En la cultura popular, es común escuchar que lo que nos gusta depende de nuestro entorno. Si hemos crecido en una familia vegana la carne no nos gustará. Si mis padres me compraron muñecas en vez de trenes cuando era pequeño, esos serán mis juguetes favoritos. Si escucho Nirvana en vez de los Beach Boys es porque la gente con la que salía en el instituto eran grunges.
A primera vista esta idea suena bien y explica muchas de las grandes diferencias en gustos que existen entre culturas y personas. Por ejemplo, explica muy bien el motivo por el que los camboyanos comen tarántulas fritas y los japoneses se deleitan con el ojo de atún mientras que a un español o a un argentino le darían arcadas con cualquier de estos manjares asiáticos.
Como seres culturales, tenemos una increíble capacidad para adaptarnos a todo tipo de estímulos y aprender a disfrutar de algo que, a priori, pueda ser aberrante para otros.
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Efecto de la mera exposición
El efecto de la mera exposición es la explicación que dan los psicólogos al hecho de que las cosas tiendan a gustarnos más cuanto más expuestos estamos a ellas.
El psicólogo social Robert Zajonc argumentaba que el efecto de la mera exposición es una realidad biológica de gran importancia que se da en todos los animales. Este efecto ocurre cuando la exposición repetida a un estímulo no tiene consecuencias nocivas. Tal estímulo se convertirá poco a poco en una señal de seguridad. Las exposiciones repetidas benefician al organismo porque le permiten distinguir los objetos y hábitats seguros de los que no lo son, y constituyen la base más primitiva de los vínculos sociales. En consecuencia, son el principio de la cohesión social y de la estabilidad psicológica del ser vivo.
El efecto de la mera exposición se ha demostrado múltiples veces en experimentos con humanos. Al menos parte del impacto de la publicidad se debe a que asociamos lo familiar con algo positivo. Nos gustan más las personas que vemos a menudo y también las marcas que más nos suenan. Y no se trata de algo consciente, también la publicidad subliminal ha demostrado ser efectiva.
El artículo terminaría aquí si no fuese porque esta “teoría” tiene un gran problema. Si nuestros gustos son tan flexibles, ¿por qué a nadie le gusta comer césped? ¿Y las heces?, ¿por qué a nadie le gusta comer mierda? Bueno, incluso en esto podemos encontrar excepciones, existe la coprofilia, pero está claro que es un caso extremo que no desvirtúa lo que quiero decir.
La explicación evolutiva
Una primera respuesta de sentido común es que hay cosas antinaturales que nos disgustan porque somos humanos. Y, efectivamente, esa es una respuesta acertada, pero vamos a explicarlo un poco mejor.
Por lo general las cosas no nos gustan por puro capricho, hay una razón biológica para que sea así. El placer y el dolor son herramientas de la consciencia que, como diría Richard Dawkins en su revelador libro El gen egoista, nuestros genes “utilizan” para mantenernos vivos y procreando. Los ejemplos que he mencionado antes son profundamente anti-adaptativos. El césped, por ejemplo, es un tipo de hierba muy difícil de digerir para un humano. Además, tiene mucho sílice que abrasaría nuestros dientes. Si nos alimentásemos con césped tendríamos digestiones muy pesadas y con el tiempo nos quedaríamos sin dentadura. Así que, durante miles de generaciones hemos ido desarrollando cierta aversión a esta hierba, mientras que nos encantan los espárragos, las fresas o los higos.
En cuanto a las heces, hay muchos animales coprófagos que a veces se alimentan de ellas aprovechando los nutrientes que quedan sin digerir y algunas bacterias que son beneficiosas para ellos. Sin irnos muy lejos, mamíferos como el elefante o los koalas las ingieren de vez en cuando. Pero no es el caso de los humanos. Las heces son una posible fuente de enfermedades para nosotros y su aporte nutricional es muy bajo. Es probable que ese sea el motivo de que su olor nos resulte tan desagradable. Como sabes, el olor es una percepción subjetiva. No es que no comamos heces porque huelen objetivamente mal, sino que nos huelen mal porque no debemos comerlas.
Llegados a este punto, podemos afirmar que las cosas que nos gustan están limitadas por nuestra biología, la cual, ha ido evolucionando durante cientos de miles de años para adaptarse al entorno. Muchas de las cosas que nos gustan se explican fácilmente con esta teoría: el sexo, la comida, el agua, o el juego son intereses comunes a todas las culturas de todas las épocas. Eso se debe a que para llegar hasta aquí, hemos tenido que tener relaciones sexuales, comer, beber y jugar. Si no nos hubiesen gustado alguna de esas actividades nuestra especie no existiría ya.
Por lo tanto, la biología limita los tipos de cosas que nos gustan pero el medio en el que vivimos, lo que incluye la cultura, nuestra familia, amigos, etc. provoca que estos gustos varíen mucho dentro de estos límites. Por eso, tanto a japoneses como a españoles nos gusta comer pero los españoles preferimos la paella a los ojos de atún.
Los accidentes evolutivos
Podrías pensar, con buen criterio, que muchos de los mecanismos adaptativos como nuestro gusto por el azúcar, las grasas o el sexo hoy por hoy no siempre son buenos para nosotros. Y tienes toda la razón. En el paleolítico la grasa animal y la miel eran recursos relativamente escasos y nos sabían deliciosos porque nos proporcionaban muchas calorías en poco espacio. Debido a este fervor calórico en 2021 amamos la comida basura y los refrescos. Por menos de 10€ podemos ingerir casi 2000 deliciosas calorías en una sola comida, vamos, las calorías que según la OMS necesita un adulto para todo un día. Paradójicamente lo que antes nos mantenía vivos ahora nos mata antes.
Algo parecido pasa con la pornografía. Desde la llegada de internet es accesible para todo el mundo y explota excepcionalmente bien nuestra obsesión por el sexo. Igual que pasa con la comida rápida, éste es otro accidente, otro efecto secundario no esperado de la evolución, ya que parece obvio que ver porno no ayuda mucho a la propagación de los genes…
Los psicólogos evolucionistas llaman a este tipo de accidentes evolutivos subproductos de la evolución. Son comportamientos no necesariamente adaptativos que ocurren como consecuencia de otros comportamientos que sí lo son.
El esencialismo
Paul Bloom es un reconocido psicólogo de la universidad de Yale que ha escrito varios libros de éxito. En How pleasure Works expone una teoría que explica algunos de los gustos más extraños de los seres humanos. Bloom se plantea varias preguntas de difícil respuesta: ¿por qué somos capaces de pagar 70 millones de dólares por un cuadro que parece haber sido pintado por un niño? o ¿por qué no venderías tu alianza de boda por mucho dinero que te ofrecieran?
El psicólogo canadiense tiene la teoría de que los seres humanos somos esencialistas por naturaleza. Esto significa que tenemos la creencia de que los miembros de una misma categoría comparten una naturaleza oculta que va más allá de sus características físicas. El esencialismo parte de que dos personas se diferencian entre sí aunque sean clones porque “vemos” algo en ellos que los hace únicos. Por otro lado, cuando hablamos de objetos hechos por humanos son su historia y las intenciones de la persona que los crearon las que conforman su esencia .
Paul Bloom cree que el esencialismo psicológico nos lleva a valorar algunos objetos no por su belleza, ni por su utilidad, sino por su historia, por cómo fueron creados, quién los construyó y con qué intención lo hizo. Esa es la razón por la que un multimillonario pagaría millones de euros por un Picasso y solo unos pocos cientos de euros por una copia idéntica de la dicha obra. También nos ayuda a entender por qué los fanáticos de los Rolling Stones matarían por una camiseta sudada de Jagger.
Dicho de otro modo, nuestro gusto por algunos objetos únicos podría ser un subproducto de nuestra psicología esencialista.
La explicación de Bloom es muy interesante, pero yo añadiría una cosa más. Creo que la gente que admira obras de arte abstracto u objetos sin una belleza obvia, lo hace porque esos objetos suelen ayudar a mostrar su estatus. Me cuesta pensar en alguien que compre una obra de arte abstracto de millones de euros de forma anónima, la guarde en un sitio donde no lo vaya a mostrar y nunca le hable de ella a nadie. Poder apreciar y adquirir una obra única y valiosa para la gente de nuestro círculo nos confiere cierto estatus, y como ya expliqué en un artículo anterior, el estatus importa y mucho.
Implicaciones prácticas
De mi investigación saco dos grandes aprendizajes útiles para la vida diaria. La primera es que la exposición continua a objetos, personas o ideas es un arma poderosa en manos de quien sepa utilizarla porque hace que nos familiaricemos con ellos y eso que nos terminen gustando. Es un proceso inconsciente por lo que estamos indefensos ante la manipulación. El segundo aprendizaje es que no podemos cambiar ciertas cosas. Siempre nos gustará el sexo, la comida y tirarnos en el sofá. Está bien intentar cambiar las cosas a mejor pero la mera exposición no puede ir contra las leyes de la biología.
Conclusiones
El gusto es algo muy complejo. La biología explica nuestros gustos básicos, los que nos mantienen con vida y nos incitan a reproducirnos y cuidar de nuestros hijos. Por otro lado, la cultura que nos rodea, la mera exposición a los estímulos que recibimos día a día desde que nacemos nos convierten en seres únicos, con gustos particulares (siempre dentro de los límites que marca la biología). Algunos de estos gustos son mundanos, como el amor por el wasabi y el café recién hecho. Otros son más complejos como el interés por el arte renacentista o la curiosidad por los sellos antiguos.
Algunos de los objetos más codiciados no son útiles ni bellos, al menos no en el sentido más superficial, pero tienen una historia increíble, quizás fueron creados por un artista atormentado que creó su última obra poco antes de su muerte, en soledad, en medio de una terrible enfermedad. Ahora tú y otros de tu tribu valoráis a ese autor porque… quién sabe, la cuestión es que muchos lo valoran y con un poco de suerte, solo tú tendrás su última obra.
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