Recuerda esto: No talas un árbol podando sólo sus ramas.
El tronco y las ramas
Una idea es como un árbol. El tronco es el axioma, la idea principal. Las ramas son partes de esa idea, características e ideas secundarias que dependen de la tesis central. Si cortas el tronco el árbol terminará muriendo, pero si podas las ramas el árbol no muere; incluso podría fortalecerse con nuevos brotes. Dije que el tronco es el que sostiene el árbol, pero las raíces son sus verdaderos cimientos. Las raíces son las creencias de las que arraigan las ideas.
Para entender mejor esta analogía, veamos un par de ideas-árbol y algunas de sus ramas. De las creencias me ocuparé más adelante.
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Feminismo
El tronco del feminismo es el reclamo de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.
Algunas de las ramas de este árbol son que:
- Existe una brecha laboral que debe cerrarse
- Hombres y mujeres somos biológicamente iguales salvo nuestros atributos físicos
- El capitalismo es un sistema de origen patriarcal
- Hay un problema grave de violencia machista
- Debería haber paridad en los puestos de alta responsabilidad
- …
Bajo estos términos, no necesitas ser anticapitalista ni creer que hay un problema de brecha laboral de género para apoyar la idea feminista. Recuerda, las ramas no son imprescindibles; si alguien pretende tirar abajo el feminismo habrá de talar el árbol. Es decir, necesitará dar argumentos de peso contra la idea de que mujeres y hombres deben tener los mismos derechos. Esto ya lo intentaron las mujeres de la Liga nacional de mujeres contra el sufragio que se oponían al voto femenino a principios del s. XX en Inglaterra (con poco éxito, por cierto).
Sin embargo, cuando ciertos movimientos critican el feminismo actual (alegando que hombres y mujeres somos diferentes o que no debería existir una paridad en los puestos de poder), en realidad están intentando podar unas pocas ramas; no el tronco.
En esencia todo Occidente es feminista en 2022.
Capitalismo
El tronco del capitalismo consiste en un sistema económico basado en medios de producción privados, donde el capital es el generador principal de riqueza y que postula que los recursos deben ser asignados a través del mercado.
Algunas de las ramas de este árbol son que:
- El mercado debe ser completamente libre para que funcione bien
- La empresa privada siempre es más eficiente y eficaz que la pública
- Unos impuestos altos perjudican a la economía en su conjunto
- Las intervenciones del estado en la economía provocan consecuencias no deseadas
- El estado nunca debe fijar precios mínimos ni máximos
- …
Puedes apoyar el sistema capitalista y pensar que la empresa pública es positiva en ciertos sectores y estar convencido de que deben existir algunas regulaciones (como las leyes anti-monopolio). De la misma manera, alguien podría refutar la idea de que el mercado 100% libre siempre funciona mejor pero eso no destruiría el capitalismo al completo, en todo caso cortaría una de sus ramas.
Esto, que puede parecer obvio, se nos pasa por alto porque nos cuesta diferenciar el tronco de las ramas. Que algunos empresarios sean corruptos, avariciosos o despiadados no refuta la idea de que el capitalismo puede ser un buen sistema económico que genere riqueza y bienestar para la mayor parte de la población.
En su famoso ensayo sobre Cómo discrepar, Paul Graham coloca la refutación del punto central en la cima de la pirámide de las formas de argumentación. Siguiendo con la metáfora del árbol, la refutación del punto central equivaldría a talar el árbol.
En un debate sobre si el capitalismo es el mejor sistema económico posible, la refutación del punto central sería refutar la superioridad de un sistema cimentado en la propiedad privada, la acumulación de capital y el uso del mercado fundamentalmente libre. Todo lo que se salga de ahí es dedicarse a la poda de ramas. Lo cual no es malo, pero podando ramas no tiramos el árbol.
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Las raíces
En un clarividente artículo del gurú racionalista Scott Alexander, nos habla de los generadores de desacuerdo de alto nivel. Un nombre extraño que requiere de una breve explicación. Según Alexander, la forma más elevada (la mejor) de desacuerdo es llegar a un punto en el debate donde ambas partes reconocen genuinamente cuál es la postura del otro y se dan cuenta de que son irreconciliables. Alexander no cree en poder convencer a otros en asuntos de gran calado ideológico, por lo que su máxima aspiración es encontrar los puntos de desacuerdo más profundos.
Volvamos al capitalismo. Imagina que un Marxista y un Pro-capitalista están tomando una cerveza en un bar. No se conocen pero acaban hablando de política. En las noticias sale el presidente del gobierno proponiendo limitar los precios de las mascarillas en plena pandemia. La declaración de Pedro Sánchez es la excusa perfecta para que los dos desconocidos se zambullan en una acalorada discusión sobre la intervención estatal, los productos de primera necesidad, el control de precios… Parece que no van a llegar a ningún lado pero estos dos señores están acostumbrados a confrontar sus ideas. Tras una hora de argumentos y contraargumentos el marxista dice:
“Así que piensas que los medios de producción deben gestionarlos las empresas privadas porque tienes la firme creencia de que uno cuida más lo que es suyo, y esto acaba siendo positivo para toda la sociedad, ¿no es así?”.
A lo que el Pro-capitalista le responde:
“Así es, amigo; veo que me has escuchado atentamente. No lo había pensado con esas palabras, pero ahora que lo dices lo veo… Y si no he entendido mal… tu postura es que es el Estado quien mejor puede gestionar los medios de producción ya que sus miembros son elegidos por los ciudadanos y, por lo tanto, su gestión será desinteresada y cuidarán de los intereses de todos (no sólo de los más ricos)”.
El marxista le mira sorprendido, como si fuese el primer capitalista honesto que ha conocido en su vida.
“¡Exacto!”, le dice.
El pro-capitalista paga la cuenta; tiene prisa, pero antes de salir le dice a su compañero de cervezas:
“Lo que dices suena lógico, pero aún así no termina de convencerme. Sin embargo, ahora entiendo mejor por qué defendéis el marxismo. ¡Hasta pronto!”.
Esta escena, casi surrealista, es lo máximo a lo que aspira el racionalista Scott Alexander en un debate. Casi nunca vas a convencer al otro, pero puedes ahondar en las causas profundas del desacuerdo. Esas causas primarias se ocultan tras capas y capas de ideas simplonas y eslóganes, y suelen asentarse en intuiciones, sensaciones, miedos y valores que tenemos muy arraigados. Siguiendo con la metáfora, podríamos decir que esas causas, normalmente vagas y poco definidas, son las raíces del árbol. Las raíces están bajo tierra y no se ven, pero sustentan todo el árbol. Si decíamos que el tronco es la idea central, las raíces son las creencias detrás de la idea. En su ensayo Ideas y creencias el filósofo Ortega y Gasset dice:
“precisamente porque son creencias radicalísimas se confunde para nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido”
La mayor parte del tiempo discutimos acaloradamente por ideas secundarias o terciarias: ramas y brotes. Aquellas que son más visibles, más recientes y están mejor definidas. Por lo general desconocemos cuáles son nuestras creencias más profundas (las raíces) y a menudo tampoco tenemos claro cuál es el tronco (la idea central). Así que dedicamos ingentes cantidades de energía a discutir lo superficial, lo cambiante (las ramas). Y no está mal, pero desde luego no esperemos desmontar el capitalismo, el marxismo o el feminismo podando ramas.
Si queremos rebatir una idea necesitamos conocer el tronco y buscar argumentos y evidencias que la pongan en cuestión. Pero también es importante escarbar en la tierra para encontrar las raíces, aquellas creencias profundamente arraigadas en el sistema límbico. Las creencias más profundas suelen ser irracionales y no son fáciles de cambiar. Por ello, incluso si consigues buenos argumentos en contra de las ideas centrales, es muy probable que las creencias no cambien.
Un motivo de peso para indagar en nuestras creencias es la enorme influencia que ejercen sobre nuestras ideas y comportamientos. Michael Shermer defiende en su libro The believing brain que primero adquirimos las creencias y luego buscamos razones que las expliquen. Si esto es cierto, y hay bastante evidencia al respecto, con más motivos deberíamos ahondar en nuestras creencias y las de los demás.
A veces es más sencillo inferir las creencias de los demás observando lo que hacen que escuchando lo que dicen. Las ideas son algo “externo” a nosotros y, en ocasiones, podemos olvidarlas y no ser consistentes con ellas. Como dice Ortega y Gasset, siempre exige algún esfuerzo comportarnos conforme a lo que pensamos (ideas). Pero las creencias están tan interiorizadas que solemos ser coherentes con ellas en todo momento.
Si te fijas en las raíces de un gran árbol, observarás que se parecen a las ramas pero colocadas al revés. Y es que podemos ver las raíces como un espejo del tronco y las ramas del árbol. Cada idea se sustenta en creencias enterradas en lo profundo de la tierra. Al igual que las ideas, las creencias tienen sus propias interdependencias y buscamos que encajen entre ellas. Una persona que ha construido una red de creencias coherente durante toda su vida se resistirá a cambiarlas. Sobre todo, aquellas que están próximas a la raíz central, ya que cortar una sola de esas raíces llevaría a la muerte a todas las que dependen de ella.
Para comprender mejor el poder de las creencias debes saber que éstas cambian nuestra percepción de la realidad. En un famoso experimento llevado a cabo por Robert Vallone y sus colegas de la universidad de Stanford, comprobaron que, cuando un grupo de personas veía la misma retransmisión televisiva sobre la masacre de Beirut de 1982, aquellos con una ideología pro-israelí percibían un sesgo pro-palestino en el reportaje, mientras que los que tenían una ideología pro-palestina afirmaban que la televisión estaba sesgada hacia los pro-israelitas.
Como vía hacia el autoconocimiento veo muy útil reflexionar sobre nuestras creencias. Es difícil darles forma porque muchas veces no han sido adquiridas de forma consciente y no están claramente estructuradas en nuestra cabeza. Además, puede ser doloroso descubrir que nuestras creencias tienen unos cimientos endebles y cuando rascamos un poco se deshacen como la goma pasada.
Como aspirante a polímata, éste es un ejercicio necesario al que debes someterte. Desconocer nuestras creencias nos llevará a construir argumentos de cualquier tipo, aunque sean débiles y sin fundamentos, sólo para defenderlas. Mejor dicho, para defendernos. Una creencia que desconoces es parte de ti, tanto como una pierna o un riñón. Sólo cuando la has diseccionado puedes cambiarla o deshacerte de ella cuando ya no te sea útil o no aguante el contacto con la realidad.
Me encanta el ejemplo de creencia que menciona Ortega y Gasset en su ensayo. Un hombre está en su casa y decide salir a la calle. Se viste, baja las escaleras, abre la puerta y sale. Y ahí está, en la calle, como no podía ser de otra manera. El hombre, en ningún momento “ha pensado” en la calle, en su existencia, en su forma, en cómo le impide caer por el espacio infinito; es algo que da por hecho. Que existe la calle es una creencia profunda, algo que, en palabras de Ortega y Gasset, está en nosotros. Y así son muchas otras creencias que influyen de modo determinante en las ideas que aceptamos o rechazamos de forma automática en base a si encajan o no con nuestras creencias. Con la diferencia de que muchas de ellas no las hemos validado empíricamente (como si lo hemos hecho con la existencia de la calle).
Resumiendo
La metáfora del árbol de las ideas como imagen mental de una idea compleja puede serte útil. Cada gran idea tiene unas raíces (creencias), un tronco (idea central) y múltiples ramas (ideas o características secundarias). Si podas las ramas otras nuevas saldrán. Si cortas el tronco puede que aún así las raíces perduren durante mucho tiempo (las creencias), pero si arrancas el árbol de raíz, las creencias desaparecerán y se llevarán con ellas a todo lo demás.
¿Qué podemos sacar de todo esto? Para pensar mejor debemos dedicar más tiempo a las raíces y al tronco que a las ramas. Necesitamos preguntarnos: ¿cuáles son las creencias que subyacen bajo todo eso que me está contando?, ¿cuáles son sus miedos, preocupaciones e intereses?
También buscamos comprender la idea principal que sustenta nuestros argumentos y los de mis compañeros de charla. ¿Cuál es la idea central que defiende mi interlocutor? ¿Sería capaz de definir con claridad lo que el otro está defendiendo?
El árbol de las ideas es una metáfora útil para comprenderte y para comprender a los demás. También es una herramienta para debatir y conversar mejor. Espero que la incorpores a tu caja de herramientas cognitivas.
Me ha encantado la metáfora y hecho pensar muchas cosas. Por ejemplo, ¿cuánto de fácil es cambiar una creencia según sea la persona? ¿hay personas con mejor predisposición que otras? ¿conservadores y progresistas?
Hola Javi!
Muchas gracias por tu comentario.
Cada persona es un mundo y hay gente más abierta y menos abierta, también hay quien tiene creencias desde niño y supongo que es más difícil cambiarlas. No creo que entre conservadores y progresistas haya diferencias en cuanto a su facilidad a cambiar de creencias, pero puede ser…
Un abrazo!