Si Atenas no hubiese sido derrotada por Esparta, quizás hoy seríamos inmortales y tendríamos colonias por toda la Vía Láctea. Atenas pudo ser el comienzo del infinito, pero no lo fue. Los espartanos, los más rudos soldados de la época clásica, derrotaron a los atenienses en el 405 A.C. y terminaron con el sueño de una Ilustración temprana. Tuvimos que esperar más de 2000 años para que una nueva Ilustración, esta vez más duradera y fructífera, emergiera de nuevo.
Si prefieres escucharlo hazlo en Spotify, iVoox, Apple o Google.
La pesimista Esparta
Esparta ha suscitado todo tipo de admiración por sus valerosos guerreros y su disciplina inquebrantable. Sobre todo desde la película 300, que narraba la lucha, extremadamente desigual, entre el ejército persa de Jerjes formado por 300.000 hombres y la pequeña falange espartana en la Batalla de las Termópilas.
Esparta fue una ciudad-estado cuya devoción por la guerra contrastaba con la floreciente y cultivada Atenas de Pericles. Los espartanos vivían por y para la lucha. Hasta los siete años, los niños eran criados con dureza para fortalecer su espíritu. A partir de esa edad, eran apartados de sus familias y comenzaban a vivir en barracones de estilo militar con los compañeros de su misma edad. Esta práctica, llamada Agogé, era todo un sistema educativo que buscaba transformar a los pequeños hombrecitos en guerreros rudos y expertos.
Durante trece largos años de entrenamiento, los niños se convertían en duros guerreros espartanos o sucumbían por el camino. La obediencia, la disciplina y el sacrificio por su patria eran los valores predominantes. La vida de un hombre espartano estaba entregada a la defensa de su tierra natal y a la conquista de nuevos territorios. Mientras tanto, los ilotas, los siervos del estado, labraban sus tierras y les proveían de alimento.
Al contrario de lo que suele afirmarse, Esparta tenía arte y arquitectura, pero parece evidente que no estaban entre sus prioridades, ya que el fin último de toda su sociedad era prepararse para la guerra. Seguramente pensaban que todo aquello que no les hiciera más fuertes y temibles era secundario.
Esparta era una ciudad cerrada al exterior. No en el sentido literal, ya que no tenía murallas, pero algunos historiadores han llegado a afirmar que sus ciudadanos formaron un estado secretista que rechazaba a los extranjeros. Esta mentalidad xenófoba de la sociedad espartana ha sido alabada por algunas formas de nacionalismo moderno, como el nazismo alemán o la extrema derecha griega contemporánea por su espíritu ultra-nacionalista (ver referencia).
En una época en la que surgieron algunos de los más grandes filósofos de la historia, Esparta no tuvo grandes pensadores. Es probable que la filosofía fuese vista como una distracción peligrosa. La filosofía se hace preguntas, se cuestiona las cosas. Sin embargo, en un estado militarizado los valores predominantes son la obediencia y la disciplina.
La optimista Atenas
Mientras tanto, en la Atenas de Pericles las cosas eran muy diferentes. Todos conocemos la Acrópolis, el Partenón, a Sócrates y a Platón; y cómo no, la Democracia ateniense. Atenas era una ciudad rica gracias al comercio, que contrastaba con la austeridad autoimpuesta de los espartanos. En sus calles convivían todo tipo de personas, incluido uno de sus personajes más ilustres, que ha sido el icono del pensamiento durante milenios. Sócrates representa todo lo que evitaban los espartanos. Su pasatiempo principal era hacer preguntas incómodas a todo el que quisiera escucharlo. Se divertía haciendo ver a los transeúntes que aquello que daban por cierto en realidad no lo era: la misma esencia de la filosofía.
Frente a la rígida oligarquía espartana, Atenas es conocida como el origen de la Democracia. Sus asambleas eran multitudinarias. Todo hombre libre originario de Atenas podía ir a dar su punto de vista y a votar sobre un amplio abanico de asuntos públicos.
Durante los años dorados de la polis, ésta presenció el nacimiento de grandes obras de teatro, textos filosóficos y arte en todas sus variantes. Antígona de Sófocles, Medea de Eurípides, Los nueve libros de la historia de Heródoto, La República de Platón, etc, etc, etc. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la Atenas clásica es la cuna de la civilización Occidental.
Los atenienses también sabían luchar y conquistaron otras polis griegas, pero sus valores iban mucho más allá. Rendían culto a la belleza, el arte y la dialéctica. Sus filósofos y dramaturgos eran figuras veneradas como lo eran los grandes generales en Esparta. Para su época, Atenas era una ciudad extremadamente abierta. En sus calles vivían extranjeros de todos los lugares del Peloponeso. No podían participar en política, pero eran bien recibidos entre sus murallas porque traían nuevas ideas y mercancías. Todo apunta a que la ciudad se benefició de esa polinización de ideas.
Pesimismo vs Optimismo
La postura de Esparta frente al mundo era pesimista. El futuro sólo podía mejorar conquistando nuevas tierras. Más tierras era igual a más espartanos, más esclavos y más ejércitos para conquistar nuevas tierras. Su visión del mundo era que para prosperar, otros tenían que perder. En teoría de juegos, a esto se le denomina juegos de suma cero. Cualquier cambio en su modo de vida traería más riesgos que beneficios, por lo que todo debía permanecer igual.
Por contra, los atenienses eran optimistas. El ser humano tenía el potencial de crear belleza y los secretos de la naturaleza podían ser revelados mediante la curiosidad, el pensamiento y el diálogo. La innovación era la vía hacia el descubrimiento de nuevos parajes que traerían riqueza y belleza a la polis. También eran guerreros conquistadores, por supuesto, pero no pensaban que la guerra fuera el único modo de prosperar.
Las diferencias fundamentales entre Esparta y Atenas eran filosóficas. Los primeros no creían en el progreso, los segundos sí. Los espartanos seguían el principio de prevención: no vamos a probar algo nuevo no vaya a ser que todo salte por los aires. En cambio, los atenienses veían en lo nuevo la semilla del progreso. Las nuevas ideas, por ejemplo, podían traer disensiones en la Asamblea, debates interminables, pero tenían la confianza de que finalmente les harían avanzar.
“En vez de considerar la discusión como un obstáculo a la acción, creemos que es un requisito absolutamente indispensable para una acción sensata.”
-Pericles
El optimismo ateniense no era un optimismo ciego y estúpido del que cierra los ojos y piensa que todo va a ir bien. Sus ciudadanos estaban convencidos de que las cosas podían mejorar con una actitud abierta y dialogante. Confiaban en la capacidad humana para enfrentarse a nuevos problemas y resolverlos. Es algo que intuían porque su propio éxito era una prueba de ello; Atenas era la ciudad más próspera e ilustrada de su tiempo. Su optimismo la había hecho rica, y su riqueza la había hecho optimista.
El error fundamental de la mentalidad espartana era pensar que todo seguiría siempre igual. Y que en el estatus quo imperante ellos serían los más fuertes. Pero el mundo cambia. Mañana puede haber una glaciación, una invasión inesperada, el descubrimiento de la pólvora, la imprenta o la electricidad. No hay nada en la naturaleza, y mucho menos en los dominios humanos, que permanezca constante. Por eso el principio de prudencia está abocado al fracaso más absoluto una vez pasado el tiempo suficiente. Sin progreso ni nuevo conocimiento, el declive y la muerte están asegurados en el largo plazo.
Esparta ensalzaba la obediencia y la disciplina, valores muy útiles en medio de una guerra, pero inútiles cuando se trata de comprender cómo funcionan las cosas. Sin permitir que los ciudadanos hagan preguntas incómodas, sin promover la curiosidad infantil y sin desafiar a la autoridad no se creará nuevo conocimiento.
En lo esencial había una cosa que diferenciaba a Atenas de Esparta; sus expectativas sobre el futuro. Mientras Esparta pensaba que ya había llegado al punto de destino, Atenas aspiraba a ser incluso más importante, hermosa e ilustrada de lo que ya había logrado ser.
El temor a lo desconocido siempre ha estado presente en la humanidad, así como la resistencia espartana a aceptar cambios y novedades en favor de la supuesta seguridad que ofrece lo conocido. Sin embargo, esta seguridad es ilusoria. Todas las civilizaciones anteriores a la nuestra desaparecieron debido a la falta de conocimientos en áreas cruciales: no supieron crear armas más avanzadas, desconocían métodos de cultivo más eficientes y resistentes, no desarrollaron sistemas de almacenamiento de agua para tiempos de sequía ni vacunas para combatir diversas enfermedades. Por lo tanto, podemos concluir que su insistencia por conservar en vez de por crear fue lo que les llevó a desaparecer.
Y eso mismo es válido hoy para nuestra gran civilización planetaria. No nos va a salvar del colapso una actitud conservadora que evite la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías como la Inteligencia Artificial o la edición genética. Es justo al contrario. Esas tecnologías y otras que derivarán de esas (y que no podemos ni imaginar) son las que nos protegerán de pandemias, cambios climáticos y desastres naturales. O no, eso no podemos saberlo porque el futuro es impredecible. Pero sí que podemos echar una mirada al pasado y ver qué hicieron mal nuestros antepasados para no repetirlo. Veamos un ejemplo.
Un ejemplo de colapso: el fin de los Anasazi
La civilización Anasazi floreció en el suroeste de América del norte entre los siglos IX y XIII d.C. Gracias a la construcción de complejos sistemas de irrigación, lograron cultivar maíz, frijoles y calabazas en una región árida y desafiante. Sin embargo, en el siglo XIII, esta próspera civilización desapareció casi por completo.
El antropólogo Jared Diamond sostiene que la causa principal del colapso fue su incapacidad para adaptarse a cambios ambientales y las malas prácticas de explotación de los recursos. Una sequía prolongada durante el siglo XIII supuso una caída en la producción agrícola. A medida que los ríos y arroyos se secaban, los sistemas de irrigación que habían sostenido a los Anasazi ya no eran suficientes para mantener sus cultivos. La sequía también redujo el agua potable disponible y los animales que cazaban, lo que agravó aún más la escasez de alimentos.
Por otro lado, Diamond señala el papel negativo que jugaron las prácticas de explotación insostenibles y la falta de adaptabilidad de los Anasazi. La deforestación y la erosión del suelo causadas por la tala de árboles y la agricultura intensiva redujeron la capacidad de la tierra para soportar la vida y la agricultura. A medida que los recursos naturales se agotaban, los Anasazi no pudieron adaptarse a las nuevas condiciones, lo que llevó a una disminución en su calidad de vida y, en última instancia, a su desaparición.
En lo esencial, ni la sequía, ni los malos cultivos ni la falta de caza fueron los causantes del colapso, sino la falta de conocimiento. En las mismas circunstancias, los habitantes del Nuevo México actual sabrían desalinizar el agua del mar para regar los campos y habrían usado técnicas de rotación de cultivos y plantación de árboles para combatir la erosión y vivir con holgura. Así que la próxima vez que pienses que tal o cual evento terminó con una civilización, piensa: ¿qué conocimientos habrían necesitado para sobrevivir y prosperar?
50 LIBROS PARA COMPRENDER EL MUNDO
¿Quieres que te guíe en el camino hacia la polimatía? Si no quieres comprar ni un libro mediocre más, si quieres leer solo los grandes libros y aprovechar al máximo tus lecturas y además deseas compartir este viaje con otros aprendices de polímata, la Biblioteca Polymata fue creada para ti.
Conocimientos, problemas, innovación y predicciones
¿Qué es lo que hace que la subida del nivel del mar sea un drama en Bangladesh y un problema resoluble en Dinamarca? Los conocimientos y los artefactos tecnológicos que unos y otros tienen a su disposición. En otras palabras: la riqueza. Por lo tanto, no es tan preocupante que el cambio climático traiga más huracanes e inundaciones como que no tengamos el conocimiento para protegernos de ellos.
Por lo que dices Val, con el conocimiento necesario, ¿es probable que en unas décadas el cambio climático deje de ser el problema acuciante que es hoy; y entonces estaremos tranquilos…?
¡Ni mucho menos!
Siempre habrá retos y problemas a los que enfrentarse, sólo que todavía no los podemos concebir. Y de nuevo tendremos que ponernos manos a la obra para resolverlos. Y así una y otra vez. Porque, como dice el físico David Deutsch: la resolución de un problema siempre provoca la creación de otros nuevos. Así, cuando Occidente resolvió el problema del hambre, provocó el de la obesidad. Pero bendito problema… En vez de muerte hoy “sólo” tenemos enfermedad. ¿Y qué ocurrirá cuando la obesidad deje de ser un problema? Nadie lo sabe, pero debemos esperar que algo pase.
No podemos predecir lo que depende de la innovación disruptiva. ¿Cómo podríamos haber sabido que los ciberdelitos serían un problema antes de la creación de internet? ¿Alguien piensa que nuestros antepasados nómadas estaban preocupados por las caries y la obesidad antes de descubrir la agricultura? ¿No, verdad? Pues aunque hoy pensemos que hemos llegado al fin de la historia, no es así. En parte seguimos tan confusos como nuestros tatarabuelos: no sabemos qué nos deparará el futuro. Sin embargo, al contrario de lo que piensan luditas y tecnófobos, yo creo que lo peligroso no es perseguir nuestra curiosidad y seguir innovando, sino dejar de hacerlo.
Eso no da carta blanca a científicos y emprendedores para desarrollar nuevas tecnologías sin ningún tipo de precaución. Cuanto mayor es el poder que manejamos, mayores son los riesgos. Pero también es cierto que cuanto mayor es nuestro conocimiento, más capacidad tenemos para hacer frente a los nuevos peligros que nosotros mismos provocamos. Un buen ejemplo de ello es la fisión nuclear, una de las grandes fuerzas del universo que hemos logrado dominar.
A pesar de todo lo dicho durante las últimas décadas sobre los peligros de la energía nuclear, se estima que únicamente unas 300-500 personas murieron en el desastre de Chernobyl y sólo unas pocas docenas en el de Fukushima (ver artículo). Ha habido otros accidentes, pero entre todos ellos no superan unos pocos cientos de muertes. Mientras tanto, la quema de carbón en centrales térmicas provoca sólo en EEUU más de 15000 muertes al año. Sin embargo, éstas no parecen preocupar tanto a la población ni a ciertas organizaciones ecologistas; al menos no al mismo nivel que lo hacen las centrales nucleares.
En resumen
Como dice David Deutsch en El comienzo del infinito, “todos los males son consecuencia de un conocimiento insuficiente”. La primera vez que leí esta frase dije: “¡no hombre no! hay otras cosas! ¿Qué pasa con la falta de recursos, energía, tiempo, intenciones?” Pero en una segunda reflexión me di cuenta de que los recursos, la energía y las intenciones dependían en gran medida del conocimiento disponible. Así que, mientras no consigamos manipular el tiempo, el único otro limitante es el tiempo.
El optimista racional no cree ciegamente en la frase “todo saldrá bien”. Pero sí cree que, en una sociedad ilustrada, en la que hay libertad de expresión, y las nuevas ideas han de ponerse a prueba, el progreso es prácticamente inevitable. Lo único que puede detener el progreso es la censura, la intolerancia, la violencia, la pobreza y el miedo. Mientras haya personas creativas intercambiando ideas sin censura, trabajando juntas en proyectos ilusionantes, el conocimiento avanzará y avanzará, y sólo eso podrá aumentar nuestras capacidades para vivir mejor y evitar el colapso.
Atenas nos señaló el camino hacia el progreso y Esparta hacia el abismo. Lo que me queda claro después de ahondar en ambas civilizaciones, es que el mundo necesita más civilizaciones como la ateniense y menos como la espartana.
Deja una respuesta