Lo bueno del crecimiento económico
Soy un firme defensor del crecimiento económico, creo que lo dejé claro en el capítulo sobre El hoyo y la falacia del fin de los recursos y en el programa que grabé con Marcos Vázquez llamado ¿Será el Futuro Mejor o Peor? Recursos, Cambio Climático, Población…
El progreso de los últimos siglos nos ha traído salud, riqueza, seguridad, más tiempo de ocio, más libertad y más justicia. La historia de la modernidad es la historia del progreso económico y social. El crecimiento económico de Occidente en los últimos doscientos años ha sido exponencial. Hoy una persona de clase media tiene más comodidades que un rey del siglo XVIII. El sistema capitalista y la globalización han puesto a golpe de clic todo tipo de productos y servicios a precios muy asequibles. Según Sergio Parra en su Historia de la incertidumbre, un libro antes de la imprenta costaba unos 8.000€, hoy en cualquier librería los encontramos por 15€.
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Seis gráficas que muestran el progreso desde la Revolución Industrial
Este es sólo un ejemplo de los miles que podría darte. Lo que ocurre es que hemos normalizado tanto la abundancia que no la percibimos. Desde los inicios de la Era Digital, la abundancia ya no es sólo material, sino también de información: miles de películas, series, libros electrónicos, vídeos de Youtube, vídeos pornográficos, foros de cualquier nicho imaginable, etc. Casi todo se ha vuelto hiper abundante para una parte mayoritaria de la población de los países desarrollados. Hoy en muchos países pobres la gente tiene smartphone con acceso a internet, y por lo tanto, acceso a toda la información mundial.
La abundancia es maravillosa en muchos sentidos. Gracias al confort, la seguridad y la variedad de opciones que nos proporciona, nos hace sentir bien. Sabemos que el dinero es uno de los factores importantes de la felicidad, sobre todo para los que tienen muy poco, porque nos da esa seguridad y esa libertad que tanto apreciamos. Las personas ricas tienen menos estrés y están más satisfechas con su vida. Así que, ¿qué puede tener de malo todo este progreso económico?
La tendencia a acumular
Antes de entrar al detalle, me gustaría hablarte de mi infancia.
Nací en los 80. España acaba de salir de la dictadura franquista y era mucho menos rica que ahora. Mi madre no tenía una situación económica muy desahogada, así que, aunque tuve todo lo necesario, no fui un niño con cientos de juguetes ni caprichos. Recuerdo cada cumpleaños y cada día de Reyes como momentos mágicos. También me vienen a la mente los días en los que me daba mi paga semanal. Al principio me daban 200 pesetas (más tarde fueron 500). Con eso, podía comprarme una bolsa de chuches y jugar algunas partidas en los recreativos, pero ni hablar de ahorrar para comprarme una videoconsola o unas zapatillas de marca.
Esa relativa “escasez” fue la seña de muchos niños de los 80 y ya no digamos de las décadas anteriores. De hecho, la escasez ha sido la norma durante el 99,9% de la historia de la humanidad. Por eso, deduzco, que conseguir cosas nos proporciona tanto placer, porque siempre ha sido costoso obtener comida, armas, herramientas o un lugar tranquilo en el que refugiarse. No es casualidad que el cerebro humano haya evolucionado para desarrollar mecanismos instintivos para interesarse por los objetos y acumularlos.
Dentro del cerebro se encuentra el famoso sistema de recompensa, un conjunto de estructuras neuronales cuyo fin es motivarnos a conseguir cosas; no sólo objetos, sino todo aquello que es potencialmente beneficioso para nuestra supervivencia y reproducción. Podríamos decir que es el responsable del deseo, el que nos lleva a levantarnos del sofá y mover el culo.
La búsqueda de la novedad
Ya hemos hablado de nuestra tendencia a acumular. Pero también hay otro poderoso motor que nos mueve: la búsqueda de la novedad. En nuestra biología está inserto un mecanismo exploratorio que ha sido necesario para encontrar recursos, prevenir peligros, encontrar pareja, etc. El que no salía de la cueva no llegaba muy lejos en la vida. Somos curiosos como resultado de esa necesidad biológica. Experimentar resulta gratificante porque es funcional y adaptativo. La sociedad de consumo ha explotado también este gusto animal por lo novedoso. No sólo queremos un juego de mesa, queremos muchos diferentes. En mi club de juegos, hay socios que tienen más de mil juegos en su casa, muchos de ellos sin abrir. El placer del coleccionista no reside en usar sus objetos sino en buscarlos, encontrarlos y adquirirlos. Son fetichistas de la novedad.
Si no estamos todo el día por ahí explorando es porque el instinto exploratorio se modera por el también innato gusto por lo familiar. Incluso el explorador más audaz del siglo XVIII suspiraba de alivio cuando volvía a casa. Todos los animales, incluido el ser humano, tenemos necesidad de hogar. El hogar es el lugar donde nos sentimos seguros. Por eso, jugar siempre a los mismos juegos también puede darnos una gran satisfacción. No es emocionante, pero es reconfortante. Estamos en nuestra zona de confort, donde no hay sorpresas desagradables.
Como te puedes imaginar, el gusto por la novedad y lo familiar varía mucho de persona a persona. Estoy convencido de que los grandes exploradores de la historia: Colón, Magallanes, Livingston o Cortés, habrían puntuado el máximo en el rasgo de apertura a la experiencia del test de los cinco grandes rasgos de personalidad. Mientras que ese amigo que tanto disfruta de las cenas caseras y que odia las fiestas, seguramente esté en el rango más bajo.
El capitalismo como respuesta a la búsqueda de la abundancia y la novedad
Y aquí enlazamos con el eterno culpable: el capitalismo. Pese a su mala fama, el capitalismo es extremadamente bueno aumentando la producción y creando riqueza para todos. La abundancia lleva a un descenso generalizado de los precios y posibilita que podamos comprar cosas y vivir experiencias abundantes y variadas que antes no podíamos ni imaginar. Sólo echa un vistazo a los coches que tenían nuestros abuelos y a los nuestros, o los lugares donde iban de vacaciones y dónde vamos nosotros.
El sistema capitalista encaja como anillo al dedo con nuestra ansia de acumular. Siempre hemos sentido amor por acumular, pero antes no podíamos hacerlo. El capitalismo satisface esa demanda y la estimula. El sistema capitalista, basado en la competencia radical entre empresas, necesita usar el marketing y la publicidad para llamar nuestra atención, estimulando, en todo momento, nuestro instinto consumista y acumulador. Nuestras mentes primitivas se dejan seducir fácilmente por la promesa de abundancia que ofrece el mundo moderno y las empresas se han vuelto especialistas en despertar ese hambre.
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La gran devaluación
Bien, ¿y qué hay de malo en ello? Si no tuviese alguna contrapartida no me habría tomado la molestia de escribir un artículo. Lo hago, porque creo que no estamos gestionando bien la abundancia y eso nos hace infelices. No es un problema comparable al de la pobreza, por supuesto, pero para los ciudadanos de países desarrollados, es un problema mucho más presente. Llamaré a este fenómeno La gran devaluación.
En términos generales, la gran devaluación es un fenómeno moderno por el cual los ciudadanos de países ricos estamos dejando de valorar muchas cosas que antes considerábamos valiosas.
Recuerdo cuando adquirí mi primer ordenador. Tenía quince años y me moría por tener un ordenador, pero era caro y para mi madre era un esfuerzo económico importante. Lo quería, así que gracias a un amigo de mi padre que trabajaba de albañil en pueblos perdidos de Huesca, pude ganar unas 200.000 pesetas durante el verano y comprármelo. Fue un verano duro, trabajando muchas horas al sol picando suelos, preparando cemento, acarreando agua y transportando piedras. Acabé con las manos destrozadas y un moreno que no he vuelto a tener en mi vida. Cuando me compré el ordenador me sentí la persona más feliz del mundo. Probablemente nunca más he vuelto a valorar un objeto tanto como entonces.
A mayor abundancia menor valor
No soy rico, pero yo, como la mayoría de personas adultas con un trabajo en un país como España, puede comprarse lo que necesitan y la mayor parte de lo que desean. La escasez se ha tornado en abundancia en unas pocas décadas. Y eso trae consigo una devaluación de las cosas. El cerebro funciona así, y lo hace por una buena razón. Para qué preocuparme por lo que es accesible si en cualquier momento puedo extender la mano y cogerlo. El cerebro se centra en lo que es útil y difícil de conseguir, ahí es donde invierte su energía. Por eso, los expertos en marketing generan una sensación artificial de escasez para vender más. Esta estrategia consiste en limitar el número de productos a la venta para que se perciban como más valiosos. Esto es muy habitual en el sector de la relojería de alta gama en la que los fabricantes de lujo, como Rolex, Omega o Patek Philip, lanzan ediciones limitadas para que los clientes perciban esas pocas unidades como más valiosas (y paguen más).
A menor esfuerzo menos valor
En mis quince, un ordenador personal era un objeto escaso, no porque hubiese pocos, sino porque era caro para mis posibilidades. Pero la satisfacción que obtuve al comprarlo, no vino motivada únicamente por la escasez, también fue gracias al esfuerzo que invertí en él. Valoramos más aquello en lo que hemos invertido esfuerzo debido a la disonancia cognitiva. La disonancia cognitiva es un malestar psicológico que se produce cuando nuestras acciones están desalineadas con nuestros pensamientos. Es realmente molesta y por eso siempre intentamos resolverla. Si has dedicado mucho tiempo y dinero a comprar un ordenador, buscarás las razones para convencerte de que te gusta. Al esforzarme tanto en adquirir mi primer ordenador, mi subconsciente se convenció de lo maravilloso que era. He comprado muchos ordenadores durante mi vida, y siempre me ha hecho ilusión adquirirlos, pero ninguno como aquel.
Más no siempre es mejor
La lógica diría que es mejor tener abundancia que escasez, pero ese es el gran error de concepto en el que ha caído nuestra sociedad consumista; más no siempre es mejor. Me aventuro a especular que hay un punto de equilibrio óptimo situado entre no tener nada (escasez absoluta) y la hiperabundancia. En ese punto dulce, tenemos cubiertas todas las necesidades básicas, pero no tenemos siempre lo que deseamos, al menos no todo lo que deseamos en el momento en el que lo deseamos.
La adaptación hedónica
Por ejemplo, todos deseamos tener sexo, pero como expliqué en el artículo La adaptación hedonista o por qué Elvis ya no disfrutaba del sexo, poder acceder a todas las mujeres y depravaciones existentes, hizo que Elvis dejase de disfrutar del sexo. Es algo similar a lo que le pasa a los drogadictos que necesitan consumir cada vez niveles mayores de una droga para que esta le satisfaga, hasta llegar a un punto que ya no lo hace.
Por si te ha despertado la curiosidad, la teoría de la adaptación hedónica afirma que cuando sucede un evento positivo, inicialmente eleva nuestros niveles de felicidad, pero, pasado un tiempo, nuestra felicidad vuelve a los niveles anteriores al evento. Esto aplica a personas a las que le toca la lotería, que consiguen un ascenso, que empiezan a salir con alguien, etc. Por eso, debemos moderar nuestras expectativas a la hora de estimar lo felices que seremos cuando compremos una nueva casa o ganemos un proyecto. El subidón inicial pasará; es ley de vida.
La sobrecarga cognitiva
Al principio del artículo decía que los humanos buscamos maximizar nuestras opciones. Pero este afán, nos acarrea algunas situaciones incómodas. Me encantan los restaurantes indios, pero hay una cosa que me causa mucha ansiedad: la cantidad de platos que ofrecen. A los cinco minutos de mirar la carta me saturo y le pido a mis amigos que decidan por mí. Este fenómeno psicológico llamado sobrecarga cognitiva sucede por una limitación básica de nuestra memoria de trabajo. Apenas podemos almacenar de 4 a 7 porciones de información al mismo tiempo, e intentar superar esos límites nos causa fatiga mental. Hablé sobre esto en uno de los primeros capítulos de Polymatas. La sobrecarga cognitiva sucede cuando percibimos demasiados estímulos/información al mismo tiempo y somos incapaces de procesarlos. Los supermercados Mercadona han entendido esto muy bien y ofrecen unas pocas marcas por producto, a veces sólo una (la suya). Se aseguran de que hay suficiente variedad como para que los clientes sientan que tienen libertad de elección, pero no tanta como para verse superados por el número de opciones.
De nuevo, no siempre más es mejor. El exceso puede agotarnos, saturarnos y hacernos perder el interés.
¿Por qué consumimos más de lo que nos hace felices?
Creo que es un error pensar que la sociedad proporciona lo que necesitamos. Es preferible pensar que nos proporciona lo que deseamos. El capitalismo no se pregunta qué es lo mejor para la gente, sino qué es lo que los consumidores están dispuestos a comprar. Lo veremos claro con un ejemplo. La bollería industrial es el anti alimento por excelencia. Pero nos gustan los donuts porque nuestro cerebro primitivo ansía el azúcar y la grasa. Las empresas del sector alimentario no se preguntan si los donuts son buenos o malos para la gente, sino si los van a comprar a menudo. Y los consumidores los compran a menudo porque tienen un impulso muy fuerte que los empuja a ello.
Admitámoslo, nadie quiere estar todo el día enganchado al móvil, ni viendo porno, ni fumando, ni comiendo bollos, pero el sistema económico moderno ha creado grandes industrias que nos empujan a ello porque han aprendido a explotar cada una de las debilidades humanas y enriquecerse con ello.
No existen incentivos obvios para que consumamos lo que a la larga nos hace más felices. Bueno, sí que existen, pero se encuentran con tres problemas.
El primero es que tenemos una predisposición biológica a perseguir la abundancia y la novedad.
El segundo es que la publicidad, el marketing y nuestro entorno nos incitan a consumir más y más cosas y experiencias.
El tercero es que la mayoría de las personas desconocen lo que estoy exponiendo en este artículo. Puede que lo sospechen o lo intuyan. Puede que sientan que tienen más que antes pero están menos satisfechos con su vida. Que viajan más pero que antes disfrutaban más de los viajes. Que ahora tienen acceso a miles de películas en su casa pero antes disfrutaban más de ese día especial que iban al cine. Pero se queda en eso, en una intuición. No son capaces de entender por qué se sienten así, y muchos dan por hecho que más opciones y abundancia es algo intrínsecamente bueno.
Así que muchas personas se sienten vacías con sus vidas abundantes. Hacen más, compran más, miran más… pero eso no les hace más felices. Tienen citas cada semana, ven docenas de series al año, se compran ropa que nunca van a usar y nunca están satisfechas.
El sistema nos ha empujado a una situación subóptima y sin un esfuerzo deliberado, no vamos a escapar de la trampa de la hiperabundancia.
¿Cómo escapar de la trampa de la hiperabundancia?
Te propongo cuatro estrategias para que las pongas en práctica:
Generar escasez artificial. Muchos padres podrían comprarles unas deportivas de marca a sus hijos cada semana, pero deciden no hacerlo porque saben que no es bueno para ellos. Esa misma estrategia la podemos aplicar sobre nosotros mismos. Es decir, podemos limitar nuestro consumo para que cada vez que compramos algo (o tenemos alguna experiencia), sea especial. Por ejemplo, espaciando los días que vemos series o los días que salimos a cenar.
Introducir la novedad en lo cotidiano. Hay parejas que llevan veinte años juntas y el sexo se ha convertido en algo aburrido y mecánico. No hay escasez, no hay novedad, no hay esfuerzo; carece de los elementos básicos que nos hacen disfrutar de las cosas. Aún así puede seguir siendo satisfactorio por el puro placer físico o por compartir un rato agradable en pareja, pero está muy lejos de ser una experiencia realmente valiosa. Muchas infidelidades suceden porque los miembros de la pareja han perdido el deseo. Puede que se quieran y que disfruten de su tiempo juntos, pero el deseo necesita de otros ingredientes que se han perdido: la novedad, la incertidumbre, el juego y lo prohibido. Con un poco de esfuerzo podemos incorporar esos elementos en nuestras relaciones, de modo que la novedad no proceda de acostarnos con otras personas, sino de hacerlo de otra forma con la misma persona. Cuando digo de otra forma me refiero a prácticas distintas (lo típico), pero también a hacerlo en otros lugares, con otro ambiente, usando juegos, escenificando fantasías, interpretando roles, etc.
Introducir la consciencia deliberada. Hay un modo de introducir la novedad haciendo lo mismo de siempre. En vez de cambiar la realidad, vas a cambiar tu visión de la realidad. Esto se consigue prestando atención. Te pondré un ejemplo. La primera vez que lees un buen libro es interesante, aunque sólo sea porque es novedoso. La segunda lectura pasa a ser más aburrida, la tercera más y luego pasa a ser un sopor. Siempre lo mismo… Pero ¿qué pasa ahora si empiezas a prestar atención a pasajes que antes leías por encima? ¿Y si reflexionas sobre las intenciones del autor? ¿Y si te imaginas otros finales? ¿Y si pones atención al estilo? Una vez que la mente crea un modelo mental de una experiencia, funciona en piloto automático porque “ya sabe” lo que esperar y no derrocha energía en prestar atención. Sin embargo, podemos hacer un esfuerzo deliberado para experimentar lo mismo de diferentes maneras.
Haz un experimento. El próximo día que recorras el camino hacia tu trabajo, fíjate bien en lo que te rodea, en las personas que te cruzas, en los sonidos y los olores del entorno. De repente, descubrirás cosas nuevas en las que nunca habías reparado. La realidad es infinita y está llena de matices, es tu cerebro el que la ha simplificado y la ha “paquetizado”. Sabiendo esto, puedes poner consciencia y sorprenderte en cada viaje al trabajo.
Haz que te cueste. Ya hemos dicho que el esfuerzo es importante para otorgar valor a las cosas. Hoy no pidas comida a domicilio. Propón a tu marido hacer una noche temática india. Reserva toda la tarde e id juntos a comprar algunas especias orientales e ingredientes típicos indios. Luego buscad una lista de música india en Spotify. Cocinad mano a mano y cerrad la noche con una película de Bollywood. Te aseguro que la cena te sabrá más rica que si hubieseis pedido al indio de la esquina. La rutina y el cansancio del día a día nos empuja a lo fácil, así que vas a tener que esforzarte para hacer las cosas de este modo, pero verás que merece la pena.
Como ves, todas las estrategias que te propongo se basan en el entendimiento de la psique humana y cómo usarla para maximizar el disfrute en el largo plazo. La inercia del hiperconsumismo nos lleva a un lugar en el que no queremos estar y para salir de ella hay que hacer un esfuerzo importante. Ahora ya conoces los problemas de dejarnos llevar por la inercia y por la sociedad de consumo que hemos heredado ya puedes empezar a trabajar para disfrutar de la abundancia con inteligencia.
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