tus rasgos de personalidad. Eso sí, no esperes grandes transformaciones. La personalidad permanece bastante estable a lo largo de la vida, sobre todo en rasgos como la apertura a la experiencia o la extroversión. Sin embargo, se ha comprobado que un rasgo que nos hace sufrir mucho; un alto neuroticismo, puede cambiarse ligeramente a través de la terapia y el mindfulness. El crecimiento personal es algo real y no sólo un reclamo para vender libros de autoayuda. La ciencia es clara al respecto, puedes conseguir ligeros cambios pero debes llevar a cabo las prácticas adecuadas y ser constante en el tiempo.
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