“Hay poco misterio en el mundo; demasiada gente dice exactamente lo que siente o lo que quiere”.
– Robert Greene
Las relaciones amorosas se han transformado completamente durante el último siglo (en Occidente). Las mujeres se han independizado y la familia tradicional (sea eso lo que sea) se ha volatilizado. Antiguamente el matrimonio era principalmente un acuerdo económico y político; un modo de subsistencia y procreación. Hoy lo esperamos todo del otro: amor duradero, afecto, cuidado de los hijos, seguridad económica y buen sexo. ¿Es posible cumplir con semejantes expectativas? ¿Podemos nosotros, meros mortales, cumplir el rol que hace décadas se repartía entre los padres, los hermanos, los amantes y la pareja? Esther Perel, psicóloga experta en relaciones de pareja es conocida por su claridad al hablar sobre el deseo y el amor sin tabúes y rompiendo las reglas de lo políticamente correcto. Voy a apoyarme en sus ideas para intentar resolver el dilema del deseo.
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De los matrimonios concertados al amor romántico
El amor romántico tal y como lo conocemos hoy no tiene tanto tiempo; al menos para la mayoría. Hasta el siglo XVIII los matrimonios eran principalmente acuerdos de conveniencia donde, a veces, podía surgir el amor. Hombre y mujer tenían claros sus roles: él se enfocaba en el trabajo y la protección y ella en el cuidado de la casa y los múltiples hijos. Por entonces tenían muchos hijos y las parejas formaban un equipo cuyo objetivo era que sus hijos salieran adelante.

La Revolución Industrial y el Romanticismo fueron cambiando las cosas: el enamoramiento, la compatibilidad de la pareja y la atracción tomaron protagonismo; aunque la mujer seguía dependiendo económicamente de su marido y se debía a él y a sus hijos. El siglo XX fue el de la emancipación de la mujer. La implementación masiva de los electrodomésticos, los anticonceptivos y la incorporación de la mujer al trabajo cambiaron las reglas del juego que habían imperado durante miles de años. El movimiento feminista reclamó igualdad y la mujer ganó poder económico y social. Sobre todo a partir de los 60, la familia tradicional fue mutando hasta hacerse irreconocible. ¿Quién no tiene una amiga soltera que viva sola y sin hijos? Eso era impensable hace sólo unas décadas.
El amor romántico hoy
Hoy el amor romántico es la vara con la que se miden todas las relaciones. No conozco a nadie que se case por facilidades económicas o intereses políticos (al menos no lo dirá abiertamente). ¿Será que hemos visto demasiadas películas de Hugh Grant y Jennifer Aniston? Pero espera, todavía muchos de nosotros seguimos necesitando aquello que nos proporcionaba la familia tradicional. Por mucho que la sociedad haya evolucionado, las necesidades de afecto, sentido de identidad, protección, cuidado de los hijos y sexo siguen tan vigentes como siempre. Como dice Esther Perel: “Hoy en día, recurrimos a una sola persona para que nos proporcione aquello que alguna vez proporcionó todo un pueblo: una sensación de pertenencia, significado y continuidad.”
Menudo nivel de exigencia, ¿no te parece?
Ahora le pedimos a la esposa que sea buena madre y también una amante fogosa. ¡Pero al marido también se le exige! Se sigue asumiendo que debe proporcionar seguridad a la familia mientras mantiene el deseo por su esposa y plancha los domingos por la mañana. Sin embargo, por mucho que nos pese, el amor sigue su propia lógica y no suele ser como esperamos.
A mayor conocimiento, menor deseo
Todo el mundo sabe que los primeros años de una relación son excitantes. La antropóloga evolutiva Helen Fisher cuenta que durante el enamoramiento el cuerpo de los amantes segrega un cóctel hormonal amoroso, compuesto por dopamina, norepinefrina y feniletilamina, que no dura más que unos pocos años… con suerte (ver vídeo). Y no creo que sea casualidad, la biología nos apremia para tener sexo y descendencia lo antes posible. Esa nube en la que nos encontramos durante el enamoramiento es literalmente como una droga. Pero es pasajera. Mientras tanto, la idealización del amor que arrastra nuestra cultura en forma de señales confusas en películas, series y redes sociales, nos llevan a pensar que algo así puede mantenerse de por vida, pero no es así. Y bien, entonces, ¿se acabó el amor? Ni mucho menos, el amor puede aumentar con el tiempo; es el deseo el que se apaga.

Esther Perel nos recuerda algo que sabemos intuitivamente pero en lo que quizás no queramos pensar: cuanto mayor es el conocimiento y la cercanía con el otro, menor es el deseo. Y paradójicamente, con el desmantelamiento de la familia tradicional, ahora nos acercamos más y más a nuestra pareja, buscando cubrir esas necesidades que antes estaban más repartidas a través de una sola persona.
La naturaleza del deseo
El deseo tiene que ver con lo desconocido, lo nuevo, el misterio, la expectativa, la insinuación, la aventura y lo prohibido. Por contra, la relación de una pareja madura suele ser estable, rutinaria, familiar y segura. Queremos estar en pareja y formar una familia, pero cuando la tenemos, el deseo se esfuma. ¡Qué injusto! Entonces es cuando algunos buscan el deseo en otra parte. Por eso las infidelidades son tan habituales. Imagino que también lo eran antes de toda esta revolución (las de los hombres, claro), pero apuesto a que estaba más aceptado que ahora. En el siglo que nos ha tocado vivir la infidelidad está mal vista y puede destruir una relación – es la traición al ideal romántico -. Peeeero, a sabiendas de ello, no queremos renunciar al deseo. Fíjate que digo deseo y no sexo. Según Perel, las infidelidades ni siquiera tienen por qué llegar al coito. La expectativa, la anticipación y el flirteo pueden ser más placenteras que el propio acto sexual. El juego, lo prohibido y la aventura nos recuerdan a nuestra juventud; a esas mágicas noches de verano y el roce de manos por debajo de la mesa.

La aventura proporciona lo que el matrimonio dejó atrás: misterio, inseguridad, juegos de poder y lujuria. El deseo se alimenta de todo eso, no de ir a comprar juntos al Mercadona o de cambiar los pañales al pequeño Pablo.
El jardín secreto
No te preocupes, vuelvo a la pregunta inicial: ¿es posible resolver la paradoja del deseo en una relación estable? Según Esther Perel sí lo es. Se trata de crear dos “lugares” en la relación: uno para el afecto, las responsabilidades, el cuidado de los niños y las conversaciones cotidianas. El otro lugar es el nicho del deseo: ahí no hay reglas, no hay igualdad. Vale lo sucio, lo canalla, lo prohibido. En ese lugar la autonomía de cada uno es sagrada, porque el deseo se alimenta de ella. El otro mantiene su individualidad, podría ser infiel, no es mío, hace su vida como le place, es interesante, no me da siempre lo que quiero. A veces lo busco y lo encuentro; otras veces está ausente.
Una relación completa es aquella que es capaz de crear ambos lugares separados el uno del otro. En uno eres una madre entregada que se preocupa por los problemas de salud de tu marido. En el otro, eres una mujer independiente, interesante, con sus propios hobbies e intereses. Eres sexy y fuerte, eres bella, sumisa y dominante. Un día ejecutiva y el otro puta. Tú decides. Me gusta cómo llama Perel al lugar donde te permites ser “tú mismo”, ese lugar es el Jardín secreto.
El escritor Robert Greene habla de Cleopatra en El arte de la seducción:
“Su poder seductor […] no residía en su aspecto […]. En realidad, Cleopatra era físicamente poco excepcional y carecía de poder político, pero tanto César como Antonio, hombres valientes e inteligentes, no vieron nada de esto. Lo que vieron fue a una mujer que se transformaba constantemente ante sus ojos, un espectáculo de una sola mujer.
Su vestido y su maquillaje cambiaban de un día para otro, pero siempre le daban un aspecto enaltecido, como el de una diosa. Sus palabras podían ser banales, pero las pronunciaba con tanta dulzura que los oyentes no recordaban lo que decía, sino cómo lo decía”.

Quizás Perel nos pida demasiado, no lo sé. Puede que para muchos lo mejor sea asumir la realidad tal y como viene, y que, pasado el enamoramiento, evolucionen con la relación. Eso supongo, supone aceptar el fin del deseo, o al menos gran parte de él. Asumir, que habrá infidelidades… o no, pero entonces habrá frustración. En una sociedad que te empuja a perseguir tus sueños, la paradoja del deseo puede ser un problema irresoluble. En palabras de la psicóloga Belga:
“Mantener el deseo a largo plazo es difícil, ya que requiere la conciliación de dos fuerzas opuestas: la libertad y el compromiso. Pertenece a la categoría de los dilemas existenciales que son tan insolubles como inevitables.”

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9 Propuestas para mantener el deseo en las relaciones
En todo caso, creo que todas las personas que tengan una relación de largo plazo pueden mejorar en algunos aspectos que resumiré a continuación. De la mano de Perel y de otros investigadores que han estudiado el deseo en las relaciones de largo plazo voy a dar algunas pistas de por dónde ir.
El deseo se alimenta de la distancia. Esto no significa ser frío con el otro. Significa tener tu propio mundo: amigos, hobbies, deseos, intereses y secretos que no compartas con tu pareja. Eso te hace interesante. Robert Greene y Esther Perel te dirían justo lo contrario de lo que se suele decir: conserva tus secretos en un cofre bien escondido: los secretos alimentan el deseo, la transparencia total y la dependencia lo destruye.
Deja que tu pareja te vea en tu medio predilecto, ahí donde eres el rey o la reina. Deja que te admire. Una mujer que ve a su marido haciendo reír a otros en un cóctel de trabajo o un hombre que ve a su mujer bailando con unas amigas sin que ella se entere, aviva sentimientos que estaban adormecidos.
Genera expectativas. El sexo planificado puede parecer poco natural, pero favorece uno de los detonantes del deseo: la expectativa. ¿Qué pasará esta noche? ¿Con qué me sorprenderá? Al fin y al cabo, ¿no es eso lo que hacíamos cuando éramos novios y quedábamos para ir a casa del otro cuando sus padres se iban de viaje?
Asume que habrá altibajos en el deseo. La vida no es como las novelas eróticas. Pasamos temporadas complicadas por trabajo, enfermedad, estrés, hijos pequeños. El deseo fluctúa y entenderlo y aceptarlo hace que la tensión se relaje y que pueda volver a surgir. Además, lo normal es que el deseo baje un poco con los años y frustrarse por ello sólo empeora la situación.
Rompe la monotonía. Es difícil cuando llevas mucho tiempo hacer algo excitante con tu pareja. Requiere trabajo y vas justo de motivación, mientras que con un amante todo surge sin más. Pero si quieres tener lo bueno de una pareja estable y lo excitante de un amor de verano, tendrás que echarle imaginación. Para algunos puede ser ir a Roma un fin de semana, pero para otros tiene que ver con correr riesgos, soltarse el pelo y jugar a ser otro. Robert Greene dice en El arte de la seducción que la ambigüedad es atractiva, y no seré yo quien le lleve la contraria.
“La clave de este poder es la ambigüedad. En una sociedad en que los papeles que todos desempeñamos son obvios, la negativa a ajustarse a cualquier norma despertará interés. Sé masculino y femenino, insolente y encantador, sutil y extravagante. Que los demás se preocupen de ser socialmente aceptables; esa gente abunda, y tú persigues un poder más grande que el que ellos puede imaginar.”
Trabaja la seguridad en ti mismo. ¡Cuánto nos atraen las personas seguras! Incluso ese calvo, bajito y feo puede ligar con la rubia de la fiesta. La seguridad crea poder y el poder crea seguridad. El poder no tiene (necesariamente) que ver con el dinero o con ser un empresario o político de éxito. Tiene que ver con cómo te expresas, lo que transmites, tu forma de hablar, tu postura, tu aplomo, tu seguridad. Eso es extremadamente sexy, sobre todo para las mujeres. Los hombres también desean a la mujer que, como dice Greene sobre Cleopatra, no es necesariamente bella físicamente, pero se siente bella y juega con su aspecto, su mirada, su sonrisa y sus palabras.
Lo importante en el deseo no es lo que es, sino lo que crees que es. El deseo está en tu mente. La otra persona sólo puede sugerir, es tu cerebro el que hace la magia.
Construye lugares libres de estrés. Igual que el cuidado y el deseo no pueden coexistir al mismo tiempo, el estrés y el deseo tampoco. Y aquí me refiero al estrés crónico, un poco de estrés (peligro), puede encender la llama de la pasión.
Habla de sexo. Expresa lo que te gusta y lo que no, tus fantasías, tus fobias y tus filias. Si eres pudoroso, hazlo por escrito. El papel te da la intimidad y el espacio para expresarte sin miedo ni inhibición. Déjale una carta a tu pareja encima de su almohada. La imaginación erótica se alimenta de impulsos que están lejos de lo correcto: agresividad, lujuria ciega, necesidades infantiles, poder, venganza, egoísmo y celos. ¡Y cuidado!, cuando la mentalidad erótica se siente criticada, se esconde.
Sé egoísta. Esta recomendación de Esther Perel es un poco controvertida. Yo siempre había oído que hay que estar pendiente de los deseos de tu pareja. Sin embargo Perel dice que la excitación sexual requiere de la capacidad de no preocuparse, y la búsqueda del placer exige cierto grado egoísmo. Algunas personas no se permiten ser egoístas porque están demasiado absortas en el bienestar de su pareja y de hacer lo correcto, lo que apaga la magia.
En resumen
Las relaciones de pareja han cambiado radicalmente en el último siglo. La emancipación de la mujer y la búsqueda del ideal romántico han puesto el listón muy alto a las parejas. Ahora ya no vale con crear una familia estable, también debe haber deseo y lujuria. ¿Es un imposible? Con el tiempo la rutina puede engullir el anhelo por el otro, pero puedes hacer cosas que frenen la desidia: mantener una vida propia, transformarte, experimentar, hablar de sexo con tu pareja y dejarte llevar en la cama (o donde sea); olvidando por un tiempo el mundo de ahí fuera, al que pronto regresaréis, en el que sois marido y mujer y padres responsables.
Para terminar una cosa más. Al contrario que la mayoría de capítulos de Polymatas, éste no está basado principalmente en estudios científicos sino en la experiencia profesional de la psicólogo Esther Perel. La evidencia científica apoya algunas de las tesis de Perel y otras no. Y por supuesto, en muchos de los temas tratados sigue sin haber consenso científico y hacen falta más investigaciones.
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