Hace muchos años leí un libro sobre las estrellas del rock y sus excesos. Solo tengo un recuerdo de esa lectura, uno que me impactó mucho. El autor contaba que Elvis Presley, después de probar todo tipo de prácticas sexuales, voyerismo, relaciones con adolescentes y bacanales, ya no disfrutaba del sexo. Ninguna nueva experiencia podía superar a las anteriores y eso le frustraba. No sé si la historia es cierta porque he sido incapaz de encontrar el libro y verificar sus fuentes. Es probable que la historia se haya exagerado, ese tipo de libros vive de ello, pero me quedo con que uno de los sex symbols más famosos, una estrella del rock que podía tener a cualquier chica y cumplir cualquier sueño erótico, era incapaz de disfrutar del sexo.
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Recuerdo que aquello me impactó, primero porque no tenía ni idea de que Elvis era un adicto al sexo, pero principalmente me perturbaba que hubiese llegado a tal punto de saturación que ya nada le motivaba.
En ese momento yo no lo sabía, pero ese fenómeno había sido estudiado por psicólogos hace décadas e incluso tenía nombre científico: la adaptación hedónica.
La adaptación hedónica, una vieja conocida
Es posible que mientras te contaba la historia de Elvis te hayas sentido identificado de algún modo. Quizás no con el sexo, pero sí con otras cosas que antes te daban placer y ahora ya no.
Por si no se te ocurren muchas ideas, te daré tres.
- Si en tu carrera profesional te han hecho alguna subida importante de sueldo, seguro que durante un tiempo eso te dio felicidad, el reconocimiento y algo más de dinero en el banco te hacían sentir bien. Te levantabas por las mañanas pensando en ello con una sonrisa en la cara. Pero a las semanas, quizás a los pocos meses, lo fuiste olvidando hasta que sin darte cuenta volvías a sentirte como antes de la subida.
- Otro ejemplo clásico es cuando empiezas a salir con alguien. Durante un tiempo te sientes más feliz, lleno de vida. Es posible que eso dure bastante, pero llega un momento en el que vuelves a tu estado habitual.
- Un divorcio es una de las situaciones más difíciles y duras que podemos sufrir. Sin embargo, la mayor parte de las personas se recupera relativamente pronto y vuelve a sus niveles habituales de bienestar pasado un tiempo. De ahí la frase: «El tiempo lo cura todo.»
Los primeros en describir este fenómeno fueron Philip Brickman y Donald T. Campbell en 1971. Explicaron la adaptación hedónica como el rápido retorno al punto de felicidad inicial tras un evento importante que cambia los niveles de bienestar y felicidad. Dicho de otro modo, las personas nos acostumbramos rápidamente a las nuevas situaciones tanto para bien como para mal.
¿Por qué ocurre?
La pregunta necesaria, al menos para mí es: ¿por qué demonios dejamos de disfrutar de algo que antes nos ponía la carne de gallina?
Al parecer el motivo es que lo hacemos por pura adaptación al medio. Si después de un evento positivo estuviésemos siempre en las nubes, entraríamos en un modo conformista que nos impediría seguir buscando y aprendiendo cosas nuevas. Por el otro lado, después de un evento negativo, si no nos habituáramos a él, no seríamos capaces de levantar cabeza y nos consumiríamos en la decepción, la tristeza o la ira.
La adaptación hedónica ocurre con los eventos positivos y con los negativos, pero en el artículo de hoy me quiero centrar en la adaptación a lo positivo.
Cuando hacemos algo que nuestro organismo ve con buenos ojos, el cerebro nos premia segregando un neurotransmisor llamado dopamina. Una descarga de dopamina nos hace sentir bien, nos hace sentir placer. Lo curioso es que una vez que sabemos que algo nos da placer, simplemente pensar en ello, anticiparlo hará que segreguemos dopamina.
Profundicemos en esto porque es vital. Nuestro cuerpo nos recompensa por hacer algo positivo para la supervivencia de sus genes como puede ser comer, beber, tener sexo o relacionarnos con nuestros amigos. Es decir, nos premia por hacer cosas que nos mantienen vivos y nos ayudan a reproducirnos. Nuestra motivación proviene de ahí. El deseo es un medio para la supervivencia de nuestros genes. Sé que no es muy romántico, pero es lo que es 🙂
Imagina que nunca has comido un donut y un día una amiga te lleva a un obrador donde preparan unos deliciosos donuts artesanos. Comes uno y el placer inunda tu cuerpo. Tu cerebro da la bienvenida al azúcar y al montón de calorías que promete. Como quiere que repitas, llena tu cerebro de dopamina y sientes un gran placer. Sales del sitio satisfecho y feliz diciéndole a tu amiga que quieres merendar todos los días un donut. Al día siguiente se acerca la hora de la merienda y te pones a pensar en el delicioso donut que vas a degustar. Experimentas placer incluso antes de comértelo.
Parémonos aquí porque esto es clave. Estamos en pleno proceso de aprendizaje. Tu cerebro ha conocido una nueva fuente de calorías y en cuanto se acerca la hora de la merienda, sin tu permiso, te motiva a volver al obrador provocándote placer sin haber probado un bocado. Y cómo no, vuelves al obrador y te comes el ansiado bollo. La dopamina vuelve, pero esta vez el pico es menor que el del día anterior, incluso menor que el que tuviste hace una hora cuando pensabas en ese momento.
Día tras día vuelves al sitio, pero cada vez disfrutas menos del donut. De hecho, es más agradable la anticipación, pensar en ello durante el día que el acto en sí mismo de comer. Llega un momento en el que incluso sientes decepción. Esperas mucho de la merienda y la realidad no está a la altura. El donut es el mismo de siempre pero tu respuesta a su ingesta ya no lo es. Tu cerebro ya no ve la necesidad de premiarte con tanta dopamina y tu satisfacción disminuye.
La decepción es muy puñetera porque puede reducir tus niveles de dopamina incluso por debajo de los que tenías antes de comer. Te sientes fatal… así que… decides probar los donuts rellenos y ¡¡¡boom!!!, otra vez vuelve ese gran chute de placer. A tu cerebro le gusta la novedad y te premia por ello de nuevo. Y la rueda gira y gira. No es casualidad que en lengua inglesa a la adaptación hedonista también se le llame “Hedonic tredmill”, algo así como rueda hedonista.
El mecanismo de adaptación acaba convirtiendo algo que era delicioso, sublime, increíble en algo normal y rutinario. Por eso recordamos las primeras veces como algo tan especial. El primer beso, el primer viaje en pareja, nuestro primer día de trabajo. No quiero que parezca que todo es por la dopamina, pero sí que es uno de los motivos clave.
Si no entendemos cómo funciona este mecanismo, podemos convertir nuestra vida en una carrera sin fin en la búsqueda de más placer y nuevos estímulos. Las personas como Elvis, que pueden conseguir casi todo lo que quieran, son más susceptibles a sufrir el lado más oscuro de la adaptación hedonista. Cuando subes tanto la dosis, cuando ya lo has probado todo y nada te satisface solo queda la desesperación.
¿Impide la adaptación hedonista que podamos ser más felices a largo plazo?
Después de leer varios estudios sobre la adaptación hedonista pensaba que estamos abocados a volver una y otra vez a nuestro estado de felicidad “normal”. Si nos acabamos habituando a todos los cambios, tanto los buenos como los malos, ¿podemos hacer algo para incrementar nuestro bienestar con el tiempo?
Según David Lykken y Auke Tellegen los genes explican el 50% de las diferencias en los niveles de felicidad entre personas. Si nuestros padres eran personas felices, es probable que nosotros también lo seamos. El 40% de la variación la explican nuestros pensamientos, acciones y actitudes y el 10% restante por circunstancias externas que no podemos controlar.
Por lo tanto, al menos parte de nuestra felicidad parece estar en nuestras manos. Según la teoría original de la adaptación hedonista la cosa estaba fea para los que buscamos tener una vida más feliz cada día, pero varias investigaciones posteriores arrojan algo de esperanza. Por ejemplo, cuando el periódico The Economist comparó la felicidad subjetiva de los ciudadanos de varios países, vieron que había diferencias importantes entre ellos y que existían 9 factores que podían explicar la mayor parte de las diferencias en los niveles de felicidad. Otra señal de que la felicidad no es algo inamovible.
Diener y Fujita, hicieron un estudio del bienestar subjetivo de casi 4000 alemanes durante 17 años y observaron que un 24% de los participantes tenían cambios duraderos en su nivel de bienestar. Un 9% de ellos tuvieron cambios importantes.
¿Qué podemos hacer para aumentar nuestro bienestar?
El fenómeno de la adaptación hedónica nos lo pone difícil. Parece que comprar un nuevo coche, una nueva casa, comer todos los días fuera o hincharnos a donuts no es la solución para incrementar nuestra felicidad a largo plazo. Por suerte la psicología de la felicidad es un campo que ha recibido mucha atención las últimas décadas y vamos sabiendo bastantes cosas sobre aquello que nos ayuda a mejorar nuestra vida.
Por ejemplo, ahora que sabemos cómo nos habituamos a lo que nos produce placer, podemos hackear un poco el sistema. Si te gustan los donuts, come uno de vez en cuando, disfrútalo con deleite y recrea la experiencia en tu imaginación antes de ir al obrador. Una vez allí no te atiborres y no vuelvas todos los días.
Además, promueve la variedad y la espontaneidad en tu vida. Los hábitos y rutinas nos dan tranquilidad y seguridad, pero para disfrutar más de la vida intenta probar cosas nuevas, nuevos hobbies, conocer a nuevas personas y prueba formas diferentes de hacer las cosas. Uno de los secretos para disfrutar más de los pequeños placeres es lo inesperado. Una visita sorpresa al obrador hace que el donut sepa mejor. Ese es el principal motivo por el que disfrutamos tanto jugando a las tragaperras, la incertidumbre del premio hace que el placer de anticiparlo se multiplique.
Estos sencillos consejos te ayudarán a disfrutar más de los placeres, pero Martin Seligman, el padre de la psicología positiva nos advierte que la felicidad no es lo mismo que el placer y aunque los pequeños placeres ayuden, no es lo más importante para una vida plena.
La ciencia nos da algunas pistas sobre aquello que podemos hacer para mejorar nuestro bienestar y satisfacción vital. El tema daría para uno o varios artículos completos y no quiero extenderme, así que te voy a dar algunas píldoras que podrían ayudarte a ser más feliz para que investigues por tu cuenta. Y si te interesa el tema, dímelo y lo desarrollo más en futuros artículos.
Cada consejo enlaza al estudio/libro que explica y demuestra su influencia positiva en el bienestar.
- Agradecer lo que tengo
- Ser compasivo contigo mismo y los demás, aceptar la imperfectibilidad humana
- Dedicar tiempo a ayudar a los demás
- Tener relaciones de calidad
- Meditar
- Hacer deporte habitualmente
- Dedicar buena parte de tu tiempo a aquello que se te da bien (hobbies, trabajo…)
- Realizar actividades que te absorban (estado de flujo)
- Tener metas significativas y dedicar esfuerzo y tiempo a trabajar en ellas
Conclusiones
Elvis quedó atrapado en la rueda del hedonismo. Fue tan lejos en su búsqueda del placer que dejó de disfrutar del sexo. Su experiencia y la de otros adictos nos enseña que, como decía Aristóteles, la virtud está en el punto medio. Disfrutar de los placeres que nos da la vida puede hacernos más felices o más infelices, todo depende de cómo lo hagamos.
Por otro lado, la ciencia de la felicidad nos muestra que ésta va mucho más allá de la simple búsqueda del placer. Ahora sabemos que venimos al mundo con un rango de felicidad en el cual nos vamos a mover durante nuestra vida. Algunos tenderán a ser más felices, otros menos, pero todos podemos hacer cosas que mejoren nuestro bienestar. Las investigaciones nos dicen que son pocos los que consiguen incrementar su felicidad de forma sostenida y a largo plazo, pero es algo posible y tenemos muchas pistas de cómo conseguirlo.
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