Se supone que las urbanizaciones de chalets en el campo son un oasis de paz y tranquilidad. Lamentablemente en España no es así. Mi madre vive en un chalet y es raro el momento del día en el que no se escuchan ladridos de perros por aquí y por allá. A veces incluso en mitad de la noche. Y no, la ciudad no se libra de esta epidemia. En mi antigua casa convivía con un perro salchicha en el piso de enfrente que tenía ataques de ladridos sin razón aparente; me mudé y tengo otro perro salchicha en frente, algo más tranquilo, pero que en cuanto huele movimiento en la escalera, se pone a ladrar.
Últimamente me invade la sensación de que cada vez hay más perros y de que estamos normalizando que en las urbanizaciones y en las ciudades haya siempre ladridos de fondo. Pensando sobre ello me vino a la mente la Teoría de las ventanas rotas. Esta teoría sociológica afirma que si una vivienda tiene una ventana rota y no se arregla, los vándalos acabarán por romper las demás. Dicha teoría tuvo una gran repercusión en las políticas policiales en los Estados Unidos en los oscuros años 90, veamos en qué se basa y si realmente tiene evidencia científica.
Si lo prefieres, escúchalo en Spotify, iVoox o Apple.
Un experimento llevado a cabo por el gran psicólogo Philip Zimbardo inspiró más adelante la Teoría de las ventanas rotas. Zimbardo se hizo muy popular gracias al experimento de la cárcel de Stanford del que quizás algún día hable en Polymatas. El psicólogo neoyorquino quería probar hasta qué punto el vandalismo lleva a más vandalismo. Para ello, ideó un sencillo experimento.
Dejó un coche sin matrícula y con el capó abierto en dos lugares diferentes: el Bronx, Nueva York, y Palo Alto, California. En el Bronx, el coche fue vandalizado en menos de diez minutos, y en 24 horas ya había sido desmantelado por completo. En Palo Alto, el coche quedó intacto durante más de una semana. Esto era de esperar ya que Palo Alto era un barrio muy seguro y tranquilo. Sin embargo, lo interesante ocurrió cuando Zimbardo rompió una ventana del coche. No pasó ni una hora cuando el vehículo comenzó a ser destruido y robado por los transeúntes.
Rudy Giuliani pone en práctica la teoría en Nueva York
A pesar de las muchas limitaciones del experimento (el psicólogo de Stanford es más conocido por su creatividad que por su rigor metodológico), inspiró a dos científicos sociales en los años 80. Sus nombres eran James Q. Wilson y George L. Kelling y en el 82 escribieron un popular artículo llamado Broken Windows en la revista The Atlantic. Pero el momento en el que se hizo realmente popular fue en los años 90 gracias al comisario de policía de Nueva York William Bratton y al alcalde Rudy Giuliani. En esa época, Nueva York era una ciudad tremendamente insegura, así que Giuliani tuvo en cuenta la Teoría de las ventanas rotas como parte de su estrategia para reducir la criminalidad. Su lógica era que si terminaba con el desorden en la calles los delitos mayores como asesinatos, robos y violaciones se reducirían.
El Bronx en los 80s
Su plan era intervenir rápidamente en infracciones como el vandalismo, las pintadas, el consumo de alcohol en la calle y el comportamiento antisocial. Según él, dejar impunes estos actos enviaba la señal de que no había consecuencias. Además de vigilar más de cerca los delitos menores, los funcionarios del ayuntamiento se afanaron: limpiaron graffitis, arreglaron aceras, rehabilitaron los parques y arreglaron el mobiliario urbano.
Los resultados fueron mixtos. Por un lado, las tasas de criminalidad disminuyeron notablemente durante la administración de Giuliani. La ciudad pasó de ser percibida como un lugar peligroso a una metrópolis segura. Sin embargo, las políticas de «tolerancia cero» también fueron criticadas por ser excesivamente duras. Muchos acusaron a la policía de utilizar la Teoría de las ventanas rotas como pretexto para realizar detenciones injustificadas. Por otro lado, muchos críticos aducen que otras ciudades de Estados Unidos también redujeron notablemente la criminalidad en los años 90 y que existen otros factores que pudieron influir.
Evolución de la tasa de crímenes violentos en las principales ciudades de USA
A pesar de las críticas, Giuliani defendió su plan como el modo más efectivo de devolver el orden a la ciudad y reducir el crimen. La controversia alrededor de estas políticas llevó a un debate más amplio sobre los límites de la intervención policial y sobre cómo mantener el equilibrio entre la seguridad y los derechos civiles.
Giuliani saca pecho ante la reducción de las quejas en los distintos barrios de NY
50 LIBROS PARA COMPRENDER EL MUNDO
¿Quieres que te guíe en el camino hacia la polimatía? Si no quieres comprar ni un libro mediocre más, si quieres leer solo los grandes libros y aprovechar al máximo tus lecturas y además deseas compartir este viaje con otros aprendices de polímata, la Biblioteca Polymata fue creada para ti.
¿Qué hay detrás de la teoría de las ventanas rotas?
Como dice el psicólogo Jonathan Haidt, el Homo Sapiens es 90% chimpancé y 10% abeja. En muchos aspectos nuestro comportamiento no es muy diferente al de las abejas. Somos animales extremadamente cooperativos y nuestro cerebro ha sido cableado para aprender continuamente de otros seres humanos. Buena parte de nuestro aprendizaje ocurre por imitación; somos magníficos imitadores. Nos hemos convertido en seres culturales por nuestra capacidad para innovar y para absorber los comportamientos y hábitos de las personas de nuestro entorno. Por eso hay tanta diversidad cultural, porque pese a que la biología nos condiciona, la cultura nos moldea.
Si desde pequeñito, cada vez ibas a la playa con tus padres, ellos dejaban basura en la arena, lo verás como algo normal. Además, si la mayoría de la gente de la playa hace lo mismo, nunca te plantearás que eso es una cerdada. De hecho, que sea juzgado como una cerdada o no dependerá única y exclusivamente de la cultura imperante.
Si acabas de usar un pañuelo de papel y vas caminando por un barrio limpio, buscarás una papelera para tirarlo. Por contra, cuando caminas por un barrio lleno de mierda, es muy probable que te relajes y lo dejes caer al suelo. En ese momento dos pensamientos competirán en tu cabeza. Por un lado pensarás: “eso que estás haciendo es una cerdada”. Por el otro dirás: “pero qué demonios, todo el mundo lo hace, ¿no?”.
Cuando todo el mundo hace algo se normaliza socialmente y hacen falta unos valores muy férreos para no dejarte llevar por la marabunta. El caos y el orden se alimentan de sí mismos. De ahí la importancia de mantener el orden para que el caos y la entropía no se hagan dueños del lugar.
Respaldo empírico a la teoría
A pesar del éxito cosechado por el alcalde de Nueva York, la verdad es que a mediados de los 2000 la Teoría de las ventanas rotas seguía teniendo débiles evidencias empíricas. Para arreglarlo, En 2007 y 2008, Kees Keizer y sus colegas de la Universidad de Groningen llevaron a cabo una serie de experimentos controlados para determinar si el efecto del desorden (como la basura o los grafitis) incrementaba la ocurrencia de delitos como los robos, tirar la basura a lugares públicos u otros comportamientos antisociales.
Seleccionaron varias ubicaciones urbanas. En cada experimento había una situación de «desorden» como pintadas y basura tirada por el suelo. Esta situación se comparaba con otra que se usaba como control del experimento en la que no había suciedad ni señales de vandalismo. A continuación, los investigadores vigilaron en secreto los lugares para observar si la gente se comportaba de forma diferente cuando el entorno estaba sumido en el caos. Sus observaciones apoyaron firmemente la teoría. La conclusión se publicó en la revista Science: «Un ejemplo de desorden, como hacer pintadas o tirar basura, puede efectivamente fomentar otro, como robar«.
A continuación quiero hablarte dos de los seis estudios de campo que llevaron a cabo para que te hagas una idea del impacto que tuvieron las situaciones de desorden.
El primer estudio se llevó a cabo en un callejón con bicicletas estacionadas. Se compararon dos condiciones: en una el callejón tenía las paredes limpias y en la otra había graffitis pintados. Se colocaron panfletos en los manillares de las bicicletas y se observó lo que hacían los usuarios con ellos. En la calle con graffittis, un 69% de las personas los arrojó al suelo, en comparación con el 33% en la calle sin graffitis.
Otro de los experimentos fue llevado a cabo en un estacionamiento. El objetivo era medir cuántas personas respetaban una señal de «prohibido entrar” que había a la entrada, dependiendo del estado de orden o desorden del lugar. Los investigadores querían ver si la gente respetaba la señal y qué factores influían en su decisión. Para ello se diseñaron dos entornos diferentes:
- Entorno Ordenado: El área alrededor de la entrada estaba limpia y ordenada, sin bicicletas fuera de lugar ni signos de desorden.
- Entorno desordenado: En la segunda localización se colocaron bicicletas mal estacionadas dando una imagen de desorden y caos.
Los resultados del experimento fueron los esperados:
- Cuando las bicicletas estaban bien aparcadas solo un 27% de las personas ignoró la prohibición.
- En la situación en la que había bicicletas mal aparcadas y tiradas por el suelo, el 82% de las personas decidió ignorar la señal y entrar.
Este estudio tiene una gran relevancia porque los resultados de los seis experimentos apoyaron en parte la Teoría de las ventanas rotas. No obstante es el estudio sobre el tema más citado con diferencia. Cuando digo que el estudio apoya La teoría de las ventanas rotas, no me refiero a que sea una prueba concluyente de que si se limpian las calles y se persiguen los pequeños delitos, la delincuencia bajará en todas las situaciones. Estos experimentos eran muy específicos y demostraron que la lógica de las ventanas rotas funcionaba a pequeña escala, nada más. No se puede deducir de ellos que situaciones de desorden o caos lleven a cometer a la gente delitos graves.
Críticas a la Teoría de las ventanas rotas
Aún así, la ciencia sigue su curso y pese a lo que dicta el sentido común, y lo que se ha podido ver en los experimentos mencionados, no está todo dicho. No todos los estudios apoyan la teoría. El estudio de Bernard Harcourt y Jens Ludwig de 2006 cuestiona algunas de las conclusiones de la Teoría de las ventanas rotas. Los autores analizaron el programa Moving to Opportunity, un experimento social realizado en cinco ciudades de USA que incluían a NY, Chicago y Los Ángeles. Bajo este programa, unas 4600 familias de bajos ingresos recibieron vales de vivienda para mudarse a comunidades menos desfavorecidas. Al parecer, mudarse a barrios mejores no resultó en que los miembros de estas familias cometieran menos crímenes.
Harcourt y Ludwig también revisaron los estudios relacionados con el éxito en la reducción de la criminalidad que tuvo Nueva York en los años 90. Según ellos, esta reducción podría deberse a otros factores como la mejora de la economía o la disminución del consumo de drogas, por lo que es imposible saber en qué medida las políticas de “tolerancia cero” contra el crimen tuvieron efecto.
Estos hallazgos indican que, aunque el desorden influye en el comportamiento, la simple erradicación de estos signos no siempre resuelve el problema del crimen. El contexto socioeconómico tiene un peso importante que no se puede ignorar.
Mis conclusiones
Como siempre cuando tratamos de esclarecer las causas de asuntos complejos como el crimen, nos encontramos con resultados variados. En estos casos en los que los estudios no son del todo concluyentes me suelo preguntar cuál es la mejor explicación. Dado que a veces es imposible hacer experimentos sociales complejos controlados, mi prioridad es usar el sentido común asumiendo que van a existir múltiples causas que influyan en cada situación y que ningún evento social depende de un sólo factor. Es extremadamente difícil dilucidar qué factores causaron la reducción del crimen en Nueva York y otras ciudades norteamericanas en los 90. Sin embargo, los experimentos realizados por Kees Keizer y sus colegas de la Universidad de Groningen son muy clarificadores: desorden atrae a más desorden, y la presencia de pequeños actos delictivos hace que nuevos actos delictivos menores tengan lugar con mayor facilidad. Estos experimentos fueron controlados y todos apuntaron en la misma dirección.
Aún con todo, si las evidencias apuntasen en esa dirección, pero no hubiese una explicación racional a los sucesos, no me daría por satisfecho. Sin embargo, cualquiera que vea el resultado de estos experimentos asentirá con la cabeza porque intuitivamente sabemos que el contexto nos influye a todos. Las normas explícitas e implícitas que imperan en una comunidad influyen en el comportamiento de las personas. Nos vuelven más cívicos o incívicos aunque sea temporalmente. Obviamente una persona super cívica no se va a convertir en un violador por atravesar un barrio lleno de graffitis y suciedad, pero sí que dejará caer el pañuelo que tiene en el bolsillo y quizás no ayude a una persona tirada en la calle como sí lo haría si estuviera en un barrio limpio y cívico de Zurich.
Todos tenemos unos valores más o menos estables, pero que se relajan o endurecen según el contexto. El desorden, el ruido y la delincuencia nos tiran hacia abajo. La limpieza, la tranquilidad y las acciones cívicas públicas nos empujan hacia arriba.
Por lo tanto, cada vez que realizamos un acto cívico como recoger un papel del suelo o ayudar a un mendigo no sólo estamos consiguiendo una calle más limpia y un mendigo agradecido, estamos mandando una señal a los demás: así es como se hacen las cosas aquí. Si por el contrario permitimos que nuestros perros monten bulla todo el día, que los niños sean maleducados con los extraños o si dejamos que nuestros parques rebosen de basura, estamos mandando una señal muy clara: no pasa nada si relajas tus valores, aquí puedes hacerlo, nadie te mirará mal.
Deja una respuesta